Cal y sangre

Filed under: Redacción: Cuarto ejercicio — Carminacd at 10:21 am on viernes, abril 30, 2010

Amor escondido

Te dedico esta carta desafiando al tiempo y a la lógica. ? No me dieron lápiz (hubiera querido uno negro que escribiera fuerte y decidido, de esos que dejan un canal en la hoja debajo de su trazo) y ni hablar de un teclado. Los muros van a sustituir tanto el papel como la pantalla y me permitirán sentir que soy una Marqués de Sade del siglo veintiuno aunque no lleguen mis paredes a transformarse en libros. La amplitud del mensaje depende de mi astucia. Esparciré vocablos hasta cuando descubran que logro desatarme las sogas que inmovilizan mis manos y aflojar la venda apestosa y húmeda y, aunque una vez fuera blanca, hoy ya gris. Cuando me cubren, baja un hedor nauseabundo hasta mi boca y, para no vomitar sobre mi propia túnica, recreo el sabor del chocolate con churros que me ofrecías en el bar de la esquina (ese iluminado a medias por farolitos chinos anaranjados que le daban un toque íntimo y exótico a la última mesa). Recordatorio: liberar al canario apenas salga de acá. La amplia jaula de rejas verdes es espaciosa para él solo, pero no deja de ser una prisión. Nunca van a saber a quién dedico estas letras. Perdoname si no logro rememorar nuestras tardes en el patio de la iglesia, sentados en el banco de madera o si el ímpetu que da a luz las palabras no queda reflejado en unos pobres signos.

Esa noche, cuando fueron por mí, hubiera revestido con sangre tus huellas sobre la cama, en el respaldo del sillón, el picaporte de la puerta de mi cuarto, la cucharita del café; hubiera preferido quemar la casa tan sólo por ocultarte.

Sigo marcando la pórtland para acercarme a la única pureza que resiste intacta. Me privaron de mi hogar, destruyeron los muebles y arruinaron mis libros (¿Te acordás de la encuadernación de “Las mil y una noches”?); poseyeron este cuerpo que me ata a la Tierra y, si salgo de acá, solo voy a poder ofrecerte un par de piernas temblorosas para seguir tus pasos; a veces, una mirada ausente.

Los desafiaría y me propinaría yo los puños y me aplicaría la picana para no darles tu nombre, negándoles el placer de hacerlo ellos. El agua del barril, la falta de respiración, fortalecen el silencio que envuelve tu imagen en mi mente con un mantel de margaritas y un sombrero de paja. Amurallo tus letras por detrás de los ojos junto con dos o tres ideas aún inalteradas. Pueden estar buscándote. ¿Cuáles serán las pistas que sigue un asesino? ¿Dónde posa sus ojos? ¿Qué roce habrá aflorado alguna vez de su mano sin provocar arcadas ni causar deshonor?

Como Scherezade cuento una historia cada noche para salvar mi vida. Aunque narro todos los días la misma ficción, hasta el mínimo detalle, oculto algunos personajes y evito ramificaciones, para proteger otras vidas. Las palabras dichas en el momento oportuno y con la tonalidad justa, sirven como escudo, aire, agua y prórroga de un proceso del que a veces desearíamos ver el final.

Hoy no me dieron el desayuno. No es que extrañe esa masa informe, marrón y con gusto, temperatura y textura de mármol; pero, quizá, esta tarde, mi amor, te dedique en secreto la última historia.

Tu amada escondida.

A Mario

Filed under: Redacción: Cuarto ejercicio — Alicia at 6:31 pm on lunes, abril 26, 2010

? Amado mío:?

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Me dijeron un día que el amor no se mide por el tiempo, dejé entonces de contar los minutos y compartimos sin límites la extensión de nuestras horas.

Percibí una mañana que los aromas se esfuman en el aire, armé un contenedor para evitar perder la fragancia de tu cuerpo y lo llevé conmigo.

Cuando descubrí que los sonidos se pierden en la inmensidad de los espacios, contuve en mi corazón tu voz y tus palabras y me sostuve en ellos.

Cuando mis manos se volvieron pájaros ante lo inescrutable, me aferré a las tuyas y las retuve, como a un nido seguro.

Y caminé la vida sorteando los escollos a tu lado. A punto tal que aún el más osado supo de nuestras fuerzas y se hizo vulnerable.

Tuve la lasitud del que agoniza cuando esa misma vida nos golpeó sin reparos y recobré las fuerzas cuando sentí tus brazos impidiéndome caer.

Cuando algunos se fueron de la escena, supe que solamente estábamos vos y yo y nuestros amores más cercanos. Porque los demás no estaban. O estaban y no se hicieron ver. O miraron este nocaut como una derrota por puntos de la que saldríamos indemnes. O simplemente consideraron que ésta no era su pelea.

Y continuamos.

En el diario trajinar y en los tiempos del reposo. En los días de sol y en las noches de tormenta. En las madrugadas de insomnio y en las tardes felices.

