Bajo la Nieve

Filed under: Relato - Primer ejercicio,Varios — SILVIA SOLIS CAMACHO at 5:47 am on domingo, noviembre 22, 2009

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.

Pero la curiosidad me hizo dar marcha atrás. Me detuve un instante para ver a través de la ventana. La saludaste con el mismo aire de familiaridad que muestra Tuffy cuando me ve llagar a casa.

Seguía nevando. Ella corrió hacia ti y la vi cubrirte de besos; de esos besos que llenan la pantalla.

? Amparándome en las sombras volví sobre mis pasos y mis recuerdos se situaron ? justo en el momento de conocerla.

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-Me llamo Alejandra; vengo de Buenos Aires –dijo estrechando mi mano tan débilmente que? su contacto fue casi imperceptible.

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-Soy Dante Moncada, de Canadá. Estuve algún tiempo en París. De hecho, hace poco? también visité Argentina: ¡Che!? ¡Qué macanudo! –agregué risueño para romper el hielo. Tengo la impresión de haberla visto antes… ¿Hace mucho que llego?

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-No, cuatro o cinco semanas pero no creo permanecer mucho tiempo;? no termino de adaptarme a este clima. La nieve parece ser “La tierra más lejana”, la que vive arropada en este frío que cala los huesos y aleja al más firme bullicio sepultándolo en el más profundo silencio.

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-Ahora recuerdo –dije con aire de triunfo. Su poesía es impresionante. No podía ser de otra manera. ¿Vino a descansar?

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-No. En realidad vine a recobrar “Las aventuras perdidas” en la noche.

-¿Se refiere a su estancia en París?

-De ese tiempo, pienso más en lo que leía que en lo que escribía. Pero cuando llegué aquí, cerré los ojos tratando de olvidar todo.

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Me pareció ver un dejo de amargura en su rostro. Observándola con mayor cuidado pensé que era una mujer rara. Alta, delgada, de ? ojos inexpresivos, fijos, como perdidos. Daba la impresión de llevar sobre sus espaldas ingente carga de solitaria tristeza.

Su cabello castaño, escaso; rebelde, muy corto. Pero no pude definir su edad. A simple vista podría decirse que era muy joven pero sus palabras eran tan contundentes como las de alguien de mayor experiencia.

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-Busco conjurar, exorcizar a la desgracia de la que fui y para la que fui Nada rima con nada. Es como diluirme gota a gota en? esta tierra. Siento la nieve vertida sobre mí como la lápida de mi propia tumba –hablaba como para ella; sin pausas:

? Busco? refugio en las moradas del consuelo. En? esa opaca alegría donde todo parece nada; hasta el amor cambia de posición como un cuerpo vacío da vueltas en noches de insomnio.

Hace tiempo –prosiguió-? perdí “La última inocencia”; la guardé en algún lugar, en ? la “Extracción de la piedra de la locura” y la infancia quedó? relegada en algún sitio.

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Recordar nuestro? primer encuentro aún me llena de miedo. Frecuentemente veo sus pasos ir directo al vacío. Ilusamente? pretendí rescatarla de? una personalidad que sentía tan distante a la tuya; como si fueras otra. En mi mente buscaba su cuerpo para ungirlo de ese perfume escandaloso y brillante. Quería verla alegre; arrancarla ? de ? una vez por todas de esa penumbra.

El tiempo que pasamos juntos fue tan breve, que? en la primera oportunidad, ? cada instante que vivimos, escapó perdiéndose en la ventisca.

No debí obligarla a renunciar a sí. A su privilegio de refugiarse en las espinas de un dolor que parecía tener su origen en el más allá.

No debí disfrazarla? de felicidad. Obligarla a representar –en mi imaginación- a una mujer de vida fácil dispuesta a la dicha momentánea. La imaginaba con su vestido rojo; tan rojo como? el carmín de sus labios, como la espesura del líquido que escapa de las heridas.?

Se decía otra, la otra que era, ? la que escapaba? buscándose en las alegorías del reposo.

A ti y a mí nos enfrentó en un proceso de traición que si hubiera sido cierto, hubiera sido hasta sublime. Te ? habría matado pero, ? tu idilio, era la cortina de niebla? lista para cubrir sus verdaderas intenciones.

Un presentimiento me seguía como el ladrón acecha a su presa. ? Por eso vine a reclamarte, a pedirte que te alejaras. Vine a exigir mi prioridad en su destino.?

Ella burló de mí igual que se burlaba de ti, de tu ingenua persistencia para librarte de? mí alimentando tus necias pretensiones.? Pero tú amabas a la otra que era, no a la que yo conocía. Ésa otra acostumbrada a la superioridad? de verse al espejo presa de un vestido copado de brillantes lentejuelas. Montada en su ostentoso carro, con sus pasos tambaleantes? y? su tufo barato. Y yo la amaba a ella siempre situada en su otra orilla, vista en el perfil ? de? las sombras de su silueta penetrarte.

¿Cómo pude confundirla con otra? si fue única? ¿Cómo pude pensar que era otra si ella irradiaba la inconfundible sensibilidad de su aura de poeta y la otra, sólo pudo ser esa puta o cualquier otra?

Parecía ser absolutamente cierto eso de que, uno termina por matar? al ser amado aunque, en este caso, ella misma no pudo sujetar el hilo de su existencia.

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Cuando tu puño se estrelló en mi nariz, me di cuenta que definitivamente no se trataba de ella.

No hubo forma de avanzar por ningún camino sin dejar rastro porque, ? en esta vida o en la otra, irremediablemente la encontraría.?

Seguía nevando. Nevó, durante toda la tarde.

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