Apariciones

Filed under: Varios — alexander86 at 6:34 pm on jueves, diciembre 30, 2010

Al igual que un escritor español del que ya no recuerdo el nombre, nunca creí haber confundido realidad con ficción; esto, hasta que Roberto apareció en mis sueños. Fue extraño; uno, porque hacía mucho que no leía o releía alguna de sus novelas, de modo que no lo tenía tan cercano en mis recuerdos como en épocas anteriores; y dos, por lo inusual que es soñar para mí, y más aún hacerlo con hombres-personajes que están lejos de ser unos desconocidos.

En el primer sueño (o aparición Roberto) me abrazó; en el segundo me dio la mano y en el tercero (que realmente fueron tres sueños en uno), también terminó dándome la mano y un apretón. Lo cierto es que las apariciones de Roberto contribuyeron a darle una pincelada de misterio y vivacidad a mis días de encierro en aquella ciudad en la que por ese entonces vivía.

Antes de seguir, quiero expresar algo que supongo importante: las tres apariciones de Roberto fueron graduales, en cuanto al tiempo que pasó conmigo y al interés que demostró en mí. Me pregunto ahora, si volviese a aparecer, ¿debo suponer que esta línea gradual y progresiva se hará cada vez más larga y compleja, en cuanto al tiempo que pasará junto a mí y al interés que demostrará en mi persona? No lo sé; aún así, me gustaría creer que así será, que vendrán más sueños y que éstos se harán cada vez más extensos y que llegaré a ser algo así como un paciente o pariente cercano que podrá extraer y comprender cosas cada vez más complejas y recónditas concernientes a su vida y a su persona.

La primera aparición, debo decir, fue bastante corta (ahora me pregunto si fue corta porque simplemente el sueño fue así, o porque yo me he olvidado de gran parte de éste), aunque no menos importante. Era un día lluvioso y me encontraba entre un tumulto de gente despidiendo a Roberto. No sé porqué, pero lo estábamos despidiendo. Estábamos en un puerto y había un barco de color negro y rojo anclado haciendo sonar sus bocinas. Él trataba de hablar con todos y yo nada más miraba. Después de un rato, una mujer joven le dijo algo al oído y él al instante empezó a hacer señas con una de sus manos, despidiéndose. Al ver ese gesto, rápidamente avancé entre la multitud, me acerqué lo más que pude y le dije chao, chao Roberto, levantando mi mano como la mayoría. Pero para mi sorpresa, él caminó rápidamente hacia mí y me abrazó. Mientras lo hacía me dijo algo que no entendí o no alcancé a escuchar. Al terminar de decírmelo, desperté. Ese día, detrás de desayunar y pensar una y otra vez en lo que había soñado, me sugerí varias hipótesis de lo que Roberto pudo haberme dicho. La verdad es que fueron dos. La primera fue: oye chico, no te desanimes, las cosas no son fáciles. Y la segunda: quiero leer lo que escribes, házmelo llegar. Al final lo dejé. Era ridículo seguir suponiendo algo que sabía muy bien no había entendido o quizá ni siquiera había sido dicho. Supuse que fue preferible no haberlo entendido o escuchado, así tendría un pensamiento menos, un pensamiento menos en que preocuparme respecto al sueño.

La mayor parte de ese día pasé dándole vueltas al asunto. En la tarde, cuando venía de vuelta de comprar pan y cigarros, me encontré con un amigo que mataba el tiempo escuchando música en su auto. Me llamó y nos pusimos a conversar. En cuando pude le conté lo del sueño. Éste sorprendido me dijo: “es raro, ninguna de las personas que conozco ha soñado con alguien famoso. Quizá sea un llamado de alerta, algo así como un anuncio”.