Y nos unimos más.

En las palabras de reclamos y en los silencios compartidos. En los breves desencuentros y en las eternas reconciliaciones. En mi sensación infinita de saber que estás ahí, con tu capacidad encubierta de protegerme y protegernos.

Así, hiciste mis senderos transitables, cálidos mis lugares e incontables mis emociones.

Hoy te llevo conmigo más que a la vida misma y en el umbral de esta tercera edad, sigo a tu lado celebrando nuestro amor y a nuestros hijos.

Por todo ello, por esta tibieza que inunda nuestra casa y nuestras almas, por? enlazarnos cada día más allá de nuestros brazos, por poder mirar hacia atrás y sentir la plenitud lograda, gracias…

VENDIDO

Filed under: Relato - Cuarto ejercicio — Alicia at 5:53 pm on lunes, abril 26, 2010

VENDIDO?

La violencia es el miedo

a los ideales de los demás.

Mahatma Gandhi?

Como en la cámara lenta de un film inconcluso, las imágenes pasan por mi mente formando parte de un rompecabezas que no se si algún día terminaré de armar. Los protagonistas cruzan frente a mí, arraigándose en mi alma hasta quedarse allí sin intentos de irse, para siempre.

1. MAMÁ

Era de tez muy blanca, de ojos azules y claros como el cielo de la primavera que casi no llegó a admirar. Y con pecas. En las mejillas, en la frente y sobre todo en la nariz que, por pequeña, parecía desaparecerle sobre los labios.

Papá decía que semejaba una lamparita de almacén ensuciada por las moscas. Entonces ella protestaba y mi hermana y yo reíamos sin parar, perseguidas hasta caer sobre el césped del jardín, unidas las tres en un abrazo interminable.

La describo en un intento por lograr que, pasados tantos años,? quienes no la conocieron? tengan de ella esa imagen que las fotos deslucidas no permiten recrear.

Rescaté algunas, guardadas en el maletín de cuero de mi padre. De su fiesta de quince años, de su egreso de la secundaria, de su casamiento y de sus? embarazos; de color sepia o desteñidas por el paso del tiempo. Con ellas y mis recuerdos, aliento? la esperanza de mantener incorruptible el? infinito amor que? nos unió.

?

2. PAPÁ

Trataba de imponer el orden y marcar los límites, escondiendo tras su apariencia severa la ternura que le afloraba inconscientemente sólo de mirarnos.

Porque éramos, según decía, sus princesas. Y nosotras lo sabíamos.

Mamá recurría a él cada vez que con mi hermana sobrepasábamos esos términos impuestos; entonces a ambas nos costaba poco modificarlos y doblegar su voluntad a fuerza de arrumacos y disculpas encubiertas.

Fanático de Rácing, los domingos y feriados eran para él sagrados. Desde antemano no lo incluíamos en los eventos familiares; la previa, el partido, la salida y todos sus referentes formaban un compacto que colmaban las veinticuatro horas y parte de los días subsiguientes.

Son escasas las fotos que lo muestran.? La tecnología de entonces lo obligaba a permanecer fuera del cuadro, en el afán por retratarnos y admirar posteriormente las imágenes deseadas.

Me dejó como legado, junto con mi madre, el valor en la búsqueda acérrima? de los ideales y en la lucha inagotable por lograrlos.

3. MI HERMANA

Elisa, mi hermana, apenas un año mayor.

Éramos inseparables. Podría afirmar que fueron escasas las vivencias que no compartimos.

No se si ello fue totalmente bueno. Sólo se que mis propios recuerdos se duplican cuando añoro aquellos tiempos, retrotrayéndome a una etapa donde nada hacía suponer lo que vendría.

Su carácter apocado contrastaba con el mío, creando un vínculo que me comprometía a resguardarla. El destino o los hombres se ocuparon de echar por tierra mi ambición.

4. MIS ABUELOS

Sólo conocí a mis abuelos maternos. Los paternos murieron antes de mi nacimiento, antes aún del matrimonio de mamá y papá.

La abuela Renata. Pequeña, pausada, de pelo blanco recogido en un rodete bajo que remarcaba su escasa estatura. De? manos callosas, consecuencia? inevitable de una vida acostumbrada a las labores rústicas, había nacido en el seno de una humilde familia del norte de la Italia campesina. Sus abrazos entonces contenidos debieron suplantar años más tarde mi cobijo faltante.

Y el abuelo Gino. Imponente, hiperactivo, con una voz que resonaba desde lejos generando escozor en quienes no lo conocían.

El cabello oscuro y rizado contrastaba vivamente con los ojos, que la abuela denominaba del color del tiempo. La raigambre latina se manifestaba vivamente en su pensar y en su hacer.

Y también del abuelo éramos predilectas. A? escondidas de todos nos llevaba a? recorrer? las huertas vecinas, regresando siempre con algunos obsequios clandestinos.

