La leyenda de Salina

Filed under: Relato - Primer ejercicio — Indalo at 12:16 am on sábado, noviembre 28, 2009

Archisabido es que las mujeres dotadas de gran belleza cuentan con un arma poderosa para vencer la voluntad de los hombres y conseguir sus propósitos. Tanto la Historia como la experiencia alimentan esa consideración. Pero esas mismas mujeres también sufren los peligros que su belleza despierta en los hombres.

La leyenda de Salina –la mujer más bella de su tiempo-, extraída del saber popular, concluye con unas interrogantes: ¿Fue heroína, loca, irresponsable o avanzada a su época? Usted podrá opinar cuando conozca la historia…

Corrían los últimos días de la Pascua de 1520 cuando, en una boda entre campesinos del condado de Albate, se conocieron Lope y Salina.

Lope era un mancebo aventajado, de veinte años, hermoso y saludable, que, a pesar de su condición de siervo, había aprendido las artes de la escritura, había conseguido el puesto de ayudante del escribiente del feudo, desempeñaba sus labores en el castillo del condado, entre la nobleza, y recibía similar trato y consideración que donceles, hidalgos y caballeros. Según se decía, la espléndida trayectoria de Lope se debía a que era hijo bastardo de Pero de Almarán, hermano del conde Gonzalo de Almarán, señor de los territorios del valle de Albate.

Salina era una jovencita de belleza deslumbrante, morena, ojos negros, labios sensuales, cutis aterciopelado y constitución esbelta con llamativas prominencias. No sólo destacaba por sus excelsos atributos físicos sino también por su gentileza, desparpajo y dotes artísticas, en especial por su destreza para la danza y la recitación. Tenía dieciocho años, según ella. Era huérfana y vivía con la familia Hernando desde que la encontraron perdida o abandonada cuando la joven tendría unos catorce años. Los Hernando eran leñadores del condado de Albate, vivían en las montañas y eran libres, pues sus obligaciones se limitaban al pago de impuestos y diezmos al condado y a la abadía respectivamente.

Recién acogida a su nuevo hogar, la joven comenzó a llamar la atención por sus virtudes. Se decía que podría pertenecer a la nobleza, incluso que era de sangre azul, porque llevaba un collar de oro y poseía conocimientos de lectura, de escritura, de música y de diversas artes, algo que en principio no se sospechaba, puesto que todos pensaban que era muda, ya que permaneció dos días callada. Cuando comenzó a hablar no recordaba nada de su pasado, ni siquiera su nombre, o al menos eso decía ella. Se le puso el nombre de Salina y no tardó en adaptarse a su nueva forma de vida, pero sin olvidar su educación, conocimientos y costumbres.? Éstos le permitieron componer romances y canciones, que añadió a los que conocía, para luego recitarlos en las fiestas familiares. No se realizaba una sola reunión festiva entre los leñadores sin que se contara con la gracia y la amenidad de Salina. Sin embargo, en el valle apenas se le conocía, porque los leñadores visitaban el valle y el castillo en contadas ocasiones. En una de ellas, los Hernando asistieron invitados a una boda campesina, y fue entonces cuando se conocieron Lope y Salina.

A poco de conocerse, Lope y Salina se enamoraron y planearon su boda. Ella, muy pobre, expuso a Lope y a los padres de éste que, debido a su situación de orfandad y a la escasez de medios de su familia de acogida, no podía aportar ni dote ni ajuar. Se reunieron las familias y acordaron construir para los futuros casados una pequeña vivienda adosada a la casa de los padres de Lope, para cuya obra los Hernando proporcionarían la madera necesaria.

Tanto para edificar la vivienda como para desposarse necesitaban la autorización del conde, ya que la familia de Lope eran siervos y la obra debería realizarse en propiedad feudal; pero, antes de eso, Salina exigió solucionar otro problema, el más grave, un problema que estuvo afligiéndola desde que se enamoró de Lope. Quería saber si el conde ejecutaría el tradicional derecho de pernada, o bien, les permitiría conmutarlo por un tributo alternativo. Sólo cuando conociera la intención del conde, tomaría la decisión de construir la habitación y de casarse.

