EL ENCIERRO

Filed under: Relato - Tercer ejercicio — Corina Harry at 8:59 pm on domingo, febrero 28, 2010

? ? ? ? ? ? ? ? Entré a buscar una toalla. Me mandaron a buscarla y no pude negarme. No conocía el interior de la casa. Solamente había estado en la sala un par de veces en las que me invitaron a tomar el té. Algo sucedió de pronto en la biblioteca y entonces alguien gritó: –¡Rápido! ¡Una toalla! Todos los ojos recayeron en mí. Así que sin decir palabra, me levanté del sillón y corrí hacia el pasillo que comunicaba la sala con las habitaciones. El corredor era largo y comunicaba con cinco puertas iguales y una un poco más delgada que el resto. Me detuve de pronto. Deduje que la más delgada sería el cuartito de la ropa blanca y que las otras cuatro, la del cuarto de baño y los tres dormitorios. Otro grito me impulsó a abrir la puerta más delgada. – “¿Y esa toalla?”. Quise gritar: -“¡Ya va!”, pero me pareció una descortesía gritar en casa ajena. Así que sin esperar a que los ojos se me acostumbraran a la oscuridad del cuartito, entré sin notar que la puerta se había cerrado tras de mí. Busqué el interruptor de la luz y no lo hallé. Me pareció más urgente buscar la toalla. Con el tacto es fácil distinguir la textura de una sábana a la de una toalla. Al menos para mí, que durante mucho tiempo, cuando era niña, he jugado a ser ciega y adivinar qué es lo que tocaba con la punta de los dedos. Las distancias entre las teclas del piano, ya las conocía. Un día me propuse adivinar de qué color era lo que tocaba de acuerdo a la textura. Jamás aprendí. Y no sé por qué razón, me acordé de ello en ese momento. Cuando toqué la toalla, la tomé y me dispuse a salir. Me topé con la puerta y comprobé que no había picaporte del lado de adentro. Los ojos ya se me habían acostumbrado a la oscuridad pero al no haber ventanas la oscuridad era más profunda y mis ojos no podían distinguir ninguna figura. Por debajo de la puerta tampoco entraba luz alguna. El corredor también era oscuro. Decidí dejar caer la toalla a mis pies y palpar con ambas manos el contorno de la puerta. Nada sobresalía como para asirme e intentar abrirla. Con las palmas de las manos golpeé fuerte. Luego usé los puños y más tarde el pie izquierdo con el que pateé insistentemente. Hice silencio unos segundos y alcancé a distinguir el sonido de una sirena de ambulancia que se acercaba a la casa. Alcancé a adivinar un angustioso “por acá” y unos desgarradores sollozos, antes de que alguien cerrara la puerta de la Sala que daba al pasillo. Quería gritar? pero ningún sonido salía de mi garganta. Horrorizada escuché como cerraban la puerta de la biblioteca que también daba al corredor. Golpeé más fuerte y logré gritar con todas mis fuerzas. Si gritaba no oía lo que sucedía del otro lado, pero si no lo hacía, nadie me oiría a mí. Seguí gritando pero intercalaba breves espacios de silencio para escuchar. La sirena volvió a sonar. Esta vez se alejaba. Y los autos en los que habíamos llegado y que estaban estacionados en la puerta de la casa, también se alejaban. Me quedé sin aliento al comprobar que todos se habían marchado. Ahora era yo quien sollozaba y quien pronunciaba un angustioso “por acá”. ¿Cómo era posible que nadie se diera cuenta que yo faltaba en el grupo? ¿Cómo no cayeron en la cuenta de que mi abrigo y mi cartera seguían en la sala? ¿Qué sobraba un asiento en el auto? De nada serviría un grito de pedido de auxilio. Quizás mi cartera y mi abrigo se lo llevaron confundidos junto a las valijas de los dueños de la casa. La casa de veraneo había sido cerrada hasta que el personal de servicio, vuelva para sacudir los muebles, una semana antes de la fiesta de inauguración de la próxima temporada.

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