¿Cómo soy?
Descriptivamente hablando se podría decir en pocas palabras. Soy un españolito de a pie, de esos del montón.
Bajito, moreno en las zonas donde el pelo todavía asoma por mi incipiente calva y con una ligera panza que amenaza con aflorar hasta ocultar de mi vista a “mi gran amigo de las noches solitarias”. Mis almendrados ojos algún día en mi lejana y añorada infancia fueron hermosos, pero ahora se esconden y prácticamente desaparecen tras unas gruesas gafas de redondos cristales. Una cicatriz cruza mi pómulo izquierdo, desde el lóbulo de la oreja, hasta casi la barbilla. Una cicatriz fruto de otra vida. Una vida pasada, pero no lo suficientemente lejana.
Ojalá pudiera decir que mis padres me abandonaron. Ojalá pudiera escudarme en la falta de afecto para justificarme. Pero no. No lo haré porque mentiría. Un día, hace hoy treinta y cinco años, vine al mundo. Tuve una infancia feliz en la que unos abnegados padres consintieron darme todos los caprichos que solicitaba. Nunca me faltó de comer, ni de vestir, ni de nada, y fui el primero del barrio en tener un Spectrum.
Pasé una infancia feliz bajo la protección y el amor de unos padres, y quizá lo que me faltó fue la sana rivalidad de algún hermano. Y tras esto, ¿en qué momento comenzó mi vida a escribirse con renglones torcidos? ¿Cuando comenzó todo a desmoronarse bajo mis pies? La verdad, lo desconozco. Pero en algún momento, en algún instante, ella entró en mi vida. Sigilosa, sin anunciarse, casi sin darme cuenta, fue invadiendo lentamente mi existencia. Poco a poco me fue alejando de mis amistades, de mi familia, hasta que un día me quedé solo. Con ella. Ese fue el día en que me di cuenta que ya era demasiado tarde para alejarme de ella.
Me había anulado como persona, me había aislado, y cada vez me exigía más sacrificios. Un día la cosa fue demasiado lejos, y alguien, una persona inocente, pagó con su vida mis errores. Hace seis años recuperé mi libertad de movimientos. Unos cuantos antes, la auténtica libertad. Me costó salir, pero la cicatriz de mi rostro me recordaba que alguien ya no estaba ahí, para que yo estuviera. Así lo logré, y por eso la luzco con orgullo.
El estar encerrado me permitió alejarme de ella y recuperar mi vida. También me reconcilié con un viejo amigo: el libro. La lectura, y el reencuentro con la escritura me ayudaron a salir adelante. Ahora, mediante mis palabras y mis actos intento ayudar a otra gente que esté pasando por situaciones parecidas. Porque ella sigue por ahí, libre, seductora, y destructiva con quien osa tontear con ella.