Lope era un joven sumiso y disciplinado, que jamás había exigido sus derechos porque, como la mayoría, pensaba que no los tenía. Era un chico como los de su tiempo y condición, que contemporizaba con el modo de vida que le había tocado vivir y no se cuestionaba contradecir ni desobedecer las normas que regían el condado, ni ofender o molestar al conde, a quien consideraba el más grande de los mortales. Íntimamente no le preocupaba demasiado lo que éste decidiera respecto al derecho de pernada: era algo aceptado por el deber y la costumbre. Sólo le preocupaba por Salina, principalmente por si se negaba a contraer matrimonio.

Por el trato que recibía como escribiente, Lope albergaba esperanzas de que el conde no ejerciera su derecho. Solicitaron audiencia y no pudieron ser recibidos por el conde porque, debido a la guerra de los comuneros, había salido hacia la corte de Valladolid, llamado por el rey Carlos I. Los recibió Alfonso, el hijo primogénito del conde, la persona más temida del condado por su engreimiento y sus tropelías. Se sabía que Alfonso, de veinte años, era padre de más de dos docenas de hijos bastardos.

Alfonso estaba sustituyendo al conde en las audiencias, sentado cerca de su madrastra, la condesa, que ocupaba el sillón de mando sobre el entarimado. La condesa, máxima autoridad en ausencia del conde, delegaba los asuntos en su hijastro, pero los supervisaba porque no confiaba en él. El escribiente tomaba nota, y un alguacil, debidamente armado, custodiaba el salón.

–? Hablad, Lope –ordenó Alfonso, secamente.

–? Con el permiso de su señoría –dijo, mirando hacia la condesa y haciendo una leve inclinación. A continuación, se dirigió al hijo del conde–. Vuestra señoría disculpe la molestia que pueda causarle mi humilde petición. Ha llegado el momento en que necesito formar familia y, habiendo conocido a una cristiana y bondadosa mujer, perteneciente a la familia Hernando, leñadores y tributarios de vuestras ilustres señorías y de vuestro ilustrísimo padre, y deseando las dos partes unirnos por la gracia de Dios, pedimos contar con la conformidad de vuestra señoría para llevar a cabo nuestro enlace.

–? ¿Quién es ella?

–? Salina, su señoría.

–? ¿Salina? No la conozco. Que pase.

Salina se había arreglado para la ocasión y estaba bella como las flores del paraíso y reluciente como la más primorosa estrella. Cuando Alfonso la vio, se quedó mirándola embobado, absorto, como quien ve algo sobrenatural. Quedó tan afectado por su belleza que no pudo pronunciar palabra. La condesa se apercibió de la situación e hizo un ademán a Salina para que hablara.

–? Señoría –dijo mirando a la condesa, y ésta señaló hacia su hijastro, indicándole a Salina que tenía que dirigirse a él -. Esto… señor, quisiera…

–? ¡Alto! –intervino el escribiente-, trate a su señoría con el debido respeto.

Lope se acercó a Salina y le dijo al oído que debía tratarlo de señoría o de ilustrísima, pero ella negó con la cabeza y se dirigió al escribiente.

–? Señor escribiente –replicó Salina-, no es faltar el respeto tratar al hijo del conde de señor. El tratamiento de señoría corresponde al conde y a la condesa.

–? Está usted equivocada: Su señoría, Alfonso de Almarán, ocupa el lugar de su señoría, el conde, durante esta recepción.

–? Eso no es suficiente.

–? Déjala hablar –intervino la condesa, y silenció al escribiente.

–? Señor, sólo quiero saber si su señoría, el conde Gonzalo de Almarán, pretende ejercer el derecho de pernada conmigo tras nuestro enlace.

La condesa y su hijastro se miraron durante unos instantes: no era un tema que a ella le gustara, pero quedó admirada por el desparpajo de Salina. Alfonso se levantó, bajó de la tarima y se acercó a Salina. Al llegar a su altura dio una vuelta alrededor de ella mientras escrutaba su cuerpo con sumo interés y aparente gozo.

–? ¡Vaya, vaya! Con que tenemos a una mujer irreverente y descarada. ¿No sabéis que esa petición no os corresponde a vos, sino a vuestro futuro esposo?

–? Mi cuerpo lo defiendo yo. ¿Acaso por ser mujer no puedo hacerlo?

