Furioso

Filed under: -Creación de personajes,Redaccion — Juan Carlos at 12:34 am on sábado, febrero 27, 2010

Ya era bien entrada la noche, cuando las estrellas y una pálida luna de plata apenas si podían mantenerlo en vigilia. Trémulo y azorado ante la llegada de lo inevitable, simplemente se dejó llevar por las verdes aguas torrentosas y oscuras de su inexorable destino. Entonces todo aquello que tenía por cierto y verdadero no fue más que un sueño, y su verdadera naturaleza se reveló ante el mundo en todo su esplendor. Radiante, luminoso, eléctrico, tórrido y terrible, como una fuerza de la Naturaleza anterior a la vivo y a lo inerte, estaba en todas partes y en ninguna a la vez, y a través de lo pasado y lo futuro sentía que todo lo sabía, aunque no tuviera palabras para describir aquella sabiduría inefable y completa.

Aquel hombrecillo macilento y patizambo, viejo y feo, víctima de una pobreza proverbial, despreciado y despreciable, abandonado por sus padres y abofeteado por los niños, aborrecido por los hombres y humillado por las mujeres, olvidado por la fortuna y sin nada que le atase a este mundo de miserias, ahora era libre, indómito y poderoso, capaz de todo e incapaz de nada, amo de sí mismo y de todo lo que le rodeaba. ¡Ay de aquellos que de él se burlaron! ¡Ay de aquellas que de él se aprovecharon! La misericordia no existía en su flagelado corazón, y como un volcán que estalla por la incontenible presión de la roca fundida que mana furiosa de las entrañas de la tierra, su fuerza arrasaría con todos quienes le ofendieron, porque él fue la prueba que ellos no pudieron superar y que ahora sería pagada con sus vidas.

¡Mata, hiere, siega, corta! Nadie pudo resistirse a su venganza, porque ante sus nuevos ojos, hechos de fuego y de mirada penetrante como la afilada espada incandescente que empuñaba su ardiente mano, las almas de los hombres se le mostraban tal cual eran, perfectamente visibles tras el disfraz provisto por cuerpos jóvenes y hermosos o cubiertos de ropas bellas y lujosas. El poder, la riqueza, la vanidad y el egoísmo no pudieron impedir que la carne de sus enemigos fuese mutilada sin piedad y calcinada hasta los huesos por el calor de una mirada feroz e inclemente.

Pero cuando finalmente se enfrentó a aquella que lo engendró y que lo abandonó en un basurero en una fría noche invernal, envuelto apenas por unos trapos y algunos trozos de papel, sintió que su corazón se derretía como la manteca ante la bondad y la dulzura que en el fondo de su alma siempre habían existido y que jamás pudieron apagarse pese a tantos años de maltrato, de injusticias y de sufrimiento. La cruel anciana no imaginaba que aquel ser fantástico y terrible era el espíritu errabundo y atormentado de su hijo, e incapaz de sosegarse calló fulminada al suelo.

– ¡Descansa en paz, madre! – dijo nuestro héroe-. Ten en la muerte la paz que yo nunca tuve en vida.

Y dicho esto, retornó al cuchitril que le servía de guarida. Se vio a sí mismo, o a la envejecida y enfermiza masa de cuero, hueso y vísceras que le tocó como cuerpo a lo largo de su triste existencia. Parecía dormido, y sorprendido se dio cuenta de que una tenue sonrisa se dibujaba en su rostro. Una de sus manos, tendida sobre el suelo, sostenía apenas una botella vacía de licor de ajenjo.

– Ya es hora – dijo al fin, y empleando aquella soberbia espada cortó el delicado e invisible vínculo que le ataba a aquel frágil cuerpo. La excitación de la muerte incendió aquella choza miserable, y libre al fin partió hacia donde no existe el sufrimiento y la felicidad plena colma de dicha los corazones por toda la eternidad.

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