Eter no respirable

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — Sofia Moreno at 3:54 pm on domingo, abril 4, 2010

“Vamos a avisar a la base. Esto no me gusta. Las branquias no soportan este éter. No puedo dar permiso para salir a explorar, es demasiado peligroso.”

Se acercó a la consola de mandos y pulsó una serie interminable de teclas. Al poco rato apareció la respuesta en la pantalla holográfica. El mando de la base aprobaba la decisión del jefe. Por ahora no podían salir, así que siguieron observando con las sondas mecánicas, pequeños y redondos artilugios que se movían por la superficie del planeta, esquivando obstáculos y deteniéndose en ocasiones ante objetos nuevos. Registraban todo tipo de datos sobre las extrañas cosas que habitaban este lejano cuerpo estelar. Los datos llegaban inmediatamente a la nave y los viajeros analizaban su contenido.

Lo primero que habían analizado era el suelo, embarrado. Nada raro en él, todos los elementos parecían normales. El aire era el que les planteaba problemas. Sus previsiones habían fallado, pues su composición química era tal que no podrían salir del vehículo hasta haber ideado alguna forma de poder soportarlo. Si no lo conseguían a tiempo, tendrían que volver sin haber podido salir. Sería una tremenda decepción, pero las órdenes habían sido muy estrictas: no poner en peligro a los tripulantes. No alterar las discretas relaciones con aquel planeta. No interferir en él. Observar y recoger datos. Nada más.

Las horas iban pasando lentamente. Los viajeros esperaban comunicación de su base. Allí trabajaban sin descanso para poder hallar alguna solución a la cuestión del aire.

Mientras tanto, llegó la hora de comer. Por turnos, los cinco tripulantes se acercaron al módulo de alimentación. Relajaron sus extremidades y cerraron los ojos. Pulsaron la techa adecuada y recibieron a través de los poros de su piel el alimento delicioso. Era reconfortante y les permitía mantenerse alertas y despiertos durante otras 8 horas. Sentaba bien.

Cada tripulante tenía un cometido a bordo. Maz monitoreaba las comunicaciones locales. Había identificado distintos tipos de conexión, los mismos que ya habían analizado los especialistas desde su lejano planeta. Ahora escuchaba una conversación entre dos habitantes. Más o menos era así:

“ – Mamá, ya te he dicho que estoy fenomenal, no hace falta que me llames todos los días…
– Pero hijo, es que no te has llevado las pastillas para la alergia. ¿Y si te da una crisis?
– Mamá, no me va a dar ninguna crisis, hace años que no me pasa. Te voy a dejar, que nos están llamando. Salimos a dar una marcha hasta el cerro. Dormiremos allí, de acampada.
– Qué bien cariño. ¿Lo estás pasando bien? ¿Es lo que tú querías?
– Sí, sí, Mamá, es todo genial, no te preocupes. Bueno, venga, prométeme que no me volverás a llamar hasta dentro de tres o cuatro días, Mamá, no me seas pesada…
– Vale, cariño, un beso, cuídate, hasta pronto, nos vemos el día 18, ya sabes que iremos a buscarte.
– Sí Mamá, ya lo sé, un besito, venga, adios, adios…»

La comunicación se interrumpió. Maz no entendía bien de qué demonios estarían hablando, pero eso ya lo estudiarían los de la base. Se limitó a transmitir los datos y abrió otro canal de comunicación.

Sensibilidad

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — Alfonso at 4:52 pm on lunes, marzo 8, 2010

Uno no se acostumbra nunca a determinados oficios. Alguien tiene que ser el que dé las malas noticias, pero porqué me tuvo que tocar a mí. Después de años de estudio sacrificado se me murió un paciente al poco de empezar a ejercer y tuve que ser yo el que le diera la noticia a su familia. Entonces decidí que aquello no era para mí. Fui educado en el respeto y la ayuda hacia los demás y mi sensibilidad es grande.

?

Era poco más que un bebé. Se debatió entre la vida y la muerte durante semanas y sus padres siguiendo un código genético inexplicable estuvieron a la puerta de la UVI todo el tiempo, a veces sin comer, a veces sin dormir. Durante semanas observé su preocupación, sus miradas y sus gestos. Acudían a mí como si yo fuese Dios, como si yo pudiese devolver la vida a su hijo. Me imploraban con sus ojos, con sus ademanes, con sus súplicas. Y yo, incapaz de darles algo, les daba esperanzas. Y trabajé con ahínco mañanas, tardes y noches. Aquella mañana, aquel cachorrillo estaba mejor, recuerdo que le había surgido un pequeño hipo y estaba reconociéndole cuando por fin abrió los ojos. No pude evitarlo y fui lleno de alegría a avisar a sus padres que extenuados dormitaban en la sala de espera. Entraron a verle y su felicidad fue la mía. El día fue maravilloso. Me hacían responsable del éxito y sus palabras de agradecimiento no tenían fin. Yo feliz después de tanto trabajo recogía todas sus alabanzas y con la más amplia de mis sonrisas me dejaba querer mientras resplandecía de placer. A la noche la criatura cerró los ojos y empezó a empeorar rápidamente. No habían dado las doce cuando moría sin remedio. Me quedé paralizado por el terror y sentado al lado de su camita con las manos en mis cabellos permanecí durante horas hasta que el resto del personal me sacó del trance, advirtiéndome que los padres me esperaban en la puerta de mi despacho.