–? Vuestra señoría –intervino, Lope-, ella no conoce las normas de…

–? ¡Callad, Lope! –exclamó Alfonso, molesto.

–? Bien, Salina, relevaré a mi padre en esta ocasión y ejerceré el derecho de pernada con mucho gusto –La condesa, discrepante, hizo un ademán para levantarse del sillón, pero permaneció en él para escuchar a Salina que tomó la palabra.

–? He venido hasta aquí para pedirle al conde que no lo ejerza, y mucho menos quisiera que lo ejercierais vos.

–? ¿Me despreciáis? ¿Soy poco para vos? –preguntó con voz temblorosa, sonrisa socarrona y ojos encendidos y crispados.

–? No os desprecio, pero no quiero entregarme a ningún hombre, salvo al mío.

–? ¡Basta!, eres muy orgullosa para ser una simple labradora. Lo dicho, dicho está, no te eximo de tu obligación, sino al contrario. ¿Cuándo será el enlace?

–? En estas condiciones, no habrá enlace –respondió Salina, con firmeza.

–? ¿Quién te crees que eres?

–? Disculpe vuestra Señoría –dijo Lope-, es muy joven y algo temperamental.

–? Basta -ordenó la condesa, levantándose e interviniendo cuando intuyó que Alfonso podía a desatar su ira-, trataremos este asunto con el conde. Marchaos.

Alfonso no podía ni debía contradecir a su madre y frenó sus impulsos. Antes de salir, Salina cruzó su mirada con la condesa, y observó un atisbo de comprensión. Después la cruzó con Alfonso y encontró maldad e impotencia.

Se marcharon del castillo muy disgustados y decidieron esperar el regreso del conde con la esperanza de que fuera más indulgente.

Transcurrieron dos semanas y el condado recibió la noticia de la muerte del conde en un enfrentamiento con los comuneros. Su hijo Alfonso se trasladó de inmediato a la corte de Valladolid a entrevistarse con el rey Felipe. Su Alteza decidió otorgarle su confianza, lo nombró conde y le otorgó los mismos poderes feudales que a su difunto padre. Alfonso regresó satisfecho y ufano con el poder que había conseguido a sus veinte años.

Los habitantes del condado recibieron la noticia con preocupación y desconfianza. La mayoría tenían la esperanza de que se hiciera cargo del condado el abad del monasterio de Lances, anejo al condado; ya que la condesa, por ser mujer, no podía. La situación ya era mala debido a las sequías y a la guerra de los comuneros, pero podría empeorar con un conde tan inexperto y malvado.

El conde Alfonso fue fiel al rey durante la contienda y mantuvo su apoyo a las fuerzas reales. Al llegar la primavera, y tras tres meses combatiendo, regresó al condado después de perder a la mayoría de sus hombres en distintos frentes. Recibió el encargo del Rey de formar una nueva tropa antes del otoño.

Una noche, el Conde mandó un emisario a Salina con la orden de que lo acompañara al castillo. Salina sabía a lo que se exponía y no obedeció. Al día siguiente, el mismo emisario regresó de nuevo con la advertencia de que lo acompañara por su bien. Salina no obedeció. Al tercer día un incendio destruyó la vivienda de los Hernando.

Todos sabían quién había sido y por qué. El mismo día volvió a presentarse el emisario amenazando de nuevo a Salina. Ésta no obedeció. La familia Hernando encontró acomodo provisional en unas cuevas.

El cuarto día le fue requisada la yunta a la familia de Lope, y a éste lo expulsaron de su cargo de escribiente, con lo cual sólo le quedaba la alternativa de alistarse para la guerra.

La tragedia se extendió en las familias de Lope y Salina, que se citaron para idear una salida a la situación. Durante la reunión nadie culpó a Salina, pero ésta apreciaba dudas en los rostros de los hombres y decidió ponerlos a prueba.

–? Lo mejor para todos –dijo Salina- es que acepte la petición del conde. Con ello se terminarán las desgracias.

Los hombres agacharon la cabeza y miraron al suelo, aceptando lo que acababa de proponer Salina y a la vez avergonzados.

–? ¿Dónde están aquí los hombres? –gritó María, la abuela de los Hernando– ? ¡Qué poco valor tenéis! Sabina, no pierdas tu honra, estas gentes no se lo merecen.

