TIANNA

Filed under: Relato - Tercer ejercicio — Alicia at 4:20 am on martes, enero 5, 2010

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TIANNA

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Era La Casa de la Colina.

Nadie podía desconocer sus atributos y sus misterios. Y era un secreto a voces que el que lograra acercarse a ella corría el riesgo de no regresar nunca a su lugar de origen.

Por fuera aparentaba un castillo medieval, con sus innumerables ventanas y sus torres que casi alcanzaban el cielo; del interior, por lo expuesto, no se tenían datos.

No había en la aldea habitante alguno que hubiera dejado de pasar y de admirarla de lejos aunque fuera una vez, ? con las secretas ansias de develar sus enigmas. Ello generaba insólitos relatos que jamás podrían ser calificados como reales o ficticios, por desconocerse el origen y la veracidad de cada uno.

Y cuentan que cada noche el bosque se iluminaba con el resplandor proveniente de sus jardines y de sus habitaciones.

Al caer el sol, desde el más pequeño de los ventanales comenzaba a brillar una luz tenue que se propagaba hacia los restantes, convirtiéndose con las horas en un fulgor que enceguecía.

Y una música celestial y cautivante invadía y se filtraba hasta cada casa, hasta cada rincón, hasta cada alma.

Entonces los abetos y los cipreses, las orquídeas y las anémonas, los lirios y los tréboles blancos, parecían cobrar formas humanas y tomar parte en una danza imaginaria.

Los aldeanos entornaban las ventanas y tapaban sus oídos ante el riesgo de dejarse arrastrar por los arpegios cada vez más intensos,

sin dejar por ello de atisbar tras las cortinas cuando la inquietud los superaba.

Así fue que durante largo tiempo la casa representó una de las pocas atracciones que animaba las noches serenas, para los que se arriesgaban a observarla y a ? escuchar.

Cierto día, un rumor surgió en forma clandestina y se extendió ? como reguero de pólvora de un confín al otro de la región.

Se decía que en la casona habitaba un hombre muy malvado, que tras secuestrar a una doncella la mantenía prisionera en uno de los cuartos más ocultos. Que ella, acongojada, había casi agotado ya sus lágrimas y que intentaba que los últimos sollozos pudieran oírse hasta el infinito y llegar a su enamorado. De ser así, esperaba ser rescatada antes de morir de pena.

Continuaban afirmando que el depravado encendía las luces nocturnas para evitar que aquella escapara y con la intensidad de las melodías pretendía silenciar sus lamentos.

Y agregaban que la joven poseía cualidades especiales con las que, sin que su captor lo advirtiera,? daba a las luces un brillo inusitado y a los sonidos un poder de atracción que sobrepasaba el tiempo y los espacios, en el afán por revertir las malignas intenciones y atraer al dueño de sus horas.

En conocimiento de estos sucesos, el pueblo comenzó a referirse a la muchacha como Tianna o Reina de las Hadas.

De ese modo ? los campesinos dejaron de observar descuidadamente el lugar y se dispusieron a esperar la llegada del joven pretendiente que acudiría en auxilio de su amada.

Una tarde, estando un chiquillo del poblado sentado al borde del camino, fue sorprendido por un caballero que montado en un esbelto corcel detuvo su marcha y preguntó:

– ¿Cuánto me ha de faltar para que, cabalgando de prisa, aviste la Casa de la Colina? Te daré diez libras si me orientas.

Con rostro de asombro y extendiendo la mano el pequeño respondió:

– No cabalgues demasiado rápido pues te alejarás de ella. Costea el curso del arroyo y a escasos metros de su desembocadura la encontrarás. Deberás pasar primero por la casa de la curandera, detrás de la arboleda espesa.

Siguió el visitante su camino a paso lento, por temor a equivocar la senda. A medida que avanzaba, la noche iba cayendo y las sombras dificultaban su visión. De pronto una voz aguda chilló entre la espesura, sobresaltándolo.

– ¡Alto! ¿A dónde te diriges, desconocido?

Ni en sus sueños más atroces había visto el hombre fealdad tan marcada. Nariz de águila y ojos de serpiente, sumados a una boca fina y con un rictus crónico de maldad, le hacían pensar que había llegado a las puertas del infierno.

– Me dirijo a la casa donde una doncella espera mi rescate y necesito de tu ayuda para continuar – respondió.