Si soy sincero, no le tomé demasiada importancia a lo que dijo hasta que tiempo después Roberto volvió a aparecer, más claramente y sin el apuro de zarpar hacía lugares desconocidos. Este sueño fue más extenso. Yo iba caminando hacia mi casa, mi antigua casa (la casa verde con el patio grande), que fue la primera casa a la que llegamos cuando nos trasladamos al sur con mi familia. Yo caminaba lento, mirando la acera, fijándome en unas grietas que cubrían una extensión de varios metros. En el sueño sabía que un camión había pasado encima de la acera (seguramente por haber tenido que dejar leña en alguna de las casas aledañas), dañando el pavimento y produciendo las grietas que llamaron mi atención. Mientras toda mi concentración estaba puesta en esas llamativas hendiduras y desniveles, recordé que en la casa que estaba enfrente de donde iba pasando, vivía Roberto. Me detuve y pensé un instante si sería capaz de cruzar la calle, abrir el cerco, tocar la puerta, esperar e intentar hablar con él. Lo pensé un poco y crucé. Al instante estaba esperando a que alguien acudiera a mi llamado. Segundos más tarde estaba Roberto en la puerta, con sus lentes y un cigarro en la mano preguntándome a quién buscaba. “A ti”, le dije. “Qué necesitas”, me preguntó, “hablar contigo”, le contesté. Me dijo: “bien pasa, cierra la puerta” y en seguida partió casi corriendo a la cocina. Desde allá me gritó “ven, ven, acá estoy”. Estaba haciendo huevos revueltos y escuchando una música extraña que yo no conocía ni conozco. “Casi se queman estas huevadas me dijo”, yo le di una sonrisa, no supe que decir. Con una mano revolvía los huevos y con la otra sostenía su cigarro que ya iba a la mitad. “A qué has venido”, preguntó. En el sueño noté que mi voz se quebraba pero pude contestar casi enseguida: “he estado escribiendo algunas cosas, y me gustaría que las leyeras, que me des algún consejo, lo que piensas, no sé”. “Yo no doy consejos muchacho, no soy el más indicado”, respondió rascándose la cabeza y continuó: “pero sí puedo darte una opinión de lo que me muestres”. Por un instante quedé paralizado, porque por lo primero que dijo tuve la idea de que Roberto me mandaría a freír monos al África debido a mi petición. Pero como es obvio, no fue así. En ese momento a lo único que atiné fue a decir “bueno”, y confirmar con un movimiento de cabeza. “Qué lees” me preguntó, a “Hamsun, a Ribeyro, a Lihn”, le contesté. “Buen comienzo” me dijo, poniendo los huevos en un plato hondo y echándoles sal. “Oye chico, ¿Qué te parece si nos juntamos más tarde para hablar con calma?” Me preguntó en un tono nada despreocupado en tanto se sentaba en una silla que estaba próxima a desarmarse. “Si, me parece bien”, le dije. “¿A las 6 de la tarde puedes?” “Sí, si puedo, estoy desocupado a esa hora”, dije. “Bien, nos vemos a las 6 entonces porque como entenderás tengo un hambre feroz y no soy bueno para hablar cuando como”, continuó. “Sí”, respondí entusiasmado. En seguida de hundir la colilla del cigarro en un cenicero que estaba en la mesa, salió conmigo a la puerta, me tendió la mano y me dijo: “nos vemos en la tarde chico”, “nos vemos” dije yo, y salí, más que emocionado, acelerado. En seguida de haber corroborado que Roberto había entrado, empecé a correr en dirección a mi casa, a contarle a mi mamá y abuela lo de mi cita con Roberto en la tarde. En tanto corría con una gran sonrisa en los labios, desperté. Después de darme algunas vueltas en la cama maldije el haberlo hecho. Sentí deseos de llorar, de romper cosas, hasta de tirarme el pelo por haberme enterado de que todo había simplemente pasado en un lugar lejano y oscuro de mi cabeza. Inevitablemente pensé una vez más en mi amigo que me decía: “es raro, quizá sea un llamado de alerta o un anuncio”.