–? Gracias, abuela. Acabo de comprenderlo todo –añadió mirando a Lope, que continuaba cabizbajo-. Iré a reparar la afrenta que también a mí me han hecho.

–? Y esa es la historia, trovador –dijo uno de los dos ancianos que la narraron.

–? No la había escuchado antes. Gracias viejos. La añadiré a mi repertorio.

–? No se te ocurra contarla en este condado ni refieras el lugar donde ocurrió –le pidió uno de los ancianos al trovador–. Desde entonces, gozamos de mala fama.

–? Seré fiel a nuestro trato. Pero… ¿qué ocurrió después, qué fue de Salina, sabéis algo? –preguntó el trovador.

–? De ella nada más se supo ni nadie volvió a verla, pero logró que repararan los daños que habían causado a las familias, cuentan que por intercesión de la Condesa –respondió el mismo anciano.

–? ¿Y el conde Alfonso aceptó?

–? No, no, el Conde murió de repente la misma noche que recibió a Salina –respondió el otro anciano.

–? ¡Bah! Eso es lo que dicen, pero no es cierto: lo mató Salina –dijo el anciano.

–? ¡Eso no está comprobado! –exclamó el otro viejo.

8 Comments »

635

Comment por Alfonso

29 noviembre 2009 @ 9:41 pm

Cuando leo un buen relato lo leo rápido sin poder parar. Luego lo releo saboreando cada detalle. Es lo que me ha pasado con el tuyo. ¡Felicidades!

638

Comment por Indalo

30 noviembre 2009 @ 10:32 pm

Gracias, Alfonso. Resulta que lo que más me ha preocupado del relato ha sido eso precisamente, mis dudas acerca del ritmo y de la amenidad.
Te agradezco tu opinión.

639

Comment por Alfonso

1 diciembre 2009 @ 9:06 pm

Realmente me gustó y yo encuentro que tiene mucho ritmo, eso es lo que hace que sigas leyendo rapidamente. Encuentro que por orden del ejercicio el final debía ser abierto y por eso nos hemos quedado sin un final más concreto. Te ánimo a que lo hagas. Me gustaría leerlo.
Saludos

644

Comment por carla

5 diciembre 2009 @ 2:06 am

Qué buen relato¡¡¡ Me ha encantado la ambientación que has logrado y el final fantástico, «abierto» de libro je je. Usar ese diálogo para sembrar la duda genial. Enhorabuena. Saludos.

646

Comment por Indalo

5 diciembre 2009 @ 3:53 pm

Alfonso, ese final puede ser de mil maneras, aunque tengo en mente la que más me gusta. Creo que escribiré una novela corta con este material: nunca he desarrollado una novela histórica,pero tampoco había intentado un relato histórico. Si la desarrollo, te enviaré una copia.
Saludos.

647

Comment por Indalo

5 diciembre 2009 @ 4:06 pm

Eres muy amable, Carla. Me alegra que te haya gustado el relato y, sobre todo, el final. En mis relatos y novelas suelo incluir un final sorpresa. Es como si quisiera confundir al lector -o intrigar, o sorprender- después de haberse leído el contenido. Y lo hago así, porque a mí me gustan ese tipo de finales sorprendentes, quizá para lograr que, cuando el lector cierre el libro, o el documento, continúe absorbido por lo inesperado. En la mayoría de ocasiones no se consigue -depende de las musas-, incluso después de dedicar más tiempo al final que al desarrollo: todo tiene su precio.
saludos.

649

Comment por NADDIA

6 diciembre 2009 @ 12:20 am

Indalo aún acabo de leer tu relato. Es genial, me ha encantado. Ojalá Salina se haya cargado al conde. Dices que escribes relatos y novelas ¿Tienes algo publicado en papel o en la red? Me gustaría localizarlo.

655

Comment por Indalo

7 diciembre 2009 @ 6:51 pm

Gracias por tus palabras, Naddia. Respecto a tu pregunta, no he publicado nada en papel, solo algunas cosillas por la radio, pero sin importancia. Hasta ahora disponía de un Blog que me llevaba una amiga desde Italia, pero resulta que ha desaparecido el blog y la amiga. Estoy creando uno con blogger, pero es un producto muy sencillo. Cuando lo termine te daré la dirección para que lo ojees.
¿Y tú, tienes algo a la vista?

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