Moussa, Cheikh y Khady

Filed under: Redacción: Cuarto ejercicio — Alfonso at 4:26 pm on sábado, mayo 8, 2010

Querido y amado Moussa:

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Te escribo esta carta con la ilusión de que estando vivo puedas algún día saber del amor de tu mujer y tu hijo.

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Quiero que sepas que junto a nuestro hijo Cheikh sois las dos personas que más he amado en mi vida. Realmente sois las únicas personas que me disteis amor. Huérfana desde pequeñita, viví como pude semiabandonada. Tuve suerte, te conocí muy pronto; tu también estabas necesitado de cariño como yo; siempre te portaste bien conmigo. Supiste cuidarme y logramos escapar a violaciones, mutilaciones y muerte y me diste un hijo. Antes de que naciera tuviste que marchar a la guerra obligado por hombres malos. Nunca más supe de ti. Maldita guerra que desde niña me lo robó todo. La necesidad me llevó a un campo de refugiados donde mi embarazo llegó a término. Dentro de la miseria tuve a mi hijo. Desde pequeña guardé celosamente el sueño de ser madre algún día. Creo que como todas las mujeres del mundo, soñaba con acunarle, abrazarle y verle crecer sano y fuerte. Pero ningún sueño es comparable al momento en que después de un importante esfuerzo le pude coger entre mis brazos. He llorado mucho en mi vida, en ocasiones con lágrimas secas pero esta vez lloré de felicidad como nunca lo he hecho. Te eché mucho de menos mi querido Moussa. También aquí tuve suerte y pude dar de mamar a nuestro hijo protegiéndole de la violencia, la pena y el hambre. Muchas veces le he cantado nanas, le he hablado de ti y le he contado cuentos e historias en las que su padre era un hombre al que merecía la pena parecerse.

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Aquí dicen que hay otros países en que la gente come hasta saciarse y no pasa necesidad. No deben conocer nuestra situación, pues teniendo todo lo que tienen acudirían en nuestra ayuda. Quizás algún día podamos llegar allí y después de enterarse de nuestras desgracias nos atenderán y acudirán prestos a socorrer a todas las personas que aquí penan.

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Querido Moussa un día la leche se me secó, quizás fue por que no tenía casi comer, ese día tengo que decirte que lo dí todo por alimentos para nuestro Cheikh, espero que algún día puedas perdonarme pero una madre renuncia sí misma por la vida de un hijo.

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Era guapísimo, le cepillaba y le limpiaba. A veces, cuando había algo que comer sonreía. Se fue quedando delgadito, delgadito, le tenía que coger con cuidado y un día sin decir nada, sin ningún quejido el amor más grande de mi vida se fue entre mis brazos. Te eché mucho de menos mi amado Moussa.

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Sola, terriblemente sola, mi vida no tiene sentido. Todo lo que amaba lo he perdido y solo en algunas ocasiones me aferro al sueño de que tú sigas vivo. A veces, semiinconsciente, te he visto volver entre la bruma, acercarte y abrazándome llevarme al país de la paz y la prosperidad dejando para siempre este mundo de muerte y desolación. Otras veces tengo pesadillas en que vuelves de la guerra convertido en un hombre embrutecido y cruel al que desconozco, entonces prefiero creer que has muerto siendo el que yo conocí.

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Sin ti y sin mi hijo nada me ata a la vida. La pobreza, el hambre y la guerra no dejan sitio al amor. Aquí es un bien escaso. Yo lo conocí y ya no puedo vivir sin él. Es por eso que habiéndolo perdido ya no deseo vivir.

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Te escribo esta carta con la ilusión de que estando vivo puedas algún día saber del amor de tu mujer y tu hijo.

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Khady

Campo de refugiados de Dafur (Sudan)

Cal y sangre

Filed under: Redacción: Cuarto ejercicio — Carminacd at 10:21 am on viernes, abril 30, 2010

Amor escondido

Te dedico esta carta desafiando al tiempo y a la lógica. ? No me dieron lápiz (hubiera querido uno negro que escribiera fuerte y decidido, de esos que dejan un canal en la hoja debajo de su trazo) y ni hablar de un teclado. Los muros van a sustituir tanto el papel como la pantalla y me permitirán sentir que soy una Marqués de Sade del siglo veintiuno aunque no lleguen mis paredes a transformarse en libros. La amplitud del mensaje depende de mi astucia. Esparciré vocablos hasta cuando descubran que logro desatarme las sogas que inmovilizan mis manos y aflojar la venda apestosa y húmeda y, aunque una vez fuera blanca, hoy ya gris. Cuando me cubren, baja un hedor nauseabundo hasta mi boca y, para no vomitar sobre mi propia túnica, recreo el sabor del chocolate con churros que me ofrecías en el bar de la esquina (ese iluminado a medias por farolitos chinos anaranjados que le daban un toque íntimo y exótico a la última mesa). Recordatorio: liberar al canario apenas salga de acá. La amplia jaula de rejas verdes es espaciosa para él solo, pero no deja de ser una prisión. Nunca van a saber a quién dedico estas letras. Perdoname si no logro rememorar nuestras tardes en el patio de la iglesia, sentados en el banco de madera o si el ímpetu que da a luz las palabras no queda reflejado en unos pobres signos.