Combinábamos? entonces la dulzura encubierta de la abuela con el vigor casi exagerado de aquel napolitano avasallante. Fueron los padres sustitutos que, tiempo después, salvaron mi alma del abismo.

?

5. MI HISTORIA

Cuando llegué a la? estación del ferrocarril? ya el tren se había marchado. Dudé entre atribuirlo a la mala suerte o a mi subconsciente; había cumplimentado los trámites que me requirieron en el lugar y regresaba. No quise una despedida masiva para evitar emocionarme, pero ahora me daba cuenta que tal vez algunos abrazos sinceros me habrían reconfortado.

Me encaminé sin prisa hacia la boletería a fin de averiguar el horario de la próxima formación con destino a Buenos Aires. No volvería al hotel, tal vez me hiciera bien un recorrido por las antiguas calles de tierra que me habían visto crecer.

Cargué la mochila y me dirigí a la salida. Eran sólo cinco cuadras asfaltadas; más allá, la polvareda formaba una cortina que se disipaba intermitentemente impidiéndome distinguir detalles. Conocía de memoria el trayecto, podía casi adivinar cada tramo, experimentando sensaciones irrepetibles envueltas de nostalgia.

Todo estaba igual. Los años habían congelado en el tiempo aquel pueblo sin visión y sin futuro. Y los recuerdos agolpándose sin tregua.

La vereda alta y las paredes de ladrillos sin revoque que servían de refugio a las arañas. El mágico pasatiempo de introducir palitos en sus telas hasta hacerlas aparecer y cuando lo lográbamos, correr huyendo del peligro.

El olor y el color de las glicinas que caían como cascadas por sobre las rejas de la casa de Don Joaquín. Un aroma que me acompañaba entonces y me impregnaba el corazón en esa tarde, recreando lo que creía olvidado.

Hacia los lados, las calles transversales mostraban el empedrado que lucía más lustroso por el correr del tiempo. El sonido de los cascos del caballo petiso del carro del abuelo, golpeando cada piedra como un rítmico bongó.

-? ¡Laura, no subas al árbol que puedes caerte!

Las palabras de mi madre me invadían en medio de los recuerdos que se hacían más fuertes a medida que avanzaba.

Y el patio que asomaba al acercarse, inmóvil con el paso de los años, reteniendo en sus rincones emociones queridas. El tanque de cemento de doscientos litros conteniendo el agua llovida que se utilizaría en el aseo personal y el lavado de la ropa. Los canteros en el medio, tapizados de gramilla y luciendo en su centro los limoneros y naranjos que llenaban de azahares el suelo en primavera. El gallinero alejado de la casa donde la abuela recogía cada día los huevos de las gallinas batarazas.

Y la cocina. Un paraíso de colores y de aromas que llenaban la casa e invadían las lindantes. La? comida deliciosa y a punto, antes de partir hacia la escuela. El lugar de reunión al regresar, con el olor de las tostadas y el dulce casero de duraznos? que brillaba en los frascos desde la alacena.

-? ¡Es la hora del almuerzo y aún no se han levantado! ¡Llegarán tarde a la escuela!

Ese timbre de voz inconfundible que a pesar del tiempo transcurrido, parecía haberse quedado para siempre en mis oídos y en mi alma. Mi madre ocupando cada espacio, cada instante, en una permanente película en blanco y negro donde mi hermana y yo ocupábamos los roles de importancia.

Siguiendo hacia la esquina, la antigua carnicería transformada ahora en un salón de exposición de automotores. El? local al que se accedía desde el? patio, cruzando el corral donde los cerdos esperaban ser faenados. Sortear el fango para despedirse del abuelo cada tarde y? regresar cuidando? no ensuciar las impecables zapatillas.

Y mi padre. Uno de los actores principales? frente a esa cámara lenta que ponía hoy en mis pupilas los días más felices. Mi padre empujando las hamacas del parque con un vaivén que se intensificaba hasta hacerme sentir que podía tocar el cielo con las manos. Mi padre regresando cada noche, intentando llegar antes que el sueño para cargarme en brazos hasta la habitación.

Las mañanas de los sábados compartiendo la cama de dos plazas, repitiendo cada sílaba del libro? hasta leerlo sin ayuda.

Su mano apretando con fuerza la mía al cruzar una calle, llevándome al colegio, sosteniéndome en andas? las tardes de domingos.

Una vez al? mes aquellos domingos se vestían de fiesta. La función en el único cine del pueblo, transportándome a un mundo desconocido y atrapante y el helado de dulce de leche tomado con cucharita de madera a la salida. Y la sensación infinita de sentirme protegida y amada creía que por siempre. Hasta que la vida me demostró lo contrario.

Aquella gente extraña que merodeaba el pueblo en actitud acechante.

Los vehículos desconocidos que circulaban por las calles y los barrios del poblado, estacionaban durante minutos y se alejaban con destino incierto. Los comentarios llegados desde ciudades vecinas sobre desapariciones de personas, a los que no siempre se les daba fe.

