La igualdad entre hombres y mujeres

Filed under: Relato - Primer ejercicio — Sofia Moreno at 1:52 am on sábado, enero 2, 2010

Martín abre su regalo de Navidad. Un enorme camión articulado hace su aparición, saliendo de papeles satinados cubiertos con alegres dibujos infantiles. El camión reluce bajo la lámpara elegante. Se mueve alante y atrás, es un volquete. Martín lo carga de nueces como si fuera tierra para una obra. Levanta la palanca lateral y… ¡se vuelca el contenido! ¡Es maravilloso! Mi regalo sigue entre mis brazos. Nadie me lo puede quitar. Es mío, y solo mío. No tengo prisas en abrirlo, prefiero extasiarme ante el de mi hermano menor. ¡Qué suerte tiene! ¡Qué maravilla de aparato! Es exactamente como los camiones de verdad que entran y salen por las enormes puertas de hierro del recinto de la fábrica de tubos donde trabaja mi Papá. Cuando vamos, nos tratan muy bien. Nos hacen carantoñas, dicen que somos muy monos. Creo que nos tratan así porque somos los hijos del jefe.

Allí jugamos a escondernos en los tubos de cemento. Los hay a miles. Casi todos están bien alineados, secando al sol. Unos pocos están rotos y feos, torcidos. Esos son para tirar. No valen. Un amigo de mi Papá me explica que esos han salido mal, y vendrán a buscarlos para llevárselos y tirarlos. «¿Dónde los tiran?» pregunto. El amigo – bueno, más que amigo, creo que es un ayudante de Papá, porque le escucha muy serio y corre a hacer todo lo que le dice mi Papá; desde luego, en casa no le hacemos tanto caso – enfin, el caso es que ese señor que nos trata tan bien me aclara el asunto: los tubos mal hechos los rompen y con los trozos hacen casas. Mejor dicho, usan los trozos para rellenar un gran agujero. Sobre esos trozos ponen las casas, y con tanto cemento muy duro, pues no se caen. Así la gente está contenta porque sus casas no se caen mientras ellos duermen. Qué buena idea.

Martín se lo pasa pipa jugando con su camión. Ni siquiera quiere ver qué me ha tocado a mí. Bueno, él se lo pierde. Tengo mi tesoro entre los brazos. Decido abrirlo. Rasgo los hermosos papeles de regalo. El ruido que hacen al romperlos es casi lo mejor. Es como una campana que dice: «Atención, vamos a ver algo desconocido y maravilloso, no sabemos lo que será, mirad todos…» Mis hermanas ya han abierto los suyos. Ya he roto todos los papeles, ya lo puedo ver. El paquete es enorme también. Bueno, no está mal. Es un carrito para meter un bebé. Un bebé falso, claro, de juguete. Una muñeca, vamos. Tengo una muñeca así. Bueno, vale, se trata de pasearla para que se duerma. Menudo rollo. A mí me gusta mucho más lo del camión. Sobre todo porque es un volquete de verdad. La carga se vuelca y puedes estar todo el día llevando arena a la obra. Es mucho más divertido que pasear a un bebé dormido que no hace nada. Mi madre me explica que las niñas cuidamos de los bebés. Las obras son para los niños. Pues no hay derecho. Qué injusticia.

A mí me gustan más las obras, son más divertidas. Hay que hacer mil cosas: agujeros en la tierra, rellenar los agujeros con piedras o gravilla, buscar palitos, ponerlos para hacer las casas, buscar hojas, cubrir los palitos con hojas sin que se caigan, pegarlas con arena mojada, hacer caminos para poder llegar a la casa, poner un río y un puente para no ahogarse en el río. Si no hay puente no llegas a la casa. El puente es difícil porque un palo solo no sirve. Hay que poner más. Si pones muchos, puedes pasar encima del puente con un coche y a lo mejor, si haces muy bien el puente, puedes pasar con el camión ese tan grande y el puente no se hunde. Bueno, que hay que hacer un montón de cosas distintas. Mientras que el carrito… Sí, vale, tiene ruedas relucientes que brillan mucho, y suspensión para los baches, pero no es lo mismo. Es un poco aburrido. Mis hermanas están muy contentas con sus carritos. Las tres tenemos el mismo regalo. A mí me gusta más el de mi hermanito Martín.

Mis hermanas pasean charlando y riéndose.
– «Mi bebé es el más bonito.
– Pues mira, el mío está curado, porque ayer tenía fiebre.
– ¡Qué me dices! ¡Pobrecito! ¿Está mejor, entonces?
– Sí, el doctor le puso una inyección y ya se curó.
– ¡Menos mal! Menudo susto, ¿no?»

