Cloe
Sus pupilas se agrandaron al verle. Echó hacia atrás su cabello castaño con un gesto natural. Segura de sí misma, se colocó el pañuelo anudado al cuello y volvió a las hojas que tenía por corregir. Pensó que a veces, se sentía diferente: más fría y distante que el resto. Su educación y sus orígenes luchaban por salir, aunque ella quisiera evitarlo. En aquellas situaciones su corazón y su cabeza tomaban caminos separados. Admiraba a las españolas por eso, por pisar fuerte en todo momento, por no tener en cuenta nada más que sus sentimientos, sin importarle lo que pudieran decir los demás. Sin darse cuenta, el bolígrafo rojo que utilizaba para subrayar o tachar ideas de otros, había tomado vida propia y se movía entre sus dedos tomando más protagonismo del que debía. Entonces Pablo la observó divertido y ? el iceberg que asomaba en los ojos de Cloe se deshizo y ? sonrió. Este diálogo sin palabras se repetía cada vez más a menudo y ella volvía a quejarse para sí misma de la educación que su estricta abuela materna la había inculcado y que la impedía mostrarse como realmente era y en quién con los años se había convertido. Por la noche, en el silencio de su habitación, abrió su cuaderno de páginas blancas y escribió: «Hoy es el primer día del resto de tu vida». Aprovéchalo.