RODOLFO Y YO
Mi coche Rodolfo y yo nos llevábamos bien. Yo le cuidaba adecuadamente y él me respondía estando a punto en todo momento. Pero, siempre hay algún pero en todas las relaciones, yo notaba que siempre quería tener la razón y que esto le llevaba a ser cada vez más independiente sin tenerme casi en cuenta. Lo que al principio fue una ventaja, solo le tenía que decir donde quería ir y él solo se encargaba de todo, apenas alguna orden para reconvenirle por la velocidad a la que siempre contestaba protestando de forma airada y haciendo algún comentario despectivo sobre mí inteligencia se convirtió un día en un problema.
Aquel día yo había decidido ir de vacaciones y me aprestaba alegremente a hacer un viaje que se prometía delicioso. Ya comenzó a ponerse impertinente a las primeras de cambio. Corría excesivamente y frenaba repentinamente en las curvas. Le tuve que recordar que íbamos de vacaciones y que deseaba contemplar la naturaleza. Me contestó con un comentario soez que me pareció fuera de tono y así se lo hice saber. Parece que no le gustó el comentario y aceleró bruscamente dirigiéndose en dirección contraria a la deseada. Me di cuenta que estaba enfadado y cambie de táctica intentando ser condescendiente. Incluso comencé a ser cariñoso recordándole todo lo que habíamos recorrido juntos. Logré que se calmara y pensé que era solo un bache, había que luchar por salir de él. Lo intenté durante todas las vacaciones pero no salió bien. No se si fue la edad o el excesivo trabajo pero a raíz de aquello la cosa fue cada vez peor y terminamos separándonos. Lo sentí mucho porque le había querido de verdad, pero estaba insoportable. Ahora estoy con Luis, un mil doscientos de cuatro puertas, rojo, jovencito, jovencito y no veas lo bien que se porta.