María

Filed under: Relato - Primer ejercicio — Mariano Campo at 2:56 am on lunes, octubre 11, 2010

Agaete (Isla de Gran Canaria)

29 de Marzo de 1.934.

El sol se ocultaba tras la línea del horizonte. Las escasas nubes que cubrían el pequeño puerto de “Las Nieves”, se desplazaron hacia el oeste como atraídas por el gran disco rojo. Los últimos rayos iluminaron el enorme roque de piedra basáltica que, durante el transcurso de miles de años, el mar fue moldeando caprichosamente hasta hacerlo parecer un dedo índice apuntando al cielo. Los lugareños lo denominaban “El Dedo de Dios”.

Al amparo de la “Iglesia de La Concepción”, emplazada en el pequeño pueblo de Agaete, María llenaba sus pulmones por vez primera en manos de la “comadre” Adelita, avisada tres horas antes, ante la inminencia del parto.

Los hombres esperaban fuera de la casa. El parto y su preparación, era cosa de mujeres.

Adelita salió al patio exterior y, con sus finos labios, que dejaban entrever los dos únicos dientes que le quedaban sanos, le dijo al padre del bebé:

-Es una hembra. Tiene todos los dedos de las manos y de los pies-, aludiendo a que se trataba de una niña sana.

Álvaro se apoyó en el entramado de viejas tablas que configuraban el pequeño corral anexo a la casa. Extrajo de su bolsillo una porción de tabaco; lo depositó con cuidado sobre papel de fumar, lo lió y exhalando miró a la noche estrellada.

-Dios, ¿qué te hice para que me castigues así? Con ésta ya van tres hembras-, dijo escupiendo una hebra.

Eran pobres de solemnidad. La casa, por la que pagaban una renta mensual a “Don Salvador”, consistía en una salita a la que se abrían dos habitaciones: un dormitorio de matrimonio y una cocina. No existía retrete, ni ducha, ni agua corriente. Sus necesidades las realizaban en el corral y el agua la obtenían de un pequeño grifo comunal a las afueras del pueblo.

Todo ello compartido por seis personas: dos adultos, tres niñas y un varón.

En ese mismo instante, María mamaba plácidamente ajena al futuro que se le avecinaba.

Agaete (Isla de Gran Canaria)

10 de Septiembre de 1.959

A sus veinticinco años se había convertido en una preciosa mujer. Piel morena; ojos negros como el azabache; pelo ensortijado y curvas por las que hacían cola varios pretendientes.

Se secó la frente con el pañuelo, se refrescó con un poco de agua y prosiguió su tarea de recogida de tomates para la que había sido contratada como jornalera. Siempre la llamaban porque era rápida, eficaz y nunca se quejaba del trabajo duro.

El poco dinero que obtenía lo aportaba a la economía familiar. Ella se quedaba con unas monedas que ahorraba para poder comprarse un bañador y disfrutar de su único día libre al lado del mar.

No sabía nadar, como apenas sabía leer y escribir. Desde temprana edad la obligaron a dejar la escuela.

-Para qué necesitas la escuela. Tu misión en la vida es servir a tu padre y hermano. Cuando te cases, lo harás para tu marido e hijos-

Eso era lo que se esperaba de las mujeres. Esclavitud encubierta, amparada por el Estado y la Iglesia.

Pero como quiera que se necesitaba el dinero en casa, María se levantaba antes de que cantara el gallo. Junto a su madre y hermanas caminaban un largo trecho para recoger agua. Preparaban el desayuno, la ropa de los hombres de la casa, la comida que necesitaban para el descanso de una hora en su trabajo.

Por el contrario, los varones se levantaban más tarde, se lavaban con el agua fresca, desayunaban, cargaban en unas cestas la comida ya preparada y se marchaban a trabajar.

Las mujeres recogían la mesa, limpiaban la casa, hacían las camas y corrían para no llegar tarde a la recogida de tomates.

Cuando volvía a casa con la espalda reventada, continuaba trabajando: preparar la cena, dar de comer a los animales, recoger agua…

Cenaba una vez terminaban los varones y caía rendida en la cama.