?

Entre sollozos les di la noticia. Su bebé perrigato había muerto. Lo recogieron dulcemente, lo miraron con cariño y se marcharon envueltos en caricias. El la rodeó con sus patas y ella acurrucó el hocico en su hombro mientras lloraba lánguidamente.

?

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Aquello cambió mi vida. Pensé que nunca me acostumbraría y salí volando.

?

Durante un tiempo me dedique a la experimentación con personas pero mi sensibilidad tampoco me dejó. Ahora me dedico a la formación de los animales. Les enseño a ser responsables, objetivos, solidarios nada que ver con los humanos.

?

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Todavía hoy en día y a pesar del tiempo pasado a veces me pregunto que hubiera sido de un búho como yo en un hospital como aquél.

Apocalipsis

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — Alicia at 2:54 pm on lunes, marzo 8, 2010

?

? Ella era pausada, serena, casi podría decirse solemne. Cada día llegaba al atardecer, permanecía durante la noche y al despuntar el alba desaparecía sigilosamente hasta la próxima vez. Incluso había ocasiones en que se quedaba tratando de no ser vista hasta que, a la hora establecida, se presentaba en el sitio acostumbrado.

Esperaba cada encuentro como el primero. En aquella oportunidad se vistió discretamente, más que de costumbre, para impactarlo; sabía que era soberbio y que no admitiría competencia. Se conocieron y fue un amor a primera vista; se prometieron fidelidad eterna y así era.

Cada semana se ataviaba especialmente sin desechar la austeridad. La segunda cita agregó cierto brillo para no pasar por recatada y en la tercera se atrevió a más: se presentó con el mejor traje de luces y notó la admiración en su semblante. No obstante, temiendo el fantasma de los celos, en la cuarta ? redujo lo llamativo y de a poco retomó su aspecto original. Así durante épocas que parecieron infinitas.

Criticaba de él la falta de puntualidad. Al comienzo respetaba sus plazos informales; ello no la conformaba pero los toleraba en el afán por complacerlo. Con el correr de los tiempos los adelantos y las demoras se hicieron rutinarios y hasta llegó a asumirlos como propios, emulándolo.?

Entonces los encuentros eran impuntuales pero cíclicos y apasionados. Ella aportaba su mesura y su delicadeza y él la inundaba con el? fuego avasallante y abrasador de la pasión. Y al amanecer volvía a desaparecer, a veces solapadamente oculta observándolo todo, mientras él tomaba las riendas del quehacer cotidiano.

A lo largo de su historia formaron parte de acontecimientos que los tuvieron como testigos o partícipes según el momento, siendo a veces su relación motivo de inquietud en las generaciones que les temieron y les idolatraron.

Cuando creyeron que ya nada quedaba por hacer se dispusieron a aguardar el final, íntimamente realizados. Cada mañana y cada anochecer suponían que era el último, enfrentándolos no obstante con las mismas fuerzas, con las mismas ganas.

No vislumbraban la forma ni esperaban la gloria que les llegó celestialmente según la profecía:

“…Apareció en? el Cielo una gran señal: una mujer vestida del Sol, con la Luna debajo de los pies y sobre su cabeza una corona de estrellas…” (Ap.12, 1)

Como estaba dispuesto, como estaba escrito.

Al polvo vamos

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — Carminacd at 10:54 am on lunes, marzo 8, 2010

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¿Y a ti qué parte te tocó?

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Mira, ni me hables. ¡Puro hueso!

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Vamos hacia abajo, busquemos un poco de carne blanda. El hígado siempre tiene un buen sabor.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Sí, te va a hacer bien comer un poco de hígado porque estás muy blanco. ¿Te estás alimentando bien?

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Es mi color de nacimiento.

Los dos gusanos, el marrón y el blanco, se deslizaron hacia el tronco de aquel cuerpo que los contenía, alimentaba y conformaba su hogar y su entero universo.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¿Te preguntaste alguna vez qué pudo haber sido éste cuando estaba vivo?

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Por lo pronto, se le ha reventado la bilis antes de morir.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Cuando estuve en la cabeza he visto que era miope, de ojos enrojecidos por el cansancio.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? O la lectura.

Los dos gusanos, el marrón y el blanco, decidieron dar un vistazo al corazón y hacia allí se dirigieron en su búsqueda por descubrir qué había resultado ser su contenedor cuando estaba aún vivo.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¡Por todos los gusanos del infierno! ¡Nunca vi un corazón tan destrozado!

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Sí, pobre hombre, tuvo el corazón hecho pedazos.

Siguieron investigando para sacar una conclusión eficaz.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Pulmones secos y renegridos.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? Estómago vacío.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¿Qué piensas? ¿Era un alcoholizado?

-? ? ? ? ? ? ? ? ? No siempre.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¿Un drogadicto?

-? ? ? ? ? ? ? ? ? No siempre.

