Por una puta

Filed under: Creatividad - Segundo ejercicio — Victoria at 4:20 pm on domingo, junio 6, 2010

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.? La hemorragia sobrepasó la posibilidad de absorción de la fina tela, y cayeron dos gotas que colorearon de rojo parte minúscula de la enorme alfombra blanca que mis pies pisaban; mas no pude eliminar el rastro, tu te asomabas por la ventana corriendo la cortina, yo tuve que esconderme? tras el auto de ella hasta que te esfumaste y rápidamente me borré del posible alcance de la vista de los dos.

No tenía bien claro qué hacer, así que fuí al restaurante en donde nosotros siempre nos encontrabamos, pedí un café ya que debía consumir algo, y mirando por el vidrio algo tapado por la áspera nieve, que ahora nuevamente empezaba a caer, veía de vez en cuando solitarios caminar con bufandas camperas y gorros abrigados; pero en excepción vi venir a dos enamorados abrazados andando lento y despreocupado, y claro, eras tu, que ahora repetías la misma historia sólo que con una puta recién estrenada, tu poca imaginación me sorprende, ¿no te aburres de seguir con cada una los mismos pasos ya pisados?

No tuve más tiempo para pensar, me vi obligada a correr al baño tapándome la cara con el ancho cuello de mi buzo de abrigo que yo misma había tejido en mis cálidas tardes hogareñas. Entré desesperadamente y para nada disimulada, sin siquiera ver si había alguien, abrí la ventana y escapé de allí.

Mientras sin consuelo caminaba, me decidí repentinamente a esperarte, a ti y a esa, sentada junto a la puerta de tu casa. Pasaron horas, y el frío me estaba dejando sin aliento ni ganas de seguir con ese jueguito de niños ennoviados, de todas formas esperé hasta que los vi llegar; no tenía ningún plan, ni ninguna idea de como actuar para cuando me miraras a los ojos. Te acercaste, se acercaron, y ¡Por Dios, Cuánto descaro! No vi ni pizca de verguenza en tu rostro, no vi ni pizca de verguenza? por haberme golpeado y luego haberme pedido perdón, haberte arrodillado y humillado por mi amor, y luego, luego de unas horas ahí, mostrándome tu engaño cara a cara; y yo como una imbécil, teniendo esperanzas de tu fidelidad, y? más me sulfuraba aún el hecho de que me hayas golpeado cuando yo siempre estuve diciendo la verdad, y tu tras la violencia escondías esa vil traición ya tan sabida por mi parte.

«¿Qué hacés acá?», me preguntaste, qué ganas, pero qué ganas tuve de abofetearte y decirte lo mucho que te aborrecía; y me mirabas, me seguías mirando con una indiferencia que nunca antes me habías enseñado. Sin absolutamente nada que decir, me paré y te escupí en la cara, una felicidad y un orgullo me recorrió el cuerpo de manera tal que terminó en una sonrisa del mismo tamaño que el odio que sentía por ti. Me miraste inmóvil, y esa, esa puta te miraba a vos como esperando una defensa tuya de mi admirable movimiento, pero yo me fuí antes de que pudieras decir palabra alguna, me fui feliz y maravillada de mi propia actitud que era digna de galardonar. Mi indudable exultación me hizo irme corriendo dando pequeños saltitos involuntarios.

Cuando llegué a mi casa todo me esperaba igual, quieto, inerte, aguardando mi llegada. Me senté junto a la estufa y le desembaulé mis penas al fuego, y mientras lloraba reía, hacía tiempo que debía haberme desecho de ti. Recién en ese momento me di cuenta de todo el tiempo perdido, de todas las caricias que tu fingías sentir tan profundas, de todas las sonrisas que te regalé y vos ni las quisiste abrir para mirarlas. Ahora te veo desde lejos, sin esperar ni querer nada de ti, si ni siquiera sentirte, sin ni siquiera extrañar tu falso amor que me envolvía el alma superficialmente.

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