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-Carmelita, mira que bañador he comprado-, dijo mostrando la prenda.

-Bonito de verdad-, asintió Carmela con admiración. -Este domingo, después de misa ¿vamos a la “caleta” con Maruquita y Tina?-

-Si, por favor. Tengo tantas ganas de sentir el mar en los pies…-. Sonrió y se despidió con un abrazo.

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Ese domingo, don Ramón, el párroco del pueblo, volvió a recordar a sus feligresas que Dios creó a Eva partiendo de una costilla de Adán. Por esa razón estaban supeditadas al hombre según la “Palabra de Dios”. Ellas escuchaban con recato bajo el pañuelo que obligatoriamente tenían que llevar cubriendo el pelo, tal vez para que el Cristo de la cruz no se excitara pecaminosamente, y asumían como verdad absoluta las idioteces que les espetaba don Ramón.

Por fin finalizó su arenga y dejó marchar a su manso rebaño.

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María y sus amigas reían y conversaban mientras se bañaban en los charcos formados por la bajamar. El sol acariciaba las únicas partes dejadas al descubierto por las prendas de baño: cara, brazos y piernas. De repente, como aparecida de la nada, una figura se recortó ocultándole el sol. Era su hermano Pedro.

-Vístete ya y vamos pa´casa-, dijo con la cara roja de ira.

Se hizo un silencio sepulcral. María se vistió y acompañó en silencio a Pedro.

Cuando entraron, él le dio una bofetada, cogió unas tijeras, le arrancó el bañador de las manos y, mientras lo cortaba en pequeños trozos le gritaba:

-Sólo las putas se atreven a llevar bañador en público. Que sea la última vez, porque sino te mato a palos-.

Las Palmas de G.C.

3 de Abril de 1.963

Llamaron a la puerta. Carmen corrió escaleras abajo y se quedó de piedra al contemplar por primera vez a Manuel. Era el hombre más guapo que había visto en su vida.

-¿Está María?-

-Un mom…., un momento por favor-, logró articular la cocinera.

Se reunió inmediatamente con Tata y le comunicó que un desconocido guapísimo preguntaba por María.

Después del fatídico episodio, ésta se trasladó a la ciudad para trabajar como personal de servicio en un palacete propiedad de una familia aristocrática.

Conoció a Manuel paseando por la calle y se enamoraron perdidamente.

Durante un año mantuvieron en secreto su relación. Si alguien se hubiese enterado, habría supuesto la humillación, el despido inmediato y la vuelta al pueblo de María.

-Una mujer sola con un hombre…, a saber lo que harán-.

Pero ahora las cosas eran diferentes, lo planearon meticulosamente y dispusieron hasta el más mínimo detalle para contraer matrimonio.

Manuel recogió la maleta que le tendió María.

-Adiós Tata. Buena suerte Carmen-. Las lágrimas corrieron por sus mejillas, lágrimas de felicidad.

Las Palmas de G.C.

18 de Agosto de 2.005

Aunque Manuel era un buen hombre, no pudo o no quiso sustraerse a las facilidades que le reportaba la sociedad patriarcal.

Sacaron adelante a cinco hijos: cuatro varones y una niña.

Ambos trabajaban duro para que a sus hijos no les faltara de nada, pero María cuando llegaba a casa seguía trabajando. Esta vez al servicio de sus hijos varones y de su marido.

Trató de inculcarle esas ideas a su única hija, pero no se percató de que los tiempos habían cambiado.

Sara quería a su madre con locura. En ella armonizaban perfectamente una belleza fuera de lo común, con un fuerte carácter.

-Tienes los huevos que les faltan a todos tus hermanos juntos-, manifestaba divertido su marido.

A lo largo de los años, su hija trató de cambiar en ambos esa forma de pensar y que la sustituyeran por la solidaridad. ¿Tarea imposible?

La brisa del mar acaricia sus mejillas, mientras las olas de la orilla bañan sus pies…

Los verás cogidos de la mano, entrelazados sus dedos y profundamente enamorados.

Mariano Campo.

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