VENDIDO

Filed under: Relato - Cuarto ejercicio — Alicia at 5:53 pm on lunes, abril 26, 2010

VENDIDO?

La violencia es el miedo

a los ideales de los demás.

Mahatma Gandhi?

Como en la cámara lenta de un film inconcluso, las imágenes pasan por mi mente formando parte de un rompecabezas que no se si algún día terminaré de armar. Los protagonistas cruzan frente a mí, arraigándose en mi alma hasta quedarse allí sin intentos de irse, para siempre.

1. MAMÁ

Era de tez muy blanca, de ojos azules y claros como el cielo de la primavera que casi no llegó a admirar. Y con pecas. En las mejillas, en la frente y sobre todo en la nariz que, por pequeña, parecía desaparecerle sobre los labios.

Papá decía que semejaba una lamparita de almacén ensuciada por las moscas. Entonces ella protestaba y mi hermana y yo reíamos sin parar, perseguidas hasta caer sobre el césped del jardín, unidas las tres en un abrazo interminable.

La describo en un intento por lograr que, pasados tantos años,? quienes no la conocieron? tengan de ella esa imagen que las fotos deslucidas no permiten recrear.

Rescaté algunas, guardadas en el maletín de cuero de mi padre. De su fiesta de quince años, de su egreso de la secundaria, de su casamiento y de sus? embarazos; de color sepia o desteñidas por el paso del tiempo. Con ellas y mis recuerdos, aliento? la esperanza de mantener incorruptible el? infinito amor que? nos unió.

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2. PAPÁ

Trataba de imponer el orden y marcar los límites, escondiendo tras su apariencia severa la ternura que le afloraba inconscientemente sólo de mirarnos.

Porque éramos, según decía, sus princesas. Y nosotras lo sabíamos.

Mamá recurría a él cada vez que con mi hermana sobrepasábamos esos términos impuestos; entonces a ambas nos costaba poco modificarlos y doblegar su voluntad a fuerza de arrumacos y disculpas encubiertas.

Fanático de Rácing, los domingos y feriados eran para él sagrados. Desde antemano no lo incluíamos en los eventos familiares; la previa, el partido, la salida y todos sus referentes formaban un compacto que colmaban las veinticuatro horas y parte de los días subsiguientes.

Son escasas las fotos que lo muestran.? La tecnología de entonces lo obligaba a permanecer fuera del cuadro, en el afán por retratarnos y admirar posteriormente las imágenes deseadas.

Me dejó como legado, junto con mi madre, el valor en la búsqueda acérrima? de los ideales y en la lucha inagotable por lograrlos.

3. MI HERMANA

Elisa, mi hermana, apenas un año mayor.

Éramos inseparables. Podría afirmar que fueron escasas las vivencias que no compartimos.

No se si ello fue totalmente bueno. Sólo se que mis propios recuerdos se duplican cuando añoro aquellos tiempos, retrotrayéndome a una etapa donde nada hacía suponer lo que vendría.

Su carácter apocado contrastaba con el mío, creando un vínculo que me comprometía a resguardarla. El destino o los hombres se ocuparon de echar por tierra mi ambición.

4. MIS ABUELOS

Sólo conocí a mis abuelos maternos. Los paternos murieron antes de mi nacimiento, antes aún del matrimonio de mamá y papá.

La abuela Renata. Pequeña, pausada, de pelo blanco recogido en un rodete bajo que remarcaba su escasa estatura. De? manos callosas, consecuencia? inevitable de una vida acostumbrada a las labores rústicas, había nacido en el seno de una humilde familia del norte de la Italia campesina. Sus abrazos entonces contenidos debieron suplantar años más tarde mi cobijo faltante.

Y el abuelo Gino. Imponente, hiperactivo, con una voz que resonaba desde lejos generando escozor en quienes no lo conocían.

El cabello oscuro y rizado contrastaba vivamente con los ojos, que la abuela denominaba del color del tiempo. La raigambre latina se manifestaba vivamente en su pensar y en su hacer.

Y también del abuelo éramos predilectas. A? escondidas de todos nos llevaba a? recorrer? las huertas vecinas, regresando siempre con algunos obsequios clandestinos.

