No puedo moverme…
Abro los ojos y no hay manera de moverme. ¿Qué me pasa? Consigo respirar pero apenas si puedo hinchar el pecho para que penetre el aire en mis pulmones. Todo está oscuro. Huele a rancio. Intento mover los dedos. Imposible. Oigo algo, golpes lejanos. Se acercan. ¡Luz! Ha entrado por fin algo de luz. No es una llama, sino algo más raro, un resplandor más blanco. Oigo gente hablando un idioma desconocido.
Se acercan a mí. No puedo abrir la boca. Quisiera gritarles: “¡Aquí, estoy aquí, soltadme estas ataduras!” pero algo tapona mis labios. Se acercan a mí. Me observan, pero no me tocan. Durante horas, están aquí en esta cámara conmigo, pero no me liberan. Se marchan. Creo que duermo. Sueño que me liberan de estas trabas. Me despierto de nuevo en total oscuridad. Al cabo de un tiempo (¿horas? ¿minutos?) regresan los mismos hombres de ayer. Esta vez, me mueven con sumo cuidado, pero sin quitarme lo que impide que yo pueda siquiera girar un poco el cuello. Me están trasladando. Me llevan rígido, por unos pasillos interminables, por escaleras.
Salimos al fin al exterior. Qué agradable es sentir, aunque solamente sea en mis párpados, la dulce brisa de mi patria… No puedo abrir los ojos, si lo hiciera, me quedaría cegado por la intensa luminosidad de Râ, el Dios-Sol. Me cargan encima de un extraño carro que se pone en marcha con un ruido espantoso. Me han colocado sobre un lecho mullido, así que apenas si sufro por los baches del camino. Han debido mejorar las técnicas de construcción de caminos, pues tampoco hay tantos baches como yo recordaba. Se para el carro. Me bajan con sumo cuidado. Me introducen en un enorme edificio. Por fin puedo abrir los ojos, aquí la luz es más suave.
No conozco este edificio. A mi alrededor, muchos fragmentos de construcciones, pequeñas estatuas, ofrendas mortuorias. ¿Qué extraña tumba es ésta? Pero lo que menos entiendo es porqué no me liberan de una vez. ¿Cuánto tardaran en soltarme? La gente pasea ante mí, mirándome con curiosidad, pero no parecen ver mis ojos que imploran libertad. ¿Quiénes son todas estas gentes? Llevan ropajes desconocidos, a veces de colores muy chillones. No puedo hablar pero sí orar. Solicito humildemente que los Dioses me ayuden, que acabe esto.
Hoy han colocado una urna de cristal sobre mí. Ya no sentiré el aliento de otros hombres sobre mis ojos. Desearía morir. Viene mucha gente a contemplarme, pero no conozco a nadie.