Mamá y papá viajando a veces durante días y dejándome junto a mi hermana a cargo de los abuelos. .Los? breves regresos de mamá y los viajes reiterados, sin motivos aparentes.

El abuelo llevándome a la escuela y la abuela reemplazando? la figura materna en las cada vez más prolongadas ausencias.

Los ataques a periodistas y las quemas de libros de ideología marxista, confiscados en librerías de las grandes ciudades. La presencia cada vez más asidua de los autos que recordaba verdes, moviéndose lenta y sigilosamente por el pueblo. La aparición de papeles en las calles, a los que el abuelo llamaba panfletos políticos que no había que considerar.

Las noches desvelada esperando el regreso y el sueño que me vencía cada vez. El? reinicio de? la vigilia al día siguiente y al otro y al otro, ya sin cuenta. El rostro del abuelo transformado en una mueca constante que delataba el miedo y la tristeza. El llanto de la abuela cada noche cuando nos creía dormidas.

Los días que se transformaban en semanas sin mamá y papá.

Aquel domingo de julio que culminó en festejo con la imprevista llegada de los dos. El abrazo inagotable abarcándonos a todos, la cena compartida y la noche alargada hasta la madrugada prolongando el momento. Las manos de mamá entrelazadas con las mías. El sueño cubriéndome sin prisa en los brazos de mi padre.

El despertar con el terror en el alma ante los golpes en la puerta y los gritos destemplados. La irrupción en nuestro cuarto y en el de los abuelos hasta detenerse en el de nuestros padres y vociferar. Los minutos- horas- eternidad de alaridos, golpes y amenazas. Elisa corriendo hacia los brazos de mi madre, desencadenando el peor final.

Y luego las sombras y el rugir de los autos que creía verdes, hasta el silencio sepulcral nacido del espanto, la desesperación y la impotencia.

Los años posteriores asimilando la familia incompleta y creciendo con ausencias. La culminación de los estudios y la partida a Buenos Aires.

El tiempo inclemente llevándose al abuelo y a la abuela, tras una lucha inclaudicable en busca de respuestas inhallables y esperanzas vacías.

Y la vuelta.

? Mirando las paredes sin revoque que servían de refugio a las arañas, aspirando el aroma de glicinas, pisando el? empedrado más brillante que entonces.

– ¡Laura, no subas al árbol que puedes caerte!

– ¡Es la hora del almuerzo y aún no se han levantado! ¡Llegarán tarde a la escuela!

Los limoneros y? los naranjos, los azahares y los huevos de las gallinas batarazas. Las tostadas y el dulce de duraznos. La carnicería del abuelo. El cine, el helado de dulce de leche, las hamacas y la cama de dos plazas.

Por todo eso, por las caricias huecas y el amor mutilado, por el sinfín de ausencias que nunca han de llenarse, por las ansias vacías de volver al pasado, el cartel de VENDIDO en la ventana del cuarto de la abuela, me estrujó el alma.

Filed under: Creatividad - Segundo ejercicio — barbara at 11:15 pm on jueves, abril 22, 2010

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.

Eche la cabeza para atrás para intentar detener la hemorragia de la trompada que me había dado. Mis manos temblaban, tal vez del frío o quizás del miedo. Nunca había sentido tanta adrenalina en mí, ni mucho menos me había considerado capaz de reaccionar de semejante manera.

Seguí caminando como cualquier persona lo haría al salir a dar una vuelta. Me tape la cara con la bufanda de lana que había llevado con mijo, y seguí adelante pensando cual sería mi siguiente paso.

Por un momento pasó por mi mente la idea de regresar y enfrentar nuevamente a ese bastardo. Arrancar algún fierro de los barrotes que cercaban las vías del tren o alguna rama gruesa y fuerte de los moribundos árboles, o quizás levantar alguna botella rota que había por el suelo, eran opciones que consideré para acabarlo si desidia regresar. También consideré de ir para mi desolado departamento, dirigirme sin rodeo alguno hasta la cómoda de la habitación y sacar del segundo cajón a la izquierda, por debajo de la ropa que a presión había guardado, una pequeña arma que había guardado desde hace mucho tiempo. Nunca lo había usado, pues nunca había tenido motivos para ello. Era completamente nueva, y aunque comúnmente no soportaba tenerla en mano o pensar que lo tenía cerca, a solo unos metros de donde dormía, en esa ocasión verdaderamente desee tenerla con migo, sostenerla con firmeza y apretar ese pequeño gatillo sin siquiera vacilar.

¿Qué hubiera pasado de haber regresado?