Se pueden tirar horas así. Qué aburrimiento. Pero si eso no interesa, jolines. Bueno, voy a buscar al perro para dejarle salir. Necesita correr mucho y en el jardín no tiene suficiente espacio para galopar. Encuentro a Canelo al lado del pozo. Llora de alegría cuando ve que le animo a acercarse a la valla del jardín. Le suelto. Corre como el viento y enseguida está muy, muy lejos. Salgo corriendo tras él. Viene y se alegra porque vamos a correr juntos. Corremos bajo el sol de invierno, por los campos casi verdes. Corremos y corremos. Al final me tiro al suelo, exhausta. Canelo viene hacia mí, muy contento. Quiere que le abrace, así que lo estrecho con fuerza entre mis brazos. Me lame la cara y me río con él. Me hace cosquillas. Esto es mucho mejor que el carrito aburrido para pasear despacio. Rodamos Canelo y yo por la tierra, abrazados. ¡Cómo me gusta este amigo perro!

Al día siguiente consigo convencer a Martín. «Mira a Papá, pues claro que a veces él también empuja el carrito. Los hombres también pueden empujar carritos con bebés dentro. No es solo para las niñas. Es una injusticia que a ti no te hayan dado un carrito tan brillante, con esos amortiguadores tan eficaces. Coges un bache pero el bebé ni se entera. Es una suspensión muy mullida. Pruébalo, Martín, ya verás qué estupendo.» Pobre Martín, qué fácil resulta engañarle. Casi demasiado fácil. Durante largo rato, juego con el maravilloso camión volquete. Mientras tanto, él empuja el carro. Por fin llegan mis hermanas. «Pero Martín, ¿qué haces con el carrito de Silvia? ¡Pero si eso es solo para niñas!» Martín replica repitiendo mis argumentos uno por uno. Mis hermanas le sacan del error y se me acaba la diversión. Él recupera su volquete y yo tengo que volver a mi carrito. Lo aparco y voy a buscar a Canelo. Últimamente se rasca mucho. Le voy a quitar las pulgas y garrapatas con alcohol, porque el pobre está fatal, siempre rascándose. La cocinera me enseñó cómo se hacía.

Voy a por el trapo del perro y el frasco de alcohol. Canelo se tumba a mi lado, muy obediente. Sabe que soy como una doctora para perros. Sabe que nunca le haré daño. Busco los bichitos asquerosos. Uno fuera. Lo aplasto con una piedra pequeña en la losa del sendero. Suelta tanta sangre que no entiendo cómo podía caber en un insecto tan minúsculo. Le chupaba la sangre a mi pobre Canelo. Busco otro. Y otro. Y así toda la tarde. He matado a mil bichos por lo menos. Eran como pequeños vampiros, muchos, muchos. Soy una heroína, el perro está contento. Le he restregado con alcohol en todos los sitios donde antes había un bichito asqueroso. ¡Ahora el perro está limpio! ¡Sin bichos! ¡Y gracias a mí! Esto es mucho mejor que cualquier carrito de postín, por muy grande que sea. Puaj, carritos a mí, que mato bichos de verdad, con sangre y todo. Mis hermanas no pueden matarlos, dicen que es un asco y no quieren hacerlo. Pero el pobre Canelo necesita que alguien se los quite. Menos mal que estoy yo aquí para mi Canelo, para lo que él necesite.

¡Ah! Mi hermano está leyendo su cuento, esta es mi oportunidad, he de aprovecharla, rápido, antes de que se dé cuenta. Vuelo hacia el camión. Me lo paso en grande, descargando toneladas de arena. Sigo con las obras que empezamos mi hermano y yo esta mañana. Están quedando muy bien. Ya tenemos tres casas terminadas. Con su techo y su camino de acceso. Hemos hecho un solo garaje para las tres casas. Mi hermano dice que así está bien, pero yo pienso que sería mejor un garaje para cada casa. ¿Y si se pelean los dueños de las tres casa entre sí? ¿Cómo van a compartir garaje si están enfadados? Es mucho mejor que cada casa tenga su propio garaje, como nosotros en la vida normal, la de verdad. Yo creo que mi hermano es un poco vago y simplemente no le apetecía trabajar tanto. Bueno, pues que me deje a mí, a mí no me importa hacer más garajes. Es más, me gusta. Da igual, los hago y luego él seguro que dice que están muy bien. Como pasó con el puente. El quería solo una birria de puente. Si lo hubiéramos hecho como él decía, se habría hundido bajo el peso del camión. Pero yo insistí y ahora tenemos el mejor puente del mundo entero.
Papá lo vio el domingo pasado y lo dijo: «Es el mejor puente del mundo entero.» Y él sabe mucho de esto, porque él hace tubos. Me lo ha explicado.

