El amante desaparecido
Amanda encendió la lámpara. Se hacía de noche y ya hacía frío para estar leyendo un libro en el columpio. Las olas golpeaban en las rocas bajo las que se anclaba su casa. LLevaba casi tres horas esperando a Jaime. Se había convertido en un experto en llegar tarde. Desde que ella se separara de su familia para seguirle nada era igual. Las discusiones eran constantes y dolorosas, pero después se miraban a los ojos y ? lo arreglaban bajo las sábanas. La escalada profesional de Jaime en la política había sido vertiginosa y fue un obstáculo más en su nueva vida juntos. El pasado que los había unido, ya no era algo que él la agradecía cada noche, sino que se había transformado en un problema. Sintió una punzada de dolor cuando en la televisión, tras las votaciones, comprobó la cercanía de una joven ayudante a la que él dirigió una mirada cómplice que Amanda reconoció de inmediato. Empezó a comprender que su relación había sido una simple aventura que él mantenía porque le interesaba, que su corazón era una roca, pues la permitió abandonar a sus hijas, a la sangre de su sangre…. Se sintió furiosa y humillada. ¿Cómo había llegado a eso? ¿Qué había hecho? De pronto, estaba planteándose el modo de hacérselo pagar, pues él era el culpable. Sin embargo, al ver su imagen en un espejo recordó que fue ella y solo ella la que decidió unir su destino al de aquel gallina, aquel amante que no tenía arrestos para contar la verdad de su relación al mundo y que ahora la tenía allí recluida. Aquel hombre que en dos meses de rutina se había vuelto un desconocido. O quizás es que antes no le conocía, se corrigió. El viento arreció en el exterior, la persiana tintineó contra la ventana. Se acercó a cerrarla, pero la abrió casi en trance al ver reflejadas en la luz de un relámpago a sus dos hijas. Mientras descendía hacía el mar experimentó la liberación que otorgaba el poner paz en su vida.