La mejor opción era romper una de las ventanas de atrás. En una casa tan grande no se escucharía el vidrio romperse, y de seguro ellos estaban en el segundo piso, en uno de los tantos cuartos de la casa. Caminaría silenciosamente hasta subir las escaleras. Una vez arriba, bastaría solo con seguir los ruidos, gemidos y golpes que de seguro habría. ? Abrir la puerta de la habitación de un golpe sería algo que definitivamente? lo tomaría por sorpresa. Seguramente la haría a un lado a ella tirándola al suelo, y en cuestión de segundo tomaría su arma. Pero antes de que eso sucediera, yo ya habría efectuado el primer disparo, y de seguro que no fallaría.

¿Y de haber llevado el fierro o la rama?

Antes de que alcanzara su arma, me abalanzaría hacia él y lo golpearía hasta desangrarse. En cambio, con el pedazo de vidrio se lo habría clavado en el estomago y luego en la garganta.

De cualquier forma que decidiera matarlo, se formaría un gran charco de sangre en el piso y mis huellas estarían por doquier. Todos habían visto la discusión que habíamos tenido, todos sabían de mi profundo odio hacia él, no había forma de que escapara a una prisión perpetua. Pero lo bueno era que ella ya no tenía que escoger, ahora quedaba yo y nadie más. Podía hacerla feliz, siempre se lo había dicho de todas las maneras posible. Pero en vez de intentarlo, opto una vez más por el dinero antes que su bienestar.

Puede haberle dado mucho más de lo que tiene ahora, cosas que jamás podrá tener con todo el dinero de ese bastardo. Pude haber hecho de su vida un cuanto de princesas, como también pude haberla amado y coronarla de rosas y laureles como la mujer más bella del mundo.

Aunque, ahora que lo pienso mejor, ¿porque una mujer tan sucia y engañosa, que no dudo ni un instante en engañarme, merece tenerlo todo? Dinero y felicidad… Una vida de encantos, pues estaría librada de su marido, soltera y con mucho dinero.

Mejor la dejo en su gran agujero, y me pongo a pensar a donde voy a ir ahora no teniendo un mango. Tal vez, con algo de suerte, pueda recuperar mi trabajo perdido.

Filed under: Creatividad - Primer ejercicio — barbara at 9:48 pm on domingo, abril 18, 2010

8,45 de la mañana. Veo venir a una mesera que me trae el cortado que pedí, sobre una? bandeja que sostenía con ambas manos. Lo apoya en la mesa, y con un pulso tembloroso agarra la tasa de café y lo deja en frente mío. Luego camina hasta la barra del fondo y allí se queda parada.

El local esta casi vacío, hay dos jóvenes sentados? del otro lado de donde yo estaba, murmurando cosas que no llegaba a escuchar. Tres hombres al frente mío, hablaban en vos alta tomando cerveza. Charlaban como viejos amigos, sin siquiera terminar una oración y ya comenzando a decir otra, interrumpiéndose cada dos por tres, y dejando soltar una carcajada de a ratos. Concluyó la conversación con una absurda votación. Los dos más cercanos a mi votaron un «si», siendo estos los ganadores.

Sorbo un poco del café que ya se esta enfriando, y abro el libro que traje con migo. La Edición es? vieja, con letras chicas en tinta negra. De haber estado en mi casa, leerlo hubiera sido más simple, bastaba con ir a buscar una lámpara y encenderla cerca mío. Pero esta vez tengo que arreglármelas solamente con la luz que me regala el sol de esta mañana. La historia es verídica, había ocurrido hace tiempo atrás en un local parecido en el que yo estoy. Se trata de la vida de un viejo con un complicado problema de familia.

“Observo a la pequeña Lucía jugar en el columpio a lo lejos, y aun sabiendo que no era un experto, quiso intentar explicarle que ay cosas que se hacen sin pensar. Pero su cobardía fue tal que, al tropezarse torpemente con una roca, tomó eso como una señal, y se fue. Camino hacia el único lugar que aun lo aceptaba. Se sentó en su silla predilecta, y al no ocurriósele otra cosa, tomó el libro que siempre llevaba consigo.» leí.

Alguien entra al local, pero la campana de la entrada no suena. Escucho que se acerca, y se que viene a reclamar la deuda, pero aun así no levanto la vista, continúo leyendo.

«-Gallina…-» leo.

-Gallina… cobarde-dice furioso el recién llegado.

El disparó sonó muy fuerte, y yo caigo al piso. Tendido en el suelo abro mis ojos. Veo la mesera todavía sin hacer nada, a los jóvenes enamorados todavía murmurando, y veo también como salen del local, los tres viejos amigos.

Filed under: -Creación de personajes — barbara at 4:26 pm on sábado, abril 17, 2010

Supe, más bien supuse, que el señor de enfrente estaría levantado, ya que no es algo muy usual encontrarlo a las ocho de la mañana todavía en la cama. Es costumbre verlo a la mañana, cuando salgo con el coche a trabajar. Siempre lo veo de pie, meditando… y nunca puedo evitar preguntarme en que cuernos esta pensando.

Nuestra relación no es más que un ligero movimiento de mano en señar de saludo a la distancia. No recuerdo ni el nombre de él ni el de su esposa, pero aun así creo no equivocarme cuando dijo que son buena gente.