Combinábamos? entonces la dulzura encubierta de la abuela con el vigor casi exagerado de aquel napolitano avasallante. Fueron los padres sustitutos que, tiempo después, salvaron mi alma del abismo.

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5. MI HISTORIA

Cuando llegué a la? estación del ferrocarril? ya el tren se había marchado. Dudé entre atribuirlo a la mala suerte o a mi subconsciente; había cumplimentado los trámites que me requirieron en el lugar y regresaba. No quise una despedida masiva para evitar emocionarme, pero ahora me daba cuenta que tal vez algunos abrazos sinceros me habrían reconfortado.

Me encaminé sin prisa hacia la boletería a fin de averiguar el horario de la próxima formación con destino a Buenos Aires. No volvería al hotel, tal vez me hiciera bien un recorrido por las antiguas calles de tierra que me habían visto crecer.

Cargué la mochila y me dirigí a la salida. Eran sólo cinco cuadras asfaltadas; más allá, la polvareda formaba una cortina que se disipaba intermitentemente impidiéndome distinguir detalles. Conocía de memoria el trayecto, podía casi adivinar cada tramo, experimentando sensaciones irrepetibles envueltas de nostalgia.

Todo estaba igual. Los años habían congelado en el tiempo aquel pueblo sin visión y sin futuro. Y los recuerdos agolpándose sin tregua.

La vereda alta y las paredes de ladrillos sin revoque que servían de refugio a las arañas. El mágico pasatiempo de introducir palitos en sus telas hasta hacerlas aparecer y cuando lo lográbamos, correr huyendo del peligro.

El olor y el color de las glicinas que caían como cascadas por sobre las rejas de la casa de Don Joaquín. Un aroma que me acompañaba entonces y me impregnaba el corazón en esa tarde, recreando lo que creía olvidado.

Hacia los lados, las calles transversales mostraban el empedrado que lucía más lustroso por el correr del tiempo. El sonido de los cascos del caballo petiso del carro del abuelo, golpeando cada piedra como un rítmico bongó.

-? ¡Laura, no subas al árbol que puedes caerte!

Las palabras de mi madre me invadían en medio de los recuerdos que se hacían más fuertes a medida que avanzaba.

Y el patio que asomaba al acercarse, inmóvil con el paso de los años, reteniendo en sus rincones emociones queridas. El tanque de cemento de doscientos litros conteniendo el agua llovida que se utilizaría en el aseo personal y el lavado de la ropa. Los canteros en el medio, tapizados de gramilla y luciendo en su centro los limoneros y naranjos que llenaban de azahares el suelo en primavera. El gallinero alejado de la casa donde la abuela recogía cada día los huevos de las gallinas batarazas.

Y la cocina. Un paraíso de colores y de aromas que llenaban la casa e invadían las lindantes. La? comida deliciosa y a punto, antes de partir hacia la escuela. El lugar de reunión al regresar, con el olor de las tostadas y el dulce casero de duraznos? que brillaba en los frascos desde la alacena.

-? ¡Es la hora del almuerzo y aún no se han levantado! ¡Llegarán tarde a la escuela!

Ese timbre de voz inconfundible que a pesar del tiempo transcurrido, parecía haberse quedado para siempre en mis oídos y en mi alma. Mi madre ocupando cada espacio, cada instante, en una permanente película en blanco y negro donde mi hermana y yo ocupábamos los roles de importancia.

Siguiendo hacia la esquina, la antigua carnicería transformada ahora en un salón de exposición de automotores. El? local al que se accedía desde el? patio, cruzando el corral donde los cerdos esperaban ser faenados. Sortear el fango para despedirse del abuelo cada tarde y? regresar cuidando? no ensuciar las impecables zapatillas.

Y mi padre. Uno de los actores principales? frente a esa cámara lenta que ponía hoy en mis pupilas los días más felices. Mi padre empujando las hamacas del parque con un vaivén que se intensificaba hasta hacerme sentir que podía tocar el cielo con las manos. Mi padre regresando cada noche, intentando llegar antes que el sueño para cargarme en brazos hasta la habitación.

