distancia….
Tengo miedo, miedo del tiempo, del reloj, unas veces tan vehemente como yo, otras tan desidioso como la propia dilación. Esos malévolos alfileres que se lo llevan todo, bueno no, todo no, el recuerdo se eternizan, inamovible, terco, doliente y desesperanzado. El cronómetro me despedaza, trilla mi resistencia y maltrata mis desvelos, la avidez de tus abrazos me atraviesa, pues no puedo desmayarme en ellos, sólo pido que los punzantes alfileres no te alejen de mi lado, ¡clemencia!, quiero impedir el avance, del certero recorrido de esas inmunes púas, pero sólo cuando estás conmigo, ya que si estás lejos les imploro que se adelanten para que el lapso no me venza, y me vea atormentada por la merma de vida que supone el recuerdo de tu añorada presencia.
Con la llegada de tu marcha se engendra mi ansiedad. , Todo pierde fulgor, color, hechizo. La vida se tiñe de un temible tinte daltónico, que me aferra a un pasado sin curso, sin límites, sin embargo vivo en él, es un amenazador y deshumanizado vado henchido de hiel, si tú no estás aquí, todo es ceniciento, mate y opaco. Mis ojos abrazan el inmenso tormento y la soledad; mis amargas lágrimas no pueden evacuar un ápice de dolor. Grito, me desgarro la voz con el más rebelde desaliento y no veo más allá de una proyección de dicha, siempre contigo, contigo, sin distancia, sin espacio. Ruego un soplo inagotable de descanso, para siempre, mi sollozo suplica al manto de agua que nos separa despiadadamente que se torne un puente inmediato que permita olvidarnos de todas las dificultades que postergan nuestro idolatrado deleite.
Y es que me da miedo el tiempo, que te tiene escondido en la memoria, que estrangula mi paciencia y cuartea mis sueños; los despedaza y me hace responsable de no poder resistir sin ti. Me culpa, me juzga y me castiga sin la ilusión que es mi alimento, mi consuelo, sin ella tampoco sé vivir, no quiero un sendero infinito, desesperanzado y sin rumbo, eso es para mi la tardanza, la duda, el desconcierto y la incertidumbre pero sobre todo permanece ese profundo vacío que me azota el ánimo con la más ponzoñosa zozobra: la inseguridad, que alberga el propósito de herirme y luego ver como se desangra mi alma, mientras ésta se debate con infatigable desazón. Los sonoros latigazos de atormentador silencio intangible poderoso y justiciero me quiebran, rompiéndome en pedazos de agria y eterna congoja. No deseo llevar la pena más lejos que mi propia y consumida existencia, triste, fatal, hambrienta de ti… y de sosiego…cada segundo es tan largo o más que el anterior pero tiene menos oxígeno, y es que tengo miedo del tiempo.