Tu voz será silencio

Filed under: Poesía - Segundo ejercicio — Sofia Moreno at 4:26 am on miércoles, enero 27, 2010

Soledad es una chica fuerte y sincera que vive
en mi pueblo.
Tiene brazos musculosos como un hombre
porque descarga alimentos todos los días en el supermercado.
Lleva su nombre escrito en una etiqueta rígida que sobresale donde empieza su pecho derecho.
La etiqueta está prendida con un alfiler a su bata de trabajo.
Esa es Soledad, la de mi pueblo.

Hay otra soledad, sin mayúsculas.
Mi tía Bernadette la veía cuando una mujer se asomaba a la ventana mirando a la calle,
sin nadie a su lado.
Yo veía eso mismo y no veía la soledad.
Veía a una mujer descansando de su día de trabajo,
relajándose a su gusto mientras la gente pasaba bajo el alféizar de su ventana.

Un hombre pasea por la montaña, solo.
Otro hombre lo ve y piensa «qué soledad, la de este caminante».
El hombre que piensa no repara que él también está paseando por la montaña, solo.
Está solo, pero no se siente solo.
El hombre observado tampoco se siente solo, aunque también esté solo.
Se dedica a mirar a su alrededor: las plantas, las vistas.
Se fija en los olores a naturaleza.

La soledad se vive así:
Estás tan contenta atendiendo a tus asuntos, cuando de pronto,
en la cola de Hacienda o de Correos,
ves a un grupito de gente. Tal vez una pareja.
Charlan entre ellos, ríen, se gastan bromas.
Entonces reparas en la verdad: estás sola.
No tienes a nadie para gastarle bromas,
ni para reírte con él,
ni para charlar de tonterías sin importancia.
Así se vive la soledad.

Hay otra soledad y es peor aún:
Estás en casa.
No estás sola, los demás están…
a) viendo televisión, algo estúpido y sin ningún interés,
b) jugando a la «play»,
c) pasando la aspiradora,
d) hablando por teléfono,
e) ninguna de las opciones anteriores.
Allí estás tú, con ganas de hablar con alguien.
Hay otras tres personas o más en la casa.
Pero todos están ocupados.

Llega la hora de cenar.
Por fin estamos todos sentados alrededor de la mesa.
Ellos hablan entre sí.
Ni siquiera entiendes de qué están hablando.
Solo sabes que el nuevo videojuego les entusiasma.
Hablan de eso.
No te interesa.
Son mundos de ficción donde
o eres bueno, o eres malo.
No hay término medio.
No te interesa para nada.
Quieres contar lo que has hecho hoy,
pero a ellos tampoco les interesa lo tuyo.
Para nada.

Esto es la soledad,
la verdadera soledad,
horrible y lacerante,
hora tras hora,
día tras día,
semana tras semana,
mes tras mes,
año tras año,
hasta que te mueres.

Vas a la peluquería pero nadie se da cuenta.
Te has cortado casi diez centímetros de pelo.
Te ves completamente distinta en el espejo.
Pero ellos ni siquiera te miran.
Solo estás allí para darles de comer
y pagar sus nuevos juegos informáticos.

A veces son muy amables contigo.
Hacen esfuerzos por escucharte.
Lo intentan con denuedo.
Eso significa que te van a pedir un juego nuevo.
El último juego, el que todos tienen,
para ser como sus amigos.

En cuanto se lo compres, volverás a ser invisible.
Tu voz será silencio.
Podrás tatuarte a lo vikingo,
hacerte un piercing en la nariz
o teñirte el pelo de naranja.
No se darán cuenta.

Esto es la soledad.

Es bueno acostumbrarse a ella,
pues está aquí para quedarse contigo.
Esto lo sabes perfectamente.
No habrá tregua en esta soledad.
Siempre será así.

Te acostumbras a ir al cine sola, porque a él
no le gustan las mismas películas que a ti.
En casa hace mucho que ves la televisión a solas,
porque esos programas que ves no le interesan a él:
«Otra vez una película iraní sobre la pobre abuela kurda
que tiene que cruzar las montañas
para ir a ver a su hijo a la ciudad,
menudo bodrio».

