En la conquista de Granada por los Reyes Católicos la avidez de los cristianos por las riquezas del califato estuvo a punto de destruir muchas de sus maravillas. Solo una firme posición de sus nobles más cultos y prominentes logró descubrir y preservar grandes y pequeñas joyas de aquella cultura. Yo conseguí que no se destruyese su biblioteca y allí encontré el mayor de sus tesoros, sus libros. El último de los califas del reino de Granada Boabdil el Chico muy aficionado a la lectura y la escritura dejó numerosos y bellísimos cuentos. Este es uno de ellos y dice así:
En 1360 reinaba en Granada un califa de la dinastía nazarí llamado Abdel Alí que quiere decir “sirviente del más alto”, era joven y hermoso y vivía rodeado de todos los placeres que un hombre puede desear. Habitaba en un palacio de incontables aposentos, de selectos materiales y decorado con todo el lujo de Oriente. Su reino era extenso y fértil gracias a los avances en sus sistemas de regadío. Una agricultura floreciente y un comercio muy desarrollado daban lugar a una rica sociedad que adoraba a su califa. Un bellísimo harén se desvivía por su persona y una cuadra de los mejores caballos árabes? eran la envidia de todos sus guerreros que le apoyaban como una piña en la guerra con los cristianos heredada desde siempre, siéndole propicia.
Pero a pesar de todo el califa no era feliz y el Gran Visir y su consejo estaban preocupados. Por eso celebraban continuas fiestas en el palacio con música, bailes, artistas y comediantes pero el califa seguía triste.
Abdel Alí era un hombre muy valiente siempre al frente de sus huestes en las guerrillas que mantenía con los pequeños reinos cristianos de los alrededores. Era intrépido, audaz y valeroso hasta el extremo y había quien lo atribuía a su tristeza que le llevaba a no tener miedo a la muerte. En una de aquellas razias en territorio enemigo se encontraron con una comitiva de caballeros cristianos que escoltaban un carruaje muy lujoso. Los cristianos opusieron una resistencia feroz lo que le llevo a inferir que algo importante protegían. Además muchos de ellos preferían morir que huir, demostrando un gran valor. La batalla no duró mucho, al punto de que en breve tiempo los caballeros estaban diezmados. Fue entonces cuando surgió un grito de mujer del interior de la carroza clamando piedad. El califa que estaba a punto de matar a los pocos enemigos que quedaban ordenó parar la ejecución y se dirigió con curiosidad hasta el carruaje. Descorrió sus cortinas enérgicamente y descubrió a tres mujeres. Una de ellas elegantemente ataviada y de digna compostura parecía ser la señora y las otras dos sus damas de compañía. El moro le preguntó si pedía piedad por su vida y ella le contestó altivamente que era por sus soldados para quien pedía clemencia, no para ella. Esta muestra de entereza unida a su gran belleza le causó gran admiración, razón por la cual dejó irse a los soldados que quedaban ordenando custodiar la carroza a sus hombres hasta Granada. Este proceder era habitual pues cuando se prendía a algún personaje importante se le retenía con el ánimo de pedir un rescate por su libertad y la muchacha parecía ser una princesa de alguno de los reinos cercanos.
En palacio se le asignaron unas dependencias, acordes con su rango, debidamente guardadas y se mandó un emisario para negociar el pago del rescate. El califa gratamente impresionado por la belleza de la princesa comenzó a visitarla con frecuencia y ésta se mostró soberbia y orgullosa. No sé si fueron las buenas artes de Abdel Alí o el paso del tiempo que debilitaron la voluntad de la joven pero ésta fue paulatinamente comportándose de manera más dócil y agradable. Los meses fueron pasando sin recibir noticia alguna. De vez en cuando el califa mandaba algún emisario recomendándole que las negociaciones se hicieran siempre lentamente y que volviera antes de comprometer nada. Al cabo de un año las noticias eran que el padre de la joven había caído en desgracia y le había sido arrebatado el poder por unos familiares envidiosos. En tales circunstancias nadie estaba interesado en la libertad de la princesa y si alguien lo estaba no disponía de las circunstancias adecuadas para poder rescatarla. Belén, que así se llamaba la bella muchacha, languideció durante muchos meses hasta que perdida la esperanza de su libertad pensando en que tendría que quedarse a vivir allí para siempre o peor aún pudiera ser ejecutada si no pagaban su rescate, ante las atenciones del califa, decidió ser más seductora con él con la intención de ganarse su confianza y poder escapar.