En cambio, ahí pasa el tipo de la esquina, zigzagueando por la calle arriba de su bicicleta. Ese es un nabo, y cornudo además, el pobre no ve las cosas ni aunque estén al frente de sus ojos. Aun así, cuando pasa cerca de mí, levanto la vista, sonrío amistosa mente, y lo saludo con un simple “¿Qué haces, pibe?, ¿todo bien?”. “Todo bien, ¿y vos?” contesta, “bien, bien” dijo yo mientras saca las llaves del auto.

Todas las mañanas son muy repetitivas, veo al del frente, al de la esquina, y pronto, dentro de algunos minutos, de seguro que pasa el churrero.

Ahí viene otra vez mi mujer, corriendo en camisón como si estuviéramos en verano. Bajo la ventanilla y me pasa una carpeta que ya me estaba olvidando.

-Siempre lo mismo-me dice-, con la cabeza en tus cuentos te olvidas hasta de saludarme.

-¡Bueno, che, que no puedo con todo!

Arranco el auto en un segundo, me despido de mi mujer, y una vez más voy camino al trabajo de siempre, cruzándome a las tres cuadras con el churrero que iba para casa.

Filed under: - Autorretrato — barbara at 11:29 pm on viernes, abril 16, 2010

Autorretrato

Nací el 25 de Junio de 1993, en Ituzaingo. No recuerdo bien donde fue, cosa muy absurda porque pasamos por la clínica casi todos los días. Queda a siete cuadras de mi casa, y la partera vive a dos.
Suelo ser despistada, y en parte eso es algo que fui aprendiendo porque quise, pues si prestara atención a todo lo que dicen o hacen en mi escuela ya me hubiera vuelto loca. Por ende suelo estar? en otra cosa, pensando… Eso sí, no me pregunten en que, porque no les sabría responder. Es que yo opino muchas cosas, y son tantas que es casi imposible ordenarlas para que otro las entienda.

Tengo tres hermanos, dos mayores y otro más chico. Con el del medio me llevo? bien, es más, es mi hermano favorito. Con los otros? dos no tanto, y no se muy bien porqué. Mis padres son muy distintos, pelean a menudo, pero aun así hace treinta años que están casados, y siete más que estuvieron de novios.

Somos muy distintos en verdad, y cuando discutimos hasta los vecinos se asustaron en varias ocasiones, sin embargo no los cambiaría por nada, puesto que solemos pasarla bien juntos, muy bien.

Eclipse de sol

Filed under: Poesía Tercer ejercicio — Daniel Colombini at 12:30 pm on viernes, abril 16, 2010

ECLIPSE DE SOL

Este oscurecerse de nuestro cielo
estas nubes sin ribetes de plata
este atardecer tan mezquino de luz
esta falta de promesa de estrellas
este anuncio de borrasca en el mar
este día de pájaros mudos
este apuro de nunca llegar
esta hueca fruición de vacío
esta ceguera de estatua de sal
estas manos huérfanas de destino
este desierto vacante de vida
este vano buscar el perdón

no es posible que sean duraderos
no será más que un eclipse de sol.

Daniel Colombini

RODOLFO Y YO

Filed under: Creatividad - Cuarto ejercicio — Alfonso at 8:26 pm on martes, abril 6, 2010

Mi coche Rodolfo y yo nos llevábamos bien. Yo le cuidaba adecuadamente y él me respondía estando a punto en todo momento. Pero, siempre hay algún pero en todas las relaciones, yo notaba que siempre quería tener la razón y que esto le llevaba a ser cada vez más independiente sin tenerme casi en cuenta. Lo que al principio fue una ventaja, solo le tenía que decir donde quería ir y él solo se encargaba de todo, apenas alguna orden para reconvenirle por la velocidad a la que siempre contestaba protestando de forma airada y haciendo algún comentario despectivo sobre mí inteligencia se convirtió un día en un problema.

Aquel día yo había decidido ir de vacaciones y me aprestaba alegremente a hacer un viaje que se prometía delicioso. Ya comenzó a ponerse impertinente a las primeras de cambio. Corría excesivamente y frenaba repentinamente en las curvas. Le tuve que recordar que íbamos de vacaciones y que deseaba contemplar la naturaleza. Me contestó con un comentario soez que me pareció fuera de tono y así se lo hice saber. Parece que no le gustó el comentario y aceleró bruscamente dirigiéndose en dirección contraria a la deseada. Me di cuenta que estaba enfadado y cambie de táctica intentando ser condescendiente. Incluso comencé a ser cariñoso recordándole todo lo que habíamos recorrido juntos. Logré que se calmara y pensé que era solo un bache, había que luchar por salir de él. Lo intenté durante todas las vacaciones pero no salió bien. No se si fue la edad o el excesivo trabajo pero a raíz de aquello la cosa fue cada vez peor y terminamos separándonos. Lo sentí mucho porque le había querido de verdad, pero estaba insoportable. Ahora estoy con Luis, un mil doscientos de cuatro puertas, rojo, jovencito, jovencito y no veas lo bien que se porta.

