El ojo del viento

Filed under: Creatividad - Tercer ejercicio — Quioreng at 5:13 pm on domingo, enero 31, 2010

Lo había conseguido. Tenía que llegar de inmediato a la calle azahar, antes de que se dieran cuenta. Corría sin descanso.? Si seguía a ese ritmo? llegaría en? pocos minutos. Mierda, ya están aquí.? Vi? a uno de los hombres de Zago? que venía hacía mi. Giré la? primera? calle y? en la segundo cruce me encontré con el zoco.? Decidí cruzar por el mercado, me sería fácil hacerme invisible,? estaba atestado de gente. Se mezclaba el olor a sudor, con otros de especias, te, y el de comidas rápidas, típicas de la región que ofertaban varios tenderetes improvisados, ignorando toda higiene, y que se extendían a lo largo de toda el recorrido.

No era la mejor elección para llegar lo más rápido al otro lado de la ciudad, pero si la única que me daba alguna posibilidad de alcanzarlo viva. No quería mirar atrás. Jadeando del esfuerzo, avanzaba todo lo ? deprisa que me permitía el ir y venir de la gente.? Si conseguían alcanzarme era una mujer muerta, o algo mucho peor.

Giré un momento la cabeza y pude ver que aún me seguían. Apreté el ritmo, atropellando a mi paso todo el que se ponía por delante, apenas me quedaban 15 metros para salir del barullo, y por fin podía ver el coche donde me estaba esperando mi contacto. Mis perseguidores ganaban terreno. Tenía que? llegar, tenía que llegar, pensaba. Pero arrollé a una anciana y se acortó la distancia que me separaba de la fatalidad. Estaba perdida. Alguien me agarro del tobillo. No entendía nada. Forcejeé intentando desasirme y miré hacia el suelo, pero no sabía de donde venía la mano. Entonces me empujaron, dejé de notar tierra bajo mis pies, y caí hacia abajo. Me di un buen golpe, dolió mucho pero no tenía nada roto. Me encontraba en una galería donde todo estaba muy oscuro, pero no había nadie.?

? Estaba demasiado alto para salir por donde había llegado, y podía distinguir algo que parecían unas antorchas un poco más adelante? así que decidí avanzar hacia la luz. Según me acercaba a las antorchas empecé a escuchar una música. Era envolvente, muy alegre me recordaba a una colección de cuentos de lugares exóticos que me leía mi abuela para dormir. Me sentía irremediablemente atraída por la música. Tenía que? descubrir de donde procedía. Ni siquiera me paré a pensar en que pudiera pasarme algo. Me olvidé de que me perseguían. Ni siquiera pensaba en quién me había empujado y que podía ser una trampa. Sólo seguía avanzando a través de las galerías hacía ese sonido tan especial.

? Por fin después de un recodo había una sala de donde venía la música. Nadie notó mi presencia cuando entré en ella. Hombres, mujeres y niños hacían círculo en torno a una mujer bellísima que bailaba al son de la música. La bailarina movía su cuerpo como si hubiera perdido el esqueleto, giros y contornos imposibles para que sonaran los adornos que colgaban de las costuras de su falda. Se acerca y se alejaba mirando fijamente, haciendo el círculo humano que rodeaba su espectáculo. Con esos ónices, profundos, pintados al estilo egipcio que parecían prometer una vida de sueños, de pasiones y? maldiciones. Una vida de aventura continúa. Libre.?

Pero se le escapó un deseo de? sus ojos cuando paró un poco más de un instante delante de un espectador. Y se convirtió en una vida de cuentos exóticos. De aquellos con princesas que se enamoraban de forasteros de países lejanos, que me leía mi abuela cuando yo era pequeña.? Disfruté muchísimo aquella noche en esa sala al final de las galerías, me sentí como en uno de esos cuentos. Fui la bailarina y el espectador en mis sueños. Recordé? sus vidas por un momento, mágico, y fue como si las hubiera vivido. Después de ese espectáculo hubo otros muchos. Magos, malabaristas, cuentistas y se dio una gran fiesta, con bailes, comida y bebida para todos.

Nunca supe quien me empujó a las galerías, ni que se celebraba, ni siquiera como al día siguiente amanecí? tumbado en un parque, pero así fue como salvé la vida y recuperé el diamante de la tribu del tatarabuelo. La joya con la talla más precisa y más perfecta del universo, la más hermosa que jamás se ha visto.

El ojo del viento.

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