EL ORO Y EL BARRO

Filed under: Varios — carbada at 3:06 pm on jueves, septiembre 19, 2013

EL ORO Y EL BARRO

Estábamos sentados en un bar de San Telmo, el mismo en el que siempre nos reuníamos: Lucía, José, Arturo y yo, a veces venía Carlos, Mané y también Alfredo, pero hoy no habían llegado todavía. Tomábamos un café, coñac y fumábamos un cigarro, la idea era reunirnos, conversar. Nos apasionaba llevar siempre una lectura impresa en una fotocopia y luego comentarla, opinar y finalmente sacar conclusiones.
Era un día muy especial, estábamos un poco susceptibles. Parecía que la jornada no era muy propicia para esa reunión, sin embargo el encuentro se llevó a cabo como si fuera una cita de fe, ya era una costumbre.
Los parroquianos del bar, siempre los mismos, estaban allí, con sus mentes perdidas en la nada, obnubilados y con sus figuras disipadas por el humo de los cigarrillos. Un café, un simple café, era lo único que consumían generalmente. Algunos se reunían con otros, como nosotros y emprendían largas conversaciones, siempre referidas a cosas de la vida. En general eran hombres mayores y hablaban de la jubilación, de los remedios que debían comprar, de los hijos, de los malos tratos que recibían de ellos. Eso es una cosa común que yo observo de los ancianos, esa sensación de estar siempre solos, apartados de la familia, no considerados, indiferentes a los demás.
Los mozos siempre estaban parados delante del mostrador, esperando ser llamados por algún cliente que demandara algo para tomar.
Lo cierto es que estábamos allí, mirándonos los cuatro, esperando quién sería el que hablara primero.
Y fue entonces cuando me atreví a indicarles que ojeando un libro de filosofía de vida, o sea filosofía práctica, encontré un cuento muy interesante que utiliza un término que para mi era un tanto desconocido. El concepto es “sufí”.
– Sí, dijo Lucía “SUFÍ” es una expresión que indica la idea de “GRAN MAESTRO”
Efectivamente, investigando acerca del mismo descubrí que aunque el término en su uso coloquial incluye a todo aquél que practica el sufismo, desde el punto de vista técnico en el sufismo se denomina sufí a quien ocupa el más alto grado de realización espiritual en el camino iniciático del Islam, aunque puede variar su uso según el autor.
– José agregó que es una de las denominaciones que se han dado al aspecto místico del islam, a la espiritualidad islámica que tiene un nombre que no recuerdo y que incluye diferentes movimientos ortodoxos y heterodoxos del islam.
Nuestra conversación siempre era atrapante.
El mozo llegó justo cuando estábamos iniciando esa conversación que nos llevaría a divagar, incluso a volar por el mundo de la filosofía y más aún de la meditación, pero aquella que nos permitiría conversar acerca de nuestras más intrincadas cavilaciones.
Arturo incluso nombró a un personaje llamado Nasrudin que era una especie de antihéroe del islam, cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes, se supone vivió en la Península Anatolia en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV. Este era el personaje que ocupaba el centro de atención del cuento que iba a contarles, de manera que vino muy bien la ilustración que nos brindó nuestro compañero.
Lo cierto es que Nasrudin, sabio maestro sufí, llegó un día a una aldea en la que antes nunca había estado. La gente lo esperaba con gran entusiasmo porque era famoso; y cuando se supo que estaba dispuesto a dar una conferencia, una gran multitud se congregó en el lugar del evento.
– Arturo agregó que recordaba que en Plaza de Mayo siempre hubo oradores importantes, personajes políticos que se comportaban como “sacerdotes de la verdad”, era el remedio elemental para los males del pueblo.