– ¿Y esperas entrar allí?- volvió a gritar la anciana- – No aconsejo que te acerques pues hallarás la muerte. ? Sólo lo conseguirás si das a beber mi pócima a los guardias de la entrada. Pero para ello deberás recompensarme ampliamente, jovencito.

– ¿Y cuál es tu pócima?- contestó el viajero.

– Te prepararé la más potente, con la que dormirán para siempre. La cola de lagartija y el hígado de buey con flores de lavanda sabrán hacer lo suyo. ¿Cuánto me darás a cambio?

– Te entregaré una bolsa con cien libras si me lo entregas con celeridad.

Concretado el trato recibió el frasco y continuó la marcha, con la mente atenta y el corazón henchido. El futuro y su vida dependían de volver a los brazos de su amada, aunque para ello debiera enfrentar las peores adversidades.

Habían pasado meses desde el infortunado momento en que, estando él ausente, el cruel villano se había apoderado de ella y la mantenía recluida. Confiaba en revertir la situación y recuperar prontamente a su ? amor perdido.

A poco de andar un halo de luz le indicó que estaba cerca. Entrecerró los ojos y sigilosamente dirigió su caballo hacia la entrada. El sendero angosto y la vegetación densa le dificultaban el paso pero su insistencia podía más.

Avistó los guardias en el frente; eran tres, no le sería difícil dominarlos. Rodeó la casa por detrás del muro y al verlo acercar los hombres desenvainaron sus espadas y le advirtieron:

– ¡Detente, extranjero! ¡Un paso más y eres hombre muerto! ¿Qué es lo que buscas?

– Vengo de lejos y lo único que ansío es algo para beber. Hace días que viajo y no he probado líquido desde el amanecer de la víspera. ¡Tenéis algo para ofrecerme?

– Tan solo agua del pozo y luego te marchas- contestaron, acercándole de mala gana un odre gastado y polvoriento.

– Tengo algo para ofreceros que hará que no me olviden- apuntó el joven – Un preparado que, mezclado con el agua, será a partir de hoy vuestra bebida predilecta.

Y mientras hablaba echó dentro del saco la pócima adquirida y se los entregó. Tomaron hasta saciarse y bastaron pocos minutos para que un sueño sempiterno se apoderara de los tres.

Cruzó entonces el portón de entrada y avizoró los alrededores. Tras el ventanal del frente se avistaba un imponente salón de fiestas y a un costado del mismo el dueño de casa dormía su aparente borrachera sobre un sillón; el resto de los lugares de la planta baja no mostraba otra presencia humana.

Se vería obligado a ascender a la planta alta intentando llegar a los cuartos traseros, los más recónditos. Escaló dificultosamente la tupida enredadera que cubría las paredes y una vez allí no le llevó demasiado tiempo recorrer las habitaciones; se dejó llevar por un sollozo débil que partía de la más lejana; forzó la puerta y entró.

Ni la más dichosa de las visiones hubiera provocado en ellos la emoción de aquel reencuentro, ni el sonido más sublime llenado sus oídos de música tan celestial.

Entonces las manos de Tianna se extendieron por sobre el abrazo, abriéndose hacia el cielo. Y como por arte de magia el bosque todo se

llenó de una luz nueva y las notas ? cautivantes los invadieron, filtrándose hasta cada casa, hasta cada rincón, hasta cada una de sus almas encontradas.

Los aldeanos se acercaron de prisa a celebrar la buena nueva y el hechizo continuó. Para beneplácito de todos, la Reina de las Hadas convirtió cada habitación en una casa digna por familia y elevó cada torre hasta tocar las nubes, para así programar tiempos buenos y lluviosos.

El bellaco fue condenado por siempre a las tareas más despreciables y la bruja junto al niño del camino, transformados en custodios a cambio de una paga sin igual.

Tianna y su amado, ahora soberanos de la comarca, huyeron raudamente cruzando los jardines, en busca de un descanso a sus tribulaciones y de un futuro venturoso a su regreso.

Formándoles cortejo, los abetos y los cipreses, las orquídeas y las anémonas, los lirios y los tréboles blancos enmarcaron su viaje, mientras se inundaban los cielos y la tierra de la música más bella que Tianna iba entonando, aferrada a su amante sobre el brioso corcel.

El abrazo anhelado los fundió en uno solo y fueron sus latidos de un solo corazón.

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