Mejor con kilos de menos

Filed under: Creatividad - Cuarto ejercicio — Carminacd at 6:07 pm on lunes, abril 5, 2010

?

-? ? ? ? ? ? ? ? ? ¡Hey! ¡Hey! Más despacito que entras muy frío.

Y el espéculo se detuvo en seco: -? Pero ¡cuánto lamento!. Hubiera visto cuando éramos de metal, entonces sí que podría haber sentido frío.

También se quejaba la camilla temblando debajo de la señora prominente que se le había acostado encima para ser revisada: – ¡Santo cielo , señora! Tenga en cuenta, un consejo nada más, hacer un poco de dieta antes de su próxima visita. Creo que me van a ceder las patas.

El espéculo transpiraba esforzándose por entrar entre tanta carne y se le escuchaba como dentro de un túnel terroso o de una mina profunda:

– Señora, no es que se distinga muy bien aquí dentro, pero puedo confirmar, según mi perspectiva, que todo está bien y normalísimo.

– Espera que te doy una mano. – le aseguró la linterna.

– Todo bien, señora, nos vemos en cuatro meses. Comience la dieta, de otra forma, no me va a dejar lugar para entrar.

Eter no respirable

Filed under: Microrrelato: Tercer ejercicio — Sofia Moreno at 3:54 pm on domingo, abril 4, 2010

“Vamos a avisar a la base. Esto no me gusta. Las branquias no soportan este éter. No puedo dar permiso para salir a explorar, es demasiado peligroso.”

Se acercó a la consola de mandos y pulsó una serie interminable de teclas. Al poco rato apareció la respuesta en la pantalla holográfica. El mando de la base aprobaba la decisión del jefe. Por ahora no podían salir, así que siguieron observando con las sondas mecánicas, pequeños y redondos artilugios que se movían por la superficie del planeta, esquivando obstáculos y deteniéndose en ocasiones ante objetos nuevos. Registraban todo tipo de datos sobre las extrañas cosas que habitaban este lejano cuerpo estelar. Los datos llegaban inmediatamente a la nave y los viajeros analizaban su contenido.

Lo primero que habían analizado era el suelo, embarrado. Nada raro en él, todos los elementos parecían normales. El aire era el que les planteaba problemas. Sus previsiones habían fallado, pues su composición química era tal que no podrían salir del vehículo hasta haber ideado alguna forma de poder soportarlo. Si no lo conseguían a tiempo, tendrían que volver sin haber podido salir. Sería una tremenda decepción, pero las órdenes habían sido muy estrictas: no poner en peligro a los tripulantes. No alterar las discretas relaciones con aquel planeta. No interferir en él. Observar y recoger datos. Nada más.

Las horas iban pasando lentamente. Los viajeros esperaban comunicación de su base. Allí trabajaban sin descanso para poder hallar alguna solución a la cuestión del aire.

Mientras tanto, llegó la hora de comer. Por turnos, los cinco tripulantes se acercaron al módulo de alimentación. Relajaron sus extremidades y cerraron los ojos. Pulsaron la techa adecuada y recibieron a través de los poros de su piel el alimento delicioso. Era reconfortante y les permitía mantenerse alertas y despiertos durante otras 8 horas. Sentaba bien.

Cada tripulante tenía un cometido a bordo. Maz monitoreaba las comunicaciones locales. Había identificado distintos tipos de conexión, los mismos que ya habían analizado los especialistas desde su lejano planeta. Ahora escuchaba una conversación entre dos habitantes. Más o menos era así:

“ – Mamá, ya te he dicho que estoy fenomenal, no hace falta que me llames todos los días…
– Pero hijo, es que no te has llevado las pastillas para la alergia. ¿Y si te da una crisis?
– Mamá, no me va a dar ninguna crisis, hace años que no me pasa. Te voy a dejar, que nos están llamando. Salimos a dar una marcha hasta el cerro. Dormiremos allí, de acampada.
– Qué bien cariño. ¿Lo estás pasando bien? ¿Es lo que tú querías?
– Sí, sí, Mamá, es todo genial, no te preocupes. Bueno, venga, prométeme que no me volverás a llamar hasta dentro de tres o cuatro días, Mamá, no me seas pesada…
– Vale, cariño, un beso, cuídate, hasta pronto, nos vemos el día 18, ya sabes que iremos a buscarte.
– Sí Mamá, ya lo sé, un besito, venga, adios, adios…»

La comunicación se interrumpió. Maz no entendía bien de qué demonios estarían hablando, pero eso ya lo estudiarían los de la base. Se limitó a transmitir los datos y abrió otro canal de comunicación.