Y continué:

Cuando ingresó al recinto, se paró frente al público y abriendo los brazos les dijo:
– Ya que se han reunido tantas personas para escucharme, supongo que sabrán qué es lo que voy a decirles.
Todos contestaron a coro:
– No, maestro, no lo sabemos
Entonces él les respondió:
– Si no saben qué es lo que vine a decirles es que no están preparados para escucharlo. Diciendo esto, dio media vuelta y se fue dejando a la gente muy sorprendida.
Su ayudante, antes de retirarse, le dijo a la audiencia que esa había sido una gran oportunidad para que todos pudieran aprender una excelente lección, y los invitó a solicitarle al sabio que diera una segunda conferencia.

– Lucía afirmó que es común que los “sabios argentinos” echen manos a esa actitud cuando “se las ven jorobadas” o pretenden destruir o desembarazarse de ciertas ideologías que los perturban

Yo notaba que era interrumpido a cada momento y el tema se iba a hacer largo, pues era muy interesante. Tanto, que permitía que se incorporaran distintas posturas a cada paso del cuento…

Pero, aun así continué:

Fue así que una gran cantidad de gente se organizó para ir a buscarlo y pedirle una nueva presentación.
El maestro les dijo que todo su saber se podía reunir en un grano de arroz y que una segunda conferencia era inútil, pero esas personas estaban muy decididas a escucharlo e insistieron hasta convencerlo.
El peculiar comportamiento del sabio en la primera conferencia hizo que en esa segunda oportunidad se congregara aún una multitud mucho mayor, pero antes acordaron preparar una mejor respuesta si se producía otra eventual sorpresa.
Comenzó Nasrudin su segunda disertación con estas palabras:
– Supongo que tanta gente se ha reunido sabiendo lo que voy a decirles.
Entonces, todos contestaron a coro y a viva voz:
– Sí maestro, lo sabemos, por eso vinimos.
Al oír esto, el sabio contestó:
– Bueno, si ya lo saben no veo el motivo que existe para volver a decirlo.
Y sin decir una palabra más, se volvió a retirar.
– Arturo exclamó, bueno pero a este no hay figurita que le venga bien.
Lo miré con fastidio, pero era común que estos agregados siempre aparecieran en medio de una conversación de estas características por parte de Arturo, seguro que la ansiedad por saber hacia donde iba yo con este cuento, lo vencía en su concentración.