Esa noche, cuando fueron por mí, hubiera revestido con sangre tus huellas sobre la cama, en el respaldo del sillón, el picaporte de la puerta de mi cuarto, la cucharita del café; hubiera preferido quemar la casa tan sólo por ocultarte.

Sigo marcando la pórtland para acercarme a la única pureza que resiste intacta. Me privaron de mi hogar, destruyeron los muebles y arruinaron mis libros (¿Te acordás de la encuadernación de “Las mil y una noches”?); poseyeron este cuerpo que me ata a la Tierra y, si salgo de acá, solo voy a poder ofrecerte un par de piernas temblorosas para seguir tus pasos; a veces, una mirada ausente.

Los desafiaría y me propinaría yo los puños y me aplicaría la picana para no darles tu nombre, negándoles el placer de hacerlo ellos. El agua del barril, la falta de respiración, fortalecen el silencio que envuelve tu imagen en mi mente con un mantel de margaritas y un sombrero de paja. Amurallo tus letras por detrás de los ojos junto con dos o tres ideas aún inalteradas. Pueden estar buscándote. ¿Cuáles serán las pistas que sigue un asesino? ¿Dónde posa sus ojos? ¿Qué roce habrá aflorado alguna vez de su mano sin provocar arcadas ni causar deshonor?

Como Scherezade cuento una historia cada noche para salvar mi vida. Aunque narro todos los días la misma ficción, hasta el mínimo detalle, oculto algunos personajes y evito ramificaciones, para proteger otras vidas. Las palabras dichas en el momento oportuno y con la tonalidad justa, sirven como escudo, aire, agua y prórroga de un proceso del que a veces desearíamos ver el final.

Hoy no me dieron el desayuno. No es que extrañe esa masa informe, marrón y con gusto, temperatura y textura de mármol; pero, quizá, esta tarde, mi amor, te dedique en secreto la última historia.

Tu amada escondida.

A Mario

Filed under: Redacción: Cuarto ejercicio — Alicia at 6:31 pm on lunes, abril 26, 2010

? Amado mío:?

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Me dijeron un día que el amor no se mide por el tiempo, dejé entonces de contar los minutos y compartimos sin límites la extensión de nuestras horas.

Percibí una mañana que los aromas se esfuman en el aire, armé un contenedor para evitar perder la fragancia de tu cuerpo y lo llevé conmigo.

Cuando descubrí que los sonidos se pierden en la inmensidad de los espacios, contuve en mi corazón tu voz y tus palabras y me sostuve en ellos.

Cuando mis manos se volvieron pájaros ante lo inescrutable, me aferré a las tuyas y las retuve, como a un nido seguro.

Y caminé la vida sorteando los escollos a tu lado. A punto tal que aún el más osado supo de nuestras fuerzas y se hizo vulnerable.

Tuve la lasitud del que agoniza cuando esa misma vida nos golpeó sin reparos y recobré las fuerzas cuando sentí tus brazos impidiéndome caer.

Cuando algunos se fueron de la escena, supe que solamente estábamos vos y yo y nuestros amores más cercanos. Porque los demás no estaban. O estaban y no se hicieron ver. O miraron este nocaut como una derrota por puntos de la que saldríamos indemnes. O simplemente consideraron que ésta no era su pelea.

Y continuamos.

En el diario trajinar y en los tiempos del reposo. En los días de sol y en las noches de tormenta. En las madrugadas de insomnio y en las tardes felices.

Y nos unimos más.

En las palabras de reclamos y en los silencios compartidos. En los breves desencuentros y en las eternas reconciliaciones. En mi sensación infinita de saber que estás ahí, con tu capacidad encubierta de protegerme y protegernos.

Así, hiciste mis senderos transitables, cálidos mis lugares e incontables mis emociones.

Hoy te llevo conmigo más que a la vida misma y en el umbral de esta tercera edad, sigo a tu lado celebrando nuestro amor y a nuestros hijos.

Por todo ello, por esta tibieza que inunda nuestra casa y nuestras almas, por? enlazarnos cada día más allá de nuestros brazos, por poder mirar hacia atrás y sentir la plenitud lograda, gracias…