Con esos tubos enormes que hacen llevan el agua de un río a otro. A veces, llevan agua desde un río gigante hasta una zona que es como un desierto. No me acuerdo bien del nombre, algo como trasplante, pero no con plantas sino con vasos. Claro, como llevan agua, pues por eso los vasos de agua. ¡Ah, sí! Trasvase. Eso es, trasvase. Me explicó que gracias a esos tubos, la gente tiene agua. Pueden beber. Regar sus patatas. Comérselas después. Sin los tubos de Papá, todos se morirían de sed y de hambre. Claro, es normal, porque mi padre es un héroe. Salva a la gente gracias a los tubos que él hace. Los hace bien. Son grandes porque cabemos cuatro hermanos dentro y nadie nos ve desde fuera. Nos reímos porque no nos ven. Los pobres empleados corren detrás de nosotros, con un casco en cada mano. Nos quieren obligar a ponernos cascos cuando estamos allí. ¡Pero si no caen meteoritos ni nada! ¡Esos cascos no hacen falta! Para jugar en los tubos no necesitas casco. Qué bobos son los mayores, no tienen ni idea de nada.

Mi hermano es muy bueno. Como tiene su camión nuevo, pues ha dicho que desde hoy, puedo usar los dos coches pequeños que ya no le gustan. A uno le falta la puerta delantera derecha y el otro no tiene ruedas. No entiendo quién se las ha podido quitar. ¿Por qué quitarle las ruedas a un coche? Lo de la puerta no importa. He visto fotos de coches sin puertas, y resulta que son de carreras. Se meten en todo el barro a una velocidad tremenda. El otro día enseñaron eso en la televisión. Así que no me importa que no tenga puerta, pero lo de las ruedas es peor. He comentado esta preocupación con Papá. Dice que tampoco es grave, porque hay países con carreteras muy malas y allí solo pueden circular coches sin ruedas. Si tienen ruedas de goma, se pinchan con las espinas de las plantas. Entonces sus dueños les quitan las ruedas de goma y dejan solo la llanta de acero, que no se puede pinchar con nada. Así es mejor, porque no pinchan nunca. Bueno, pues qué bien. Ahora sí que podré jugar con ese coche. Ahora tengo dos coches, uno sin puerta y otro sin ruedas, pero los dos son estupendos. Uno es naranja, el otro amarillo. El amarillo tiene un número encima del capó, el número 87. A lo mejor puedo hacer una carrera y todo. Yo creo que ganará el 87, parece muy veloz. Ya veremos. Hoy es tarde. Mañana veremos.

Mis hermanas dicen que mi bebé se va a morir si no lo cuido. Jolín, qué pesadas. Bueno, vale, le doy un biberón mágico que nunca se vacía. Cuando casi no queda ni gota de leche blanca, puff… se vuelve a llenar, nadie sabe cómo. Ay, pobre bebé, le tenía olvidado con tanta carrera y tanto perro y tanta obra y puente. Ya está, ya ha comido, ahora a dormir. Es lo bueno de jugar con muñecas, te dejan mucho tiempo libre para poder hacer por fin lo que más apetece: construir edificios, acarrear materiales, cuidar al perro, incluso montar en bicicleta. Y puedo hacer todo eso aunque sea una niña. ¡Esto sí que es nuevo! Después de mucho insistir para que yo jugara a los mismos juegos que mis hermanas mayores, parece que por fin Mamá se ha dado cuenta que no pasa nada si juego a cosas de chicos. Me ha dado su permiso. Me ha dicho que sí, que no llore, que no está prohibido hacer todas esas cosas, aunque sea una niña. Entonces, ¿por qué los demás dicen que solo debo jugar con mis muñecas?

Mamá también sabe eso, porque lo sabe todo. Aunque parezca imposible, ella lo sabe absolutamente todo. Esta es la respuesta: Los demás no tienen ni idea, y punto. Mamá dice que algún día, habrá una mujer astronauta, y que a lo mejor seré yo. Pero el abuelo se ríe y dice que menudo disparate. Compramos la tele justo para eso, para ver cómo llegaba un astronauta hasta la luna, y llegó. ¿Mujeres astronautas? ¿Yo, astronauta de mayor? Sería bonito, podría hacerme amigos marcianos y haríamos picnics en alguna estrella que tenga césped. Llevaría a mi Canelo, claro. A él le encantan los picnics. A mí también. Es buena idea, caramba. Gracias Mamá, no se me había ocurrido, astronauta de mayor… Además, habrá que hacer casas en la luna, porque no vas a quedarte en la nave tan pequeña, qué agobio. Astronauta de mayor, con mi perro y su escafandra para cabeza de perro y una bici que funcione en el suelo lunar, y un robot que nos traiga la comida en una bandeja, y la nave, preciosa, limpia, sin bichos ni sangre. Qué bien, astronauta de mayor…

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