ALTAMIRA

Filed under: Ensayo: Primer ejercicio — Alfonso at 5:16 pm on viernes, abril 2, 2010

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Marcelino Sanz de Sautuoloa, perteneciente a una de las más importantes familias señoriales de Cantabria tenía una residencia en una espléndida finca en Puente San Miguel y era muy aficionado a dar paseos por el campo en los veranos del norte de España. Tenía en 1879 48 años cuando un aparcero que trabajaba para él y que en esos momentos estaba cazando con su perro le avisó de que siguiendo a éste había descubierto una cueva. Don Marcelino y su hija María, de ocho años, entraron a explorar la cavidad y fue ésta la que viendo los dibujos le avisó “¡Mira, papá! ¡Bueyes pintados!” Acababan de descubrir las pinturas de la Cueva de Altamira, considerada la Capilla Sixtina del arte rupestre datadas entre 15.000 y 12.000 años a. c.

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Se localizan en Santillana del Mar (Cantabria, España).

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Pigmentos empleados – La pintura está hecha con pigmentos minerales ocres, marrones, amarillentos y rojizos, mezclados con aglutinantes como la grasa animal. El contorno de líneas negras de las figuras se realizó con carbón vegetal. Se aplicaron con los dedos, con algún utensilio a modo de pincel y en ocasiones soplando la pintura a modo de aerógrafo.

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Tratamiento del volumen – Aprovechan el relieve natural de la roca y a veces la modelan interiormente para dar un efecto de volumen y movilidad.

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Tratamiento del movimiento – El relieve de la cueva y el raspado de ciertas zonas aportan a las imágenes gran movilidad y expresividad.

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? Iconografía – Las representaciones rupestres de Altamira podrían ser imágenes de significado religioso, ritos de fertilidad, ceremonias para propiciar la caza o puede interpretarse como la batalla entre dos clanes representados por la cierva y el bisonte.

? ? ? ? ? ? ? ? ? ? La cueva de Altamira es relativamente pequeña: sólo tiene 270 metros de longitud. Presenta una estructura sencilla formada por una galería con escasas ramificaciones. Se definen tres zonas: la primera está formada por un vestíbulo amplio, iluminado por la luz natural y fue el lugar preferentemente habitado por generaciones desde comienzos del Paleolítico Superior. La segunda es la gran sala de pinturas polícromas, apodada «Capilla Sixtina del Arte Cuaternario». Finalmente, existen otras salas y corredores en los que también hay manifestaciones artísticas de menor trascendencia.

? ? ? ? ? ? ? ? ? A partir de ese momento, las cuevas de Altamira se han estudiado atentamente para descubrir su significado, su técnica, etc. Su bóveda sigue manteniendo los 18 m de largo por los 9 m de ancho, pero su altura originaria (entre 190 y 110 cm.) se ha aumentado al rebajarse el suelo para facilitar la cómoda contemplación de las pinturas.

? ? ? ? ? ? ? ? ? El animal más representado es el bisonte. Hay 16 ejemplares de diversos tamaños, posturas y técnicas pictóricas. Se observan junto a caballos, ciervos y signos tectiformes. Los artistas de la cueva de Altamira dieron solución a varios de los problemas técnicos que la representación plástica tuvo desde sus orígenes en el Paleolítico. Tales fueron el realismo anatómico, el volumen, el movimiento y la policromía.

? ? ? ? ? ? ? ? ? La sensación de realismo se consigue mediante el aprovechamiento de los abultamientos naturales de la roca que crean la ilusión de volumen, la viveza de los colores que rellenan las superficies interiores (rojo, negro, amarillo, pardos) y la técnica del dibujo y del grabado, que delimita los contornos de las figuras.

? ? ? ? ? ? ? ? ? El Bisonte encogido es una de las pinturas más expresivas y admiradas de todo el conjunto. Está pintado sobre un abultamiento de la bóveda. El artista ha sabido encajar la figura del bisonte, encogiéndolo, plegando sus patas y forzando la posición de la cabeza hacia abajo. Todo ello destaca el espíritu de observación naturalista de su realizador y la enorme capacidad expresiva de la composición.

? ? ? ? ? ? ? ? La gran cierva, la mayor de todas las figuras representadas, tiene 2,25 m. Manifiesta una perfección técnica magistral. La estilización de las extremidades, la firmeza del trazo grabado y el modelado cromático le dotan de un gran realismo. No obstante, acusa, en su factura algo pesada, una cierta deformación. Seguramente originada por el cercano punto de vista del autor. Debajo del cuello de la cierva aparece un pequeño bisonte en trazo negro.

? ? ? ? ? ? ? ? El caballo ocre, situado en uno de los extremos de la bóveda, fue interpretado por Breuil como una de las figuras más antiguas del techo. Este tipo de póney debió de ser frecuente en la cornisa cantábrica, pues también le vemos representado en la cueva de Tito Bustillo, descubierta en 1968 en Ribadesella. Es muy posible que sea de la misma tipología que el representado en la cueva alcarreña Los Casares.