Filed under: Creatividad - Segundo ejercicio — barbara at 11:15 pm on jueves, abril 22, 2010

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.

Eche la cabeza para atrás para intentar detener la hemorragia de la trompada que me había dado. Mis manos temblaban, tal vez del frío o quizás del miedo. Nunca había sentido tanta adrenalina en mí, ni mucho menos me había considerado capaz de reaccionar de semejante manera.

Seguí caminando como cualquier persona lo haría al salir a dar una vuelta. Me tape la cara con la bufanda de lana que había llevado con mijo, y seguí adelante pensando cual sería mi siguiente paso.

Por un momento pasó por mi mente la idea de regresar y enfrentar nuevamente a ese bastardo. Arrancar algún fierro de los barrotes que cercaban las vías del tren o alguna rama gruesa y fuerte de los moribundos árboles, o quizás levantar alguna botella rota que había por el suelo, eran opciones que consideré para acabarlo si desidia regresar. También consideré de ir para mi desolado departamento, dirigirme sin rodeo alguno hasta la cómoda de la habitación y sacar del segundo cajón a la izquierda, por debajo de la ropa que a presión había guardado, una pequeña arma que había guardado desde hace mucho tiempo. Nunca lo había usado, pues nunca había tenido motivos para ello. Era completamente nueva, y aunque comúnmente no soportaba tenerla en mano o pensar que lo tenía cerca, a solo unos metros de donde dormía, en esa ocasión verdaderamente desee tenerla con migo, sostenerla con firmeza y apretar ese pequeño gatillo sin siquiera vacilar.

¿Qué hubiera pasado de haber regresado?

La mejor opción era romper una de las ventanas de atrás. En una casa tan grande no se escucharía el vidrio romperse, y de seguro ellos estaban en el segundo piso, en uno de los tantos cuartos de la casa. Caminaría silenciosamente hasta subir las escaleras. Una vez arriba, bastaría solo con seguir los ruidos, gemidos y golpes que de seguro habría. ? Abrir la puerta de la habitación de un golpe sería algo que definitivamente? lo tomaría por sorpresa. Seguramente la haría a un lado a ella tirándola al suelo, y en cuestión de segundo tomaría su arma. Pero antes de que eso sucediera, yo ya habría efectuado el primer disparo, y de seguro que no fallaría.

¿Y de haber llevado el fierro o la rama?

Antes de que alcanzara su arma, me abalanzaría hacia él y lo golpearía hasta desangrarse. En cambio, con el pedazo de vidrio se lo habría clavado en el estomago y luego en la garganta.

De cualquier forma que decidiera matarlo, se formaría un gran charco de sangre en el piso y mis huellas estarían por doquier. Todos habían visto la discusión que habíamos tenido, todos sabían de mi profundo odio hacia él, no había forma de que escapara a una prisión perpetua. Pero lo bueno era que ella ya no tenía que escoger, ahora quedaba yo y nadie más. Podía hacerla feliz, siempre se lo había dicho de todas las maneras posible. Pero en vez de intentarlo, opto una vez más por el dinero antes que su bienestar.

Puede haberle dado mucho más de lo que tiene ahora, cosas que jamás podrá tener con todo el dinero de ese bastardo. Pude haber hecho de su vida un cuanto de princesas, como también pude haberla amado y coronarla de rosas y laureles como la mujer más bella del mundo.

Aunque, ahora que lo pienso mejor, ¿porque una mujer tan sucia y engañosa, que no dudo ni un instante en engañarme, merece tenerlo todo? Dinero y felicidad… Una vida de encantos, pues estaría librada de su marido, soltera y con mucho dinero.

Mejor la dejo en su gran agujero, y me pongo a pensar a donde voy a ir ahora no teniendo un mango. Tal vez, con algo de suerte, pueda recuperar mi trabajo perdido.

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