Por más que pensé en Roberto esos días, en ningún momento se me ocurrió leer alguna de sus novelas que aún no leía, o releer las que sí había leído, o simplemente, ver alguno de los documentales sobre él que andan dando vuelta en sitios de Internet. Todo eso, leer, releer, y mirar, lo hice después con ganas y desesperación, cuando se apareció por tercera vez. En este sueño, yo acababa de llegar a mi casa (a la casa verde con el patio grande), y me enteraba sorpresivamente, por una de mis hermanas, que Roberto era el nuevo pensionista que mi mamá había recibido. Ahora pienso que este sueño se vuelve bastante anecdótico porque nunca mi familia ha recibido pensionistas debido a que la casa era pequeña y arrendada. Sin embargo entiendo que de eso se tratan los sueños, de proporcionar inconexas e irreales imágenes que al despertar se convertirán en meros recuerdos un tanto desfigurados. El asunto es que cuando yo estaba entrando en la cocina a prepararme algo para cenar, apareció Roberto saludándome amablemente. Mi sorpresa fue tal que no respondí a su saludo. Recuerdo que de inmediato iba a partir a buscar a mi madre para preguntarle qué estaba pasando, qué hacía ese escritor casi-maldito en mi casa. Pero cuando me disponía a cruzar la puerta y salir a alguna de las otras piezas a buscarla, Roberto me preguntó dónde estaban los fósforos. Desconcertado le indiqué que se encontraban encima de un mueble. Decidí quedarme en la entrada de la puerta y no ir a buscar a nadie. Inmediatamente le pregunté con algo de nerviosismo qué hacía en mi casa. “Soy el nuevo pensionista”, respondió. Sólo lo miré y me quedé en silencio. Por inercia me senté en una de las sillas que estaba al lado de la estufa a esperar a que hirviera el agua de la tetera que Roberto acababa de poner a calentar. Él se sentó en una de las sillas que estaba al lado de la mesa y me preguntó cómo me llamaba, le dije mi nombre y el me dijo el suyo. “Ya lo sé”, le dije. “Cómo lo sabes”, respondió. “He leído algunos de tus libros”, le contesté. Recuerdo que Roberto se estaba parando para apagar el gas cuando el escenario cambió de un golpe y aparecimos caminando por una calle solitaria, en una noche lluviosa pero cálida. “Voy a presentarte a un amigo”, me dijo. “Quién es”, le pregunté curioso. “Mario, se llama Mario”, respondió al momento que encendía un cigarro. Después de haber encendido el cigarro y haberse puesto la mano izquierda en el bolsillo del pantalón, me preguntó si tenía algo de dinero para comprar vino. Yo le dije que no mucho y acoté que tenía entendido que ya no bebía por sus problemas estomacales. Me respondió: “si, efectivamente, pero no es tan grave. El doctor me sugirió que no lo hiciera a menudo nada más”. Al decir a menudo levantó la mano en la que llevaba el cigarro e hizo señas unas cuantas veces con la cara sonriente. Al final gritó: “Mario, Mario, por fin llegamos”. Mario, estaba sentado en un banco de una gran plaza, llena de árboles y gente. Nos saludamos, Roberto me presentó al tal Mario, pero este me saludó indiferente. Tenía en sus manos un libro que se llamaba Pensar/Clasificar. No recuerdo el autor, pero si recuerdo que Mario, antes que Roberto pudiera decirle alguna palabra, le dijo que el autor, mostrándole el libro y una página determinada, se parecía a Stockhausen, en cuanto a que él (el autor), aseguraba que jamás había repetido una formula o un sistema para escribir sus libros. “Stockhausen siempre componía de formas distintas, nunca se aferró a una forma en particular, ¿te das cuenta?” Le dijo enfático. Roberto asintió con la cabeza, pero reconoció que no conocía al tal Stockhausen. “Algo parecido pasa contigo y con uno de tus libros”, le dijo Mario, “con cual”, dijo Roberto, Nocturno de Chile. “Al no ponerle puntos aparte creas mucha tensión, disonancia si lo quieres llamar de un modo musical, ¡no resuelves nunca huevón!” (Roberto se rió), “entonces tu libro se vuele tenso y se parece a Wagner ¡tú y tu libro se parecen a Wagner!” “¿a quién?” dijo Roberto, “a Wagner huevón, al compositor Alemán”. La cara de Mario se arrugó tanto al decir esto último que Roberto le dijo con humor: “envejeciste algo de 10 años en un abrir y cerrar de