De nuevo, hice oídos sordos y continué:
Otra vez los asistentes sintieron gran perplejidad y estupor ante sus breves palabras, pero admirados por su gran sabiduría volvieron a solicitarle una tercera y última conferencia.
Un gran número de personas fue a rogarle para que les hablara al día siguiente; y frente a tanta insistencia no pudo negarse y aceptó de inmediato.
Por tercera vez el maestro estaba frente al público, que parecía haber crecido considerablemente. Sin perturbarse en lo más mínimo comenzó la tercera y última conferencia con las mismas palabras que en las anteriores.
– Supongo que todos ustedes ya sabrán lo que voy a decirles.
Los asistentes, previendo escuchar la acostumbrada introducción y habiendo planeado contestarle algo más ingenioso, dijeron a coro:
– Algunos sabemos pero otros no.
Luego de un largo silencio, se escuchó su voz diciendo:
– Bueno, si ese es el caso, los que saben instruyan a los que no saben.
Con estas palabras dio por terminada su tercera conferencia, se dio media vuelta y se alejó.
– Bueno y la “aneda” dónde está. Qué nos quisiste comentar con este cuento, tan bien contado. No encuentro el significado-Agregó José.
Apareció el mozo, un joven apuesto de unos veinticinco años que ya tenía cierta confianza con nosotros. Éramos un grupo que nos reuníamos casi cotidianamente y por lo tanto teníamos un trato familiar con la gente del bar porque las conversaciones que se desarrollaban eran atrayentes y todos escuchaban desde distintas mesas. El mozo era uno de esos entrometidos, pero bien, me encantó que se enganchara en la conversación.
Él afirmo:
– Perdón que me meta en esta charla tan amena, pero el tema me interesó. Creo, si ustedes me permiten opinar, que hay un mensaje oculto si se quiere en este cuento, algo que se nos presenta casi a diario, esa costumbre que tiene la gente por interesarse por lo aprobado, lo divinizado, lo valorado, si se quiere también lo santificado, ese fanatismo por lo que dicen los demás.
– Arturo, que no le gustó ni medio que se metiera el mozo, lo miró un tanto desconfiado y agregó: espero que lo que diga sea algo interesante.
– El mozo le contestó, puedo cerrar el pico si ustedes quieren pero les aclaro que soy estudiante avanzado de filosofía y que puedo incluir una idea, si me permiten.
– Sí, sí, hágalo amigo, no le ponga atención
– Digo: Eso se comprueba muchas veces cuando un político anuncia un discurso y muchos de los asistentes no saben por qué razón están allí, es como si fueran llevados de las narices por interesados que buscan glorificarse llenando auditorios.
– Buen punto de vista amigo, continúe:
– Un profesor que yo tuve en la secundaria afirmaba siempre que nos cuidáramos de ello y nos proponía un ejemplo práctico: “mi madre hacía la masa de pan y lógicamente usaba harina, cuando la masa estaba casi lista acostumbraba a colocar un granito de harina más, sólo uno y lo mezclaba, no sé por qué lo hacía, pero lo hacía…”
– Arturo preguntó, ¿y eso qué tiene que ver con el tema?
– Aguarde, déjeme terminar la idea. Él nos preguntaba si era posible retirar ese granito de harina nuevamente y por lógica le dijimos que no. Nos preguntó, ¿y si a mi madre se le hubiera ocurrido colocar un granito de harina negro, era posible encontrarlo después de mezclar la masa? Mis compañeros dijeron que no, pero hubo uno que dijo, sí, si se busca con mucho cuidado ese granito de harina negro se distinguiría de los demás y entonces era probable encontrarlo.
Entonces el profesor explicó: pues bien, es imperioso que todos los humanos seamos granos de harina negros para que nos distingamos del resto de los participantes a cualquier reunión política a la que asistiera una gran masa de personas. Siempre había que saber por qué razón se iba a tal o cual concentración política, tener la libertad de optar y analizar las cosas que se nos presentan, ser libres. Nadie tiene totalmente la razón.
Me pareció muy oportuno el cierre de su idea y además muy inteligente de su parte.
– Lucía afirmó: Sí, efectivamente incluso tampoco la tiene ese profesor, es su propia opinión.
– El mozo agregó: Nuestro profesor nos arengaba a investigar a partir de distintas bibliografías para que tuviéramos una idea personal. “Subjetividad” fue el concepto que esbozó al final. Lo contrario sería, “hablar por boca de ganso”, es decir no tener opinión propia y copiar las estupideces que dicen los que creen tener la verdad.
Y agregó:
Por otro lado alguien se dijo alguna vez, “lo barato produce barro y lo auténtico es muy probable que se convierta en oro”.
– Mejor cambiemos de tema, esto está muy aburrido, dijo Arturo.
El mozo ya se había retirado y todos le dijimos: Me parece que fuiste un tanto ordinario
– Agregué: La humildad debe ser una característica propia del ser humano. Acaso te molestó que un mozo opinara, estamos en un país libre donde todos tenemos derecho a opinar aunque estemos equivocados, la verdad no existe, pues cambia a medida que pasa el tiempo, fíjate que antes las mujeres usaban mayas que tapaban el cuerpo, esa era una verdad evidente, clara, distinta, pero ahora hay cuerpos que tapan mallas, y esa es otra verdad que gracias a Dios ha cambiado con el tiempo. Lo importante es no ser o tener una mente ¡obtusa!, cerrada a los cambios de la vida, vengan de donde vengan y los digan quienes los digan.

CARLOS A. BADARACCO
7/9/12
(DERECHOS RESERVADOS)

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