Venganza

Filed under: Creatividad - Segundo ejercicio — Mariano Campo at 3:44 am on lunes, octubre 4, 2010

En la actualidad…

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.

Aunque pensé que había acabado contigo, por el rabillo del ojo pude percibir que te incorporabas a pesar de los golpes recibidos. No me daba tiempo a concluir el trabajo ya que, de seguir allí, tu última adquisición me reconocería y tendría que haberme encargado de ella también. No es mi estilo hacer daño a inocentes.

De todas formas te conozco. Eres mezquino y arrogante. Destilas odio por todos los poros de tu piel y esto te hace vulnerable: no piensas con claridad.

A pesar de la nieve que vuelve a caer y de que la noche se precipita con rapidez, sé que cometerás la imprudencia de salir a buscarme solo, pero esa eventualidad también la tengo prevista. Es fácil restañar una epístasis nasal. Tan solo tengo que presionar un minuto mi nariz con los dedos índice y pulgar y ésta dejará de sangrar.

Te ofreceré como pista el pañuelo ensangrentado. Pensarás que estoy gravemente herido y…., verás que sorpresa te llevas, cabrón de mierda.

Unos años antes…

Tres años llevaba Marcos planificando a conciencia su venganza.

Era buen jugador de ajedrez desde temprana edad y, además de la estrategia, la combinatoria, la capacidad de abstracción y la relajación, éste juego también le había dotado de una peculiaridad: la paciencia.

Como complemento, el “Taekwondo” le proporcionó agilidad, destreza y lo convirtió en un arma letal, si bien procuraba hacer prevalecer la fuerza de las palabras ante cualquier forma de violencia.

Su formación, cultura e inteligencia, unidas a una voluntad de hierro, lo convirtieron en una persona admirable. Siempre trataba de enfocar positivamente esas características.

Aunque se consideraba ateo, aún conservaba la pequeña hoja de cuaderno que un día le entregara su abuela a escondidas. Contenía escritas a mano las “Bienaventuranzas”. Le atraía una en especial: “Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.

-Lo siento abuela, pero me limpio el culo con esa hoja-, pensó ese aciago diecisiete de octubre. Fecha en la que cambió su vida para siempre.

Jacinto que, pese a detentar el nombre de una hermosa flor, era lo más parecido a un “cardo borriquero”, unido a su otro socio en reunión extraordinaria, lo pusieron de patitas en la calle.

Marcos se sorprendió porque no se lo esperaba. Durante seis años trabajaron codo con codo hasta alcanzar un estatus empresarial envidiable. Pero Jacinto quería más.

No contentos con su expulsión, lo denunciaron por “apropiación indebida”, para no tenerle que abonar su participación en beneficios.

-¿Por qué me haces esto, Jacinto?-

-Si te digo la verdad y con el corazón en la mano, no existe una razón. Se trata simplemente de negocios-

-¿Corazón? Yo diría que te lo has dejado olvidado en alguna parte-.

-Jódete Marcos, eres un “pringao” idealista. Yo tengo los pies en el suelo y me arrimo al árbol que más sombra dé. Lo quiero todo simplemente porque me sale de los huevos y tú ya no sirves a mis propósitos.

-¿Te das cuenta de que estás jugando con mis “garbanzos” y los de mi familia?¿Por qué no te pones en mi lugar?-

-Realmente me enferma tu forma de actuar. Eres un tonto del culo que piensa que todo el mundo es bueno. ¿No sabes que el hombre es el lobo del hombre?-, dijo Jacinto encendiendo un puro y echándole el humo a la cara.

-Me importa un bledo lo que les ocurra a tu familia-, prosiguió.

-Que tu mujer y tu hija se metan a putas. Eso se paga bien, especialmente las niñas de nueve años. Ya sabes la cantidad de pederastas que pululan por ahí-. Rió de su propia ocurrencia.

-Ok, colega. La suerte está echada. No olvides que cuando un hombre considera que ha perdido todo, se vuelve muy peligroso-, comentó Marcos mientras se levantaba del mullido sillón del despacho.

-Mira como tiemblo, capullo. ¡Sal de mi vista inmediatamente!-

Se tuvo que defender durante año y medio frente a una pléyade de abogados, lo que mermó en gran medida sus ahorros.

A sus cuarenta y nueve años no pudo encontrar otro trabajo y, finalmente, se vio obligado a vender su casa por la mitad de su precio. Su mujer y su hija se trasladaron a la vivienda de sus padres. Y él desapareció…

La venganza, como sugieren algunos filósofos naturales, es una de las motivaciones humanas más universales. Y se sirve bien fría.

En un primer estadio, Marcos consiguió una nueva identidad por mediación de un “colega” del barrio donde se curtieron de niños. La guardó como un tesoro en lugar seguro.

Durante un año fue retirando pequeñas cantidades de su cuenta corriente para no levantar sospechas. Ingresó el dinero, gracias a su asesor, en un paraíso fiscal. Cuando la hubo vaciado, la canceló, anuló todas sus tarjetas y se diluyó como una gota de agua en el océano.

Durante dos años más se disfrazó y vivió como un vagabundo, comiendo y durmiendo de la caridad. Se hacía acompañar de una botella de vino barato y parecía un borrachín. Pero tan solo era una ilusión. Disfrutaba de todo el tiempo del mundo para planear su venganza.

Por su parte, Jacinto se había olvidado completamente del tema, hasta ese día…

En la actualidad…

-¿Qué ha sucedido aquí?-, preguntó la puta del coche rojo.

-¡Cállate!-. Jacinto se tambaleaba por la paliza recibida.

Con los ojos inyectados en sangre, cogió su escopeta de caza, introdujo dos cartuchos y salió al exterior. Trataba de encontrar a su agresor que, aunque siéndole familiar, no lograba ubicar debido a la parka blanca que le cubría por completo, a la larga barba y al olor a vino rancio y sudor de meses.

-¡Sal, hijo de puta!, gritó. Ni una simple rama se movió.

Reparó en el pañuelo ensangrentado tirado en el suelo y se acercó con precaución. Lo recogió y escuchó un leve chasquido a su izquierda. Disparó en aquella dirección cuando, a su espalda, de repente, se abrió la nieve elevándose una figura perfectamente mimetizada. Lo agarró por el pelo con la mano derecha echándole la cabeza hacia atrás. Con la izquierda le atenazó la traquea y, con un rápido movimiento se la partió.

-El hombre es el lobo del hombre. ¿Lo recuerdas, pedazo de carne con ojos?- Lo miró Marcos con frialdad.

Esas fueron las últimas palabras que oyó Jacinto antes de expirar, mientras se meaba y cagaba en los pantalones debido a la relajación de los esfínteres.

Mariano Campo.

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