ojos, hermano”. Mario se rió y terminó diciéndole vámonos de aquí. En tanto andábamos, poco a poco yo me fui quedando atrás, teniendo que apurar mis pasos. Ellos dos se fueron conversando todo el camino, sólo los dos, como si yo no existiera. En el sueño me sentía incómodo pero entendí que debía aceptar la forma de ser de Roberto y su amigo, que en el sueño no reconocí. Seguíamos caminando cuando la escena volvió a cambiar y aparecí solo con Roberto en un puente, en el puente de un río que nunca he visto visto. Yo le pregunté: “¿leíste los escritos que te pasé hace unos días?” “No”, me dijo, “pero sé que eres un buen tipo, se nota, lo noto, la gente lo nota”. “No quiero que me digas que soy un buen tipo”, le dije enojado, “quiero que me digas si tengo futuro en lo que hago”. “Que si tienes qué”, me preguntó con enojo. “F-u-t-u-r-o”, le dije con la mirada perdida en no sé qué parte. “Si piensas en el futuro, lo único que tendrás es un montón de mierda para poner sobre un papel o un computador”, contestó enfático. Yo me sentí defraudado y triste y supe que no quería seguir estando con él. Al instante le dije que debía irme, el me dijo: “ok, ha estado bueno esto de conocerte”. Me dio la mano, con la otra se acomodó los lentes y me dijo: “suerte, suerte chico”. Cuando me soltó, me dí cuenta que la mano me dolía. En tanto empecé a caminar, sin antes volverme a mirar a Roberto que se sacó la chaqueta y se puso a caminar para el lado contrario, entre neblinas vi mi cama, mi ventana, la innumerable ropa que estaba desordenada y tirada en el piso y el televisor que estaba apagado y en el cual (en su pantalla), me veía reflejado. No aguanté la rabia y le di un puñetazo al colchón. Sin embargo, al instante estuve tranquilo, normal. Sin duda el sueño a pesar de todo me había dado paz. En seguida me levanté y me metí a la ducha sin dejar de pensar en ningún momento en esa triple aparición, donde Roberto era el nuevo pensionista de mi mamá, donde Roberto me presentaba a Mario, donde estábamos Roberto y yo solos conversando en un puente; donde había estado mi antigua casa y su gran patio; donde habían estado esas largas calles desoladas y vacías que de vez en cuando veía en mis recuerdos. En tanto rememoraba esas imágenes y pasaba la toalla por una de mis axilas, fugazmente apareció la imagen de la inválida, la inválida con la que había soñado años antes, que me decía entre cortado que la bese, que la acompañe, que la saque del orfanato y la lleve a dar un paseo a alguna parte. Recuerdo que esa vez quedé tan impactado con el sueño que en varias ocasiones salí a buscarla, imaginando que la encontraría aguardando por mí en alguna esquina. Después de vestirme y sentarme en la cama entendí que quizá Roberto apareció para que lo busque, no para que lo lea, sino para que lo busque, y que demandaba de mí algo no menor a una expedición colosal que diera con su verdadero paradero, más allá de la muerte, incluso, más allá del bien y el mal. Al terminar de cavilar todas esas cosas decidí salir a caminar…

Después de cerrar la puerta de la casa y encender un cigarro y poner mi mano izquierda en el bolsillo del jeans, caminé derecho y doblé hacia una avenida grande que a esa hora dominical no frecuentaba demasiados autos ni gente. Inconscientemente me pregunté con quién me gustaría encontrarme primero, si con Roberto o con la inválida. Mientras pensaba la respuesta, tiré la colilla de cigarro al suelo, la pisé y seguí caminando, atento a lo que podría pasar.

Creación de un personaje a partir de un autorretrato

Filed under: -Creación de personajes — sindescanso at 3:03 pm on martes, diciembre 21, 2010

Ella tenía dos personalidades, decía, pero a mí me parecía que tenía unas doscientas. La había visto bailando medio desnuda, dando una presentación de negocio a unos banqueros adustos y aburridos y tirándose en paracaídas. Era? insoportable: tan inteligente, tan segura de sí misma, tan que lo podía todo. Y además, hermosa. El contraste conmigo era brutal y ella lo sabía.

Por eso siempre pensé que en el trasfondo de esa supermujer existía un sadismo puro y espeluznante. Su interés por mí, sus constantes llamadas e invitaciones a compartir su vida extraordinaria