¡Fuego!
Nací bajo la sombra que proyectaba un cúmulo de apagadas llamas. Bajo su titilante y bella danza de oscuridad.
Así quedé. Como ellas. Oscuro.
Crecí entre la niebla espesa. Tratando de que mis ojos se acostumbrasen a la tenue luz del mundo, a la tenue luz de unas mentes que no comprendían la mía. Crecí tratando en vano de comprender a aquellas mentes que no me entendían.
El tiempo fue pasando, lento pero inexorable y tan lentamente como el tiempo se iba, mi comprensión llegaba. Cuan más claro vislumbraba su camino más lejano se me antojaba del mío.
Así, raudos cual negro rayo, se consumieron dos tercios de mi existencia.
Sólo entonces me di cuenta de que aparentar la normalidad era más eficiente que aparentar la diferencia, que se teme lo que no se comprende y que debía acercarme al mundo.
Fue ardua tarea, pero me adapté y tan bien me adapté que ya casi parezco ya parte de una sociedad que camina al unísono por caminos tan, tan grises que son más oscuros que los negros que yo andaba. Mis días, treinta años después, son como los de todos, monótonos y acristalados en la normalidad.
Ahora seguiré igual, fundido en un mundo al que, como muchos, nunca pertenecí aunque me adapté, en cualquier caso, en el fondo de mis ojos aún y siempre se podrá ver el espíritu de una hermosa danza de apagadas llamas negras.
Saludos desde el infierno.