El califa y la princesa paseaban diariamente por los jardines del palacio durante horas de tal manera que éste desatendió las fiestas, celebraciones y el harén.
El gran visir que de forma secreta deseaba ser el califa en lugar del califa intrigó en el consejo y estos se mostraron molestos con la actitud del rey árabe.
Abdel Alí confió su amor a la princesa y ésta que a estas alturas había sucumbido a sus encantos le contó su nostalgia por los reinos de Valencia y su familia. El ordenó plantar inmediatamente miles de naranjos alrededor del palacio y la ciudad y la informó de la situación de su familia. Ella no quería creerlo y pensó que se trataba de una añagaza para lograr que se quedara con él. Para poder convencerla el califa se comprometió a ir con ella a su reino convenientemente disfrazados para que viera la situación por sus propios ojos. El consejo puso el grito en el cielo y el enamorado fue tachado de irresponsable. El gran visir por el contrario no puso demasiadas objeciones.
El califa y la princesa abandonaron el palacio de Granada por un pasaje subterráneo con unos pocos fieles y llegaron a los reinos de Valencia haciéndose pasar por moriscos pasando por numerosas vicisitudes en las que a punto estuvieron de descubrir que era un califa enemigo. Allí entraron en contacto con un familiar de Belén que le informó de la muerte de su padre. Era a su padre al que tenía más afecto, pues su madre había muerto en su alumbramiento y ahora era una madrastra la que ocupaba su lugar; madrastra que nunca demostró su amor a Belén. Sin hermanos en los que confiar fue una tía hermana de su padre la que le contó el secreto de la familia. Belén fue concebida por su padre con una bella mora secuestrada en las guerras de al-Ándalus; por lo tanto Belén era tan cristiana como árabe. De repente la joven quedó sin lazos de unión con todo lo que había sido su vida y ante ella se abrió un futuro abismal. Abdel Alí aprovechó para pedirle matrimonio y asegurarle una vida de amor y confort. Belén que amaba al califa solo le exigió ser su única mujer.
Volvieron raudos a Granada y al llegar a sus proximidades un pequeño ejército de fieles soldados le aguardaban para avisarle que el gran visir se había hecho con el poder y no era conveniente acudir a la ciudad pues sería apresado y muerto. Con gran dolor de su corazón tuvo que admitir que así era y que de momento tenía que renunciar a Granada. Ahora que había conseguido el favor de la bella Belén perdía a su otra amada, Granada.
Cabizbajo y meditabundo se va el rey de Granada acompañado de sus leales soldados y su querida Belén. Alto ha sido el precio que ha tenido que pagar por el amor.
A paso lento va el califa
Triste y contrito
Mucho le costó ganar un amor
Y que poco perder un reino
Belén le consuela su dolor
Y él llora por su sino
A paso lento va el califa
Triste y contrito
Detrás queda su vida
Delante su destierro
En una loma para y mira
El ocaso de Granada
Solo Granada merece ser vivida
Solo Belén merece ser amada
A paso lento va el califa
Triste y contrito
?
Durante varios años vivieron en el norte de África en el reino de un amigo de Abdel Alí. Allí se casaron, Belén pasó a llamarse Fátima, tuvieron hijos y el califa fue feliz aunque el recuerdo de Granada nublara esa dicha.
El gran visir gobernó Granada con mano de hierro y poco a poco fueron muchos los que comenzaron a echar de menos al antiguo rey. El califa fue recibiendo numerosas muestras de lealtad cada vez más importantes hasta que tres años después decidió con sus huestes y el apoyo de su califa amigo reconquistar Granada donde fue recibido con cálidas muestras de cariño de la población y muy poca resistencia.
Desde entonces Abdel Alí y Fátima vivieron en Granada hasta su muerte gobernando sus descendientes hasta Boabdil el Chico; el califa que entregó llorando su reino a los Reyes Católicos.