Las mañanas de los sábados compartiendo la cama de dos plazas, repitiendo cada sílaba del libro? hasta leerlo sin ayuda.

Su mano apretando con fuerza la mía al cruzar una calle, llevándome al colegio, sosteniéndome en andas? las tardes de domingos.

Una vez al? mes aquellos domingos se vestían de fiesta. La función en el único cine del pueblo, transportándome a un mundo desconocido y atrapante y el helado de dulce de leche tomado con cucharita de madera a la salida. Y la sensación infinita de sentirme protegida y amada creía que por siempre. Hasta que la vida me demostró lo contrario.

Aquella gente extraña que merodeaba el pueblo en actitud acechante.

Los vehículos desconocidos que circulaban por las calles y los barrios del poblado, estacionaban durante minutos y se alejaban con destino incierto. Los comentarios llegados desde ciudades vecinas sobre desapariciones de personas, a los que no siempre se les daba fe.

Mamá y papá viajando a veces durante días y dejándome junto a mi hermana a cargo de los abuelos. .Los? breves regresos de mamá y los viajes reiterados, sin motivos aparentes.

El abuelo llevándome a la escuela y la abuela reemplazando? la figura materna en las cada vez más prolongadas ausencias.

Los ataques a periodistas y las quemas de libros de ideología marxista, confiscados en librerías de las grandes ciudades. La presencia cada vez más asidua de los autos que recordaba verdes, moviéndose lenta y sigilosamente por el pueblo. La aparición de papeles en las calles, a los que el abuelo llamaba panfletos políticos que no había que considerar.

Las noches desvelada esperando el regreso y el sueño que me vencía cada vez. El? reinicio de? la vigilia al día siguiente y al otro y al otro, ya sin cuenta. El rostro del abuelo transformado en una mueca constante que delataba el miedo y la tristeza. El llanto de la abuela cada noche cuando nos creía dormidas.

Los días que se transformaban en semanas sin mamá y papá.

Aquel domingo de julio que culminó en festejo con la imprevista llegada de los dos. El abrazo inagotable abarcándonos a todos, la cena compartida y la noche alargada hasta la madrugada prolongando el momento. Las manos de mamá entrelazadas con las mías. El sueño cubriéndome sin prisa en los brazos de mi padre.

El despertar con el terror en el alma ante los golpes en la puerta y los gritos destemplados. La irrupción en nuestro cuarto y en el de los abuelos hasta detenerse en el de nuestros padres y vociferar. Los minutos- horas- eternidad de alaridos, golpes y amenazas. Elisa corriendo hacia los brazos de mi madre, desencadenando el peor final.

Y luego las sombras y el rugir de los autos que creía verdes, hasta el silencio sepulcral nacido del espanto, la desesperación y la impotencia.

Los años posteriores asimilando la familia incompleta y creciendo con ausencias. La culminación de los estudios y la partida a Buenos Aires.

El tiempo inclemente llevándose al abuelo y a la abuela, tras una lucha inclaudicable en busca de respuestas inhallables y esperanzas vacías.

Y la vuelta.

? Mirando las paredes sin revoque que servían de refugio a las arañas, aspirando el aroma de glicinas, pisando el? empedrado más brillante que entonces.

– ¡Laura, no subas al árbol que puedes caerte!

– ¡Es la hora del almuerzo y aún no se han levantado! ¡Llegarán tarde a la escuela!

Los limoneros y? los naranjos, los azahares y los huevos de las gallinas batarazas. Las tostadas y el dulce de duraznos. La carnicería del abuelo. El cine, el helado de dulce de leche, las hamacas y la cama de dos plazas.

Por todo eso, por las caricias huecas y el amor mutilado, por el sinfín de ausencias que nunca han de llenarse, por las ansias vacías de volver al pasado, el cartel de VENDIDO en la ventana del cuarto de la abuela, me estrujó el alma.

1 comentario »

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Comment por Carminacd

5 mayo 2010 @ 4:37 pm

Alicia: una extraña estructura para un relato de viaje y empieza describiendo personajes. Me abres una nueva visión. Yo lo estoy escribiendo de manera tradicional, tu opción es más literaria y cautivante, aunque no sé si se atiene al género.
Saludos
Carmiña.

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