Señas de muerte

Filed under: Creatividad - Segundo ejercicio — edurodriguez at 7:03 pm on lunes, diciembre 7, 2009

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve. Tenía poco tiempo y no debía desaprovechar ni un segundo para mi huida.

Durante unos días me quedé encerrada pensando en cómo te habrán encontrado y pensado. Todavía me duele la nariz del golpe que me diste cuando intentaste defenderte, pero eso no fue suficiente para impedir que hundiera mi puñal en tu abdomen. Tus ojos se abrieron, como cuando te sorprendías con algo que no esperabas que te regalaran en tu cumpleaños. Apretaste mi mano fría que empuñaba tu muerte; no sé si querías quitar eso que comenzaba a quemarte por dentro o asentías mis deseos de poner fin a esta historia. Nos quedamos mirándonos fijamente. Tu boca se abrió, tal vez buscabas un poco más de aire o decir algo, yo la tapé con mi mano izquierda y empujé para que cayeras al suelo. El puñal salió con la misa facilidad con la que entró. Te agarraste el estómago y te acurrucaste como un feto. Será que cuando morimos volvemos al mismo lugar de donde hemos venido. Me quedé sentada a tu lado mirándote, esperando que dijeras algo. No sé cuánto tiempo estuve ahí.

Nadie puede sospechar que fui yo. Soy tu mejor amiga y esa mujerzuela no será capaz de decir que los últimos cinco meses discutíamos todo el tiempo. Si habla sabe que la van a devolver a su país por ilegal. No hubo testigos, sólo los tres nos reunimos aquella tarde: tú, yo y la muerte que se quedó contigo.

Hace tres meses que no soporto pensar que ya no estás, aunque me reconforta saber que tampoco estás para nadie más. Yo quería darte lo mejor de mi vida y tú preferiste querer a esa fulana. Ahora lloro tu ausencia y ojalá hubieras aceptado mi amor. Estaríamos los dos bien vivos.

A pesar de todo, al salir de tu casa un deseo inmenso se apoderó de mí: además de querer huir y desaparecer para siempre, deseaba que no estuvieras muerto. Incluso me pareció esucuchar tus pasos detrás de mí, pero me aterraba el pensar que podría volver a mirarte a los ojos, y esto hizo que saliera aún con más prisa porque temía que me encontraras. Y si así era, que de verdad no habías muerto a pesar de mi empeño, lo mismo tenía que seguir huyendo y escondiéndome para que no me encontraras. Es todo una contradicción, pero deseo que estés muerto para que no seas de nadie más y no tenga que avergonzarme del fracaso como asesina, y al mismo tiempo quiero que estés vivo y que me encuentres para que puedas escuchar una vez más que te quiero.

Ya no aguanto más este encierro y necesito ver la luz del día. Comencé a marcar las paredes para llevar cuenta de los días que pasan y que van poniendo distancia entre tu tumba y mi encierro. No sé qué es mejor, si estar muerto en un nicho o estar muerta en una celda.

1 comentario »

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Comment por Carminacd

19 febrero 2010 @ 12:20 pm

Muy bueno!
con el que nadie podía sospechar de ella porque eran amigos alejas las conjeturas del lector en cuanto a que la descubran y el final resulta bien sorpresivo al descubrir que está en la cárcel.
Felicitaciones.
A veces resulta un poco caótico el relato, pero se puede comprender desde el punto de vista de que ella está encerrada y eso hace un poco enloquecer y también puede explicarse el caos narrativo leyéndolo como monólogo interior directo.
Saludos
Carmiña

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