NOCHE INFERNAL
Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había? forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella,? ? con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la? ? puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme.? ? Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran? ? las gotas de sangre sobre la nieve.
No era la primera vez que el muy cobarde me golpeaba sin motivo alguno y cuando lo hacía, le aborrecía con todas las fuerzas de mi ser. Y pensar que otrora fui gestora de su éxito a nivel mundial,? siendo? reconocido como uno de los mejores tenores del momento. Cuánta indignación sentía por haber dedicado tantos años de mi vida a endiosar a un falso ídolo de barro. Demasiado? tarde comprendí que eran ciertos los sabios consejos de mi difunta madre: «Un hombre que arremete contra una mujer tiene mala entraña».
Sentí vergüenza de acudir al mismo nosocomio, toda vez que de un tiempo a esta parte me había convertido en paciente asidua al Servicio de Emergencia.? ? En razón de ello preferí acudir a otro hospital, teniendo en cuenta que nuestra última discusión se desarrolló bajo escabrosas circunstancias? y estaba plenamente segura que el desenlace podría tener un giro inesperado.
Me anestesiaron la nariz para poner el tabique? en su sitio: la fractura había sido de consideración. Esta vez culpé del accidente a mi fiel perro labrador, a sabiendas que el verdadero culpable era mi controvertida pareja. Abandoné el centro hospitalario con? la nariz enyesada y con un dolor cada vez más fuerte,? al pasar paulatinamente el efecto de la anestesia.
En cuanto llegué a mi casa traté en lo posible de mantener la calma. Disfruté de un baño de tina con? agua tibia y sales relajantes.? Me incorporé, sequé mi cuerpo con una toalla y cubrí mi desnudez con una bata de felpa. Encendí la chimenea, arrojé al fuego mi? ropa ensangrentada? y observé cómo? quedaba reducida? a cenizas: quería desaparecer toda evidencia de aquella trágica noche.
Me serví una copa con coñac, recosté cómodamente sobre el sofá y centré mi mirada en el teléfono. La incertidumbre me estaba matando, por no saber a ciencia cierta cómo se encontraba el hombre que antaño? hizo latir mi corazón enamorado.
Sin embargo, no dejaba de asombrarme la parsimonia que yo demostraba en esos momentos. Sabía que el golpe que le propiné en la cabeza fue muy fuerte, porque de inmediato brotó la sangre a borbotones. Quizá al verse ensangrentado recurrió? a su incondicional mujerzuela que raudamente acudió en su auxilio. Resulta insólito lo que a veces soportamos las mujeres enamoradas, pero todo en esta vida tiene? un límite y esa noche lo fue para nuestra tormentosa relación.
El tictac del reloj martillaba en mi cabeza, mientras los dientes devoraban mis uñas. Coloqué más leña en la chimenea y preparé otro coñac. El alcohol apaciguó mis nervios que por momentos me traicionaban. Fue inevitable no rememorar los gratos momentos que pasamos antes del fatal desenlace.
Hasta ahora me parece escuchar los interminables aplausos que al concluir el apoteósico concierto, hicieron retumbar las antiguas paredes del Teatro Monumental. Tras el brindis de rigor siguió un opíparo banquete, que congregó a una distinguida concurrencia conformada por importantes personajes de la cultura, de la política y del mundo empresarial: todo un éxito que juntos compartimos en aquella inolvidable noche.
Cuando llegamos luego a su casa continuó bebiendo con desenfreno y mostró la cara oculta de su propia luna:? ? aspiró aquel polvo? blanco? que, según siempre me expresara, lo elevaba a su? indescriptible paraíso imaginario.? ? Mi cuerpo adicto al suyo? era prisionero de su embrujo, aceptaba en silencio el cruel castigo y gozaba en los parajes del placer inagotable…
El teléfono sonó a las siete de la mañana. Sobresaltada atendí la llamada que provenía de la delegación policial. Se me informó que el conocido tenor Domenico Gastello había sido encontrado muerto en compañía de una desconocida mujer y requerían de mi presencia por ser su manager. Al llegar quedé estupefacta con el macabro cuadro que tenía ante mis ojos: dos cadáveres en el piso sobre un charco de sangre.
Al día siguiente la prensa dedicó la primera página a publicar titulares formulando mil conjeturas. Según el parte policial, se presumía que entre la difunta pareja ocurrió un fuerte altercado que llegó a palabras mayores. El hombre murió desangrado a causa de un fuerte golpe en la cabeza que le propinó la mujer, quien posteriormente se suicidó cortándose las venas. Se tiene casi la certeza que el fatal desenlace fue originado por el resultado de un laboratorio clínico, encontrado en la escena del crimen. En dicho documento se leía claramente que la mujer había sido diagnosticada portadora del VIH.