Tampoco a ti te apasionan los partidos de rugby,
de baloncesto,
de fútbol.

Con el golf es mejor,
es relajante,
te duermes en el sofá.

Hasta que él salta y grita.
Su deportista favorito ha ganado.
Te despiertas sobresaltada.
Te ha fastidiado la siesta.
Qué se le va a hacer.
Te vas a la habitación.
Dormirás la siesta sola, pero tranquila.

Aprendes a disfrutar de la soledad.

Tus pensamientos te pertenecen solo a ti.
A nadie más le interesan, así que te los guardas.

Escribes páginas y páginas en tu ordenador.

Nadie las lee, nadie las publicará jamás.
A nadie le interesa lo que piensas.

Eso es la soledad.

Te cuidas, te vistes, te alimentas, te lavas.
Para ti, solo para ti.

A los demás les importas un rábano.

A lo mejor si te mueres, hasta se alegran:
«Una habitación más, ya era hora,
no me caben todas mis cosas en mi cuarto.»

Hace tiempo que tienes tu propia habitación.

Para qué estar juntos en una sola,
si solo es para molestarse el uno al otro:
«Roncas. Eso me impide dormir. / Dejas tus cosas tiradas de cualquier manera. / Lo invades todo con tus cosas, tienes demasiadas, deberías tirarlas, son feas. / ¿Por qué guardas cosas rotas? Tíralas de una vez. No son recuerdos, son basura, tu basura. / Ese vestido ya no es para ti, estás gorda, te queda mal con tanto sobrepeso. / Una mujer de tu edad ya no debe llevar ropa tan corta, es indecente. / Ocupas demasiado sitio en la cama. Te recuerdo que es de los dos. / Eres una vaca pesada y maloliente. / Deberías ducharte antes de acostarte en la misma cama que yo. / Ese perfume que usas huele a puta barata. ¿Verdad, niños, que huele a puta barata? Además es demasiado caro para ti.»
Y así sucesivamente.

Por eso valoras tu soledad.
Es una soledad buena y pacífica.

Te cuidas, te mimas, te vistes, te arreglas, te lavas, te duchas, a veces incluso te maquillas.

Para ti.
Solo para ti.

Porque tú lo vales, porque lo mereces, como dice esa publicidad.

Solo por eso. Para nadie más.
Desde luego no para él.

Soledad es estar tranquila, estar bien,
sin gritos, sin miedos, sin vigilar qué dices,
no vaya a ser que se enfade otra vez por cualquier tontería.

Soledad es poder ser tú,
sin que te digan:
«menudo aspecto tienes, parece que te acaba de atropellar un camión. ¿Por qué no te arreglas un poco? Cuídate, mujer, que ya no tienes veinte años y cada día te pareces más a tu madre, con esa cara triste y esas arrugas y esas ojeras.»

Soledad es respirar al fin sin que le moleste tu aliento ni tu olor.
Sin que le moleste tu presencia.
Soledad es estar bien contigo misma, es estar en paz, es estar sin él.

Soledad, bendita soledad.

Me gusta mi soledad.

(fin)

2 Comments »

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Comment por Carminacd

19 febrero 2010 @ 12:32 pm

Sofía, tu texto es una linda prosa cortada en pedacitos; si lo escribes como prosa y homogeinizas los tiempos verbales, queda un texto muy bien ilustrativo del tema tratado.
Este comentario es sólo parte del ejercicio de esta semana, espero que no lo tomes a mal.
Saludos
Carmiña.

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Comment por Sofia Moreno

21 febrero 2010 @ 6:40 am

Hola Carmiña,
¡Pues claro que no me importa! Agradezco el comentario, Carmiña. Veo que tú sí estás al día con el taller, enhorabuena, amiga, yo no consigo dejar de estar atrasada… Bueno, mañana intentaré ponerme un poco al día… Saludos y hasta pronto, SM.

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