Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.
¡Carajos!? ¿? por que lo hice?? Ni siquiera era de mi incumbencia…
Caminé sin rumbo, hasta que mis pies congelados me llevaron al bar dónde te conocí. Grandísimo Pierre, el cantinero, ni siquiera se molestó en levantar la mirada, pero hizo llegar un tequila doble hasta mis manos, -sabía que el whisky me producía dolor de cabeza- y debió ser evidente desde que entré, que no necesitaba empeorar mi condición. La sangre aún húmeda, no se si por lo? fresca ? o por la nieve? que la empapaba, delataba que venía de una riña y que no estaba? de humor para soportar ? las acostumbradas burlas por justificar la posición del Manchester? ? ? ? en la copa de Europa.
Con discreción Pierrot, como llamabamos a Pierre, mas por su costumbre de usar sueteres y calcetines de rombos, que por su nombre preguntó: ¿todo bién?
¡Vete al diablo! pensé, pero dejé la exlamación girando dentro de mi cabeza, pues sabía que si no contestaba, era la mejor manera de decir: no te voy a responder.
Tomé el trago de un golpe y me dirigí al lavabo, tenía el ojo inchado y la sangre seca en la naríz, el labio superior y la chamarra -nunca pensé que pegara tan fuerte-; después de todo? era una adolescente de apariencia debilucha aunque con un rostro encantador.
-Esa hija tuya pronto será una mujer hecha y derecha- te había dicho, sin pensar que aquello te ofendiera