Autorretrato borroso
Hace poco me di un golpe en la cabeza muy fuerte. Estuve internado como un mes sin saber quien era, recibiendo visitas de gente absolutamente desconocida que solo me daba miedo. Del accidente no recuerdo nada. Me han dicho que iba en bicicleta y que un auto me levantó en el aire y me golpeé el cráneo contra el asfalto.
Me llevaron a mi casa y me encontré con una habitación que es el estudio de un pintor. La verdad no me gustaron nada las pinturas que vi desparramadas por todo el lugar. Se supone que son mías. Detesté ese lugar al instante, y me dediqué casi todo este tiempo a leer en el jardín. Porque aparentemente no tengo que trabajar. Pertenezco a una familia aristócrata. Otro misterio para mí. En el hospital había mucha gente que se quejaba de tener que estar internada,? porque tenían miedo de perder su trabajo por la prolongada ausencia. Se querían levantar de la cama y regresar a sus vidas, que recordaban a la perfección. Eso me daba envidia.
Un día sentí curiosidad por ver mi estudio otra vez. Debo confesar algo: ese lugar me daba espanto y no quería que nadie me viera entrar en él. No quería que asociaran esas pinturas obscenas conmigo.
Apenas entré, un? escalofrío recorrió mi espalda cuando me enfrenté a un cuadro que? destaba? sobre el resto: una mujer vestida con un traje sastre muy clásico, el pelo corto perfectamente cortado, los labios pintados de rojo carmesí y unos dientes como de tiburón que sobresalían de su boca. Reconocí en su mirada algo espantoso y diabólico. Algo conocido. Y entonces me di cuenta de que la mujer en el retrato era mi madre.
Me acerqué al atril en donde había un lienzo en blanco. Tomé un pincel y algunos óleos y empecé a pintar un fondo. Mi mano era experta. Recordaba exactamente cómo hacer cada pincelada, cómo matizar los colores. Llevé un espejo y lo? coloqué de manera que reflejara mi propia imagen. Estuve todo el día metido en el estudio, tratando de pintar lo que veía en el espejo, sin demasiado éxito. Mi propio reflejo me resultaba tan cercano y al mismo tiempo tan ajeno, que no lograba reproducir lo que veía. El resultado fue una imagen borrosa, como si estuviera detrás de una pecera, deformada, con un solo ojo, y con una expresión de desconcierto tan grande que enseguida pensé que estaba muerto y que era imposible regresarme al mundo de los retratos naturalistas, y de las personas que eran mi entorno cercano.