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¡Lo sé! ¡Lo tengo!

Al unísono llegaron a la única respuesta posible: ¡Era un poeta!

Lo que nos une

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — carla at 1:43 am on domingo, marzo 7, 2010

Gordon lo sintió. Notó que algo no iba bien. Decidió que aullar y participar sus temores al mundo exterior era lo que tenía que hacer. Era su deber. Lo percibía. Su dueño no estaba. Hacía tres semanas que no le sacaba a pasear, que no le daba de comer, que no le palmeaba la cabeza cuando él se apresuraba a darle la bienvenida a casa. Su dueña tan cariñosa con él llegaba durante aquellos días a deshoras y apesadumbrada, sin brillo en los ojos. Su risa cantarina que contagiaba tantas veces a su dueño no había vuelto a resonar por la casa. Las conversaciones por teléfono, ya no resonaban felices, sino que acababan últimamente en suspiros o en dolorosos silencios. ? Ella ahora se ocupaba de que no le faltara comida para el día siguiente, pero tampoco le paseaba.

Un chico de unos quince años, era quien le llevaba al parque y le dejaba correr y jugar con los perros de sus amigos. Lo pasaba bien, pero no era lo mismo que con sus dueños pues estaban pendientes de él y le tiraban una pelota y,… De nuevo, en su interior y sin que pudiera evitarlo, un fuerte dolor le golpeó. No podía respirar. Experimentó una honda presión en el estómago y en el pecho.? Aquella sensación provocó un ladrido entrecortado? y volvió a aullar. Así pasó aquella noche de verano para disgusto de sus vecinos.

A la mañana siguiente, su ama entró y encontró a Gordon en un charco en el sillón que solía ocupar las horas de su dueño frente a la televisión y que como amigo fiel él pasaba a sus pies. Ella no dijo nada. Con lágrimas en los ojos, retiró la humedad y abrazó al perro.

Gordon miró a su dueña, que vestía de riguroso negro, y se prometió acompañarla y conseguir que algún día su sonrisa le volviera a iluminar.

UNA LUZ EN EL BOSQUE

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — NADDIA at 11:50 am on martes, marzo 2, 2010

La familia búho hizo su visita nocturna a los familiares. Nunca salían antes del anochecer, era una costumbre muy arraigada desde sus ancestros y nadie podría hacerlos cambiar. Lo malo era que no encontraban a nadie. Los ciervos se recogían pronto y hasta los árboles se mostraban huraños. Aún así, la noche tenía ese secreto encanto que la hacía adorable a los ojos de tantos ojos ocultos. Pocos podían ver la luz de las luciérnagas o captar el pegajoso volar de los murciélagos. Habían oído que también paseaba por las noches el gran leopardo de las nieves, pero eso no les preocupaba por el momento, ya que, la nieve no se veía desde hacía tiempo por aquellos parajes, en cambio, nunca se perdían el volar del águila porque intuían que su cercanía no les traería nada bueno. La familia búho, con cara de mucha atención, oteaba cualquier escondrijo que intuía en la oscuridad. La noche estaba muy pacífica, pero papá búho siempre repetía las mismas palabras:<la calma excesiva es peligrosa. Algo siempre acecha> Después iniciaba uno de esos largos mutismos a los que los tenía acostumbrados y vigilaba, siempre vigilaba.

Camino de la casa de los abuelos, el silencio era tan grande, estaba todo tan oscuro en aquella noche de luna nueva, que el peligro era un clamor. ? Nada se movía y, por tanto, la tensión era máxima.

Casi llegando vieron algo brillante en el suelo, algo que echaba humo. Era redondo y no se parecía a ningún águila conocida. Papá búho hizo detener a su prole: vigilemos, puede ser un halcón. Pero papá – dijeron sus hijos – los halcones no echan humo. Más a mi favor – respondió papá búho – si no es un halcón es que es algo peor. Aquel ser tenía luces de colores. Quizás sea el Gran Halcón Universal –concluyó. De dentro del halcón salieron una especie de hijos que no se parecían a la madre. Iban y venían de dentro de su interior transportando objetos. Quizás estén reuniendo comida para el invierno – dijo el hijo pequeño. Los halcones no son hormigas – dijo el hijo mayor. Papá búho no se explicaba este comportamiento. Después de apilar una buena cantidad de comida, la mayoría de los hijos halcones se volvieron a meter dentro de su madre. Sólo dos quedaron en el bosque. La madre halcón elevó el vuelo tal como había llegado, echando gran cantidad de humo. No sabía que los halcones expulsaran tantos gases – meditó el hijo pequeño. Es por la alimentación – le explicó su hermano – no es bueno comer tantas aves…

Los halcones pequeños que habían quedado en tierra se comportaban de manera mecánica. Llevaban una luz roja en la cabeza que elevaban y orientaban hacia donde creían que había movimiento. Los hijos halcones ocupaban el camino y con todo lo que habían extraído de su madre se estaban haciendo una casa. La luz roja vigilaba los alrededores. Papá búho decidió volver a casa para asesorarse acerca del Gran Halcón Universal, quizás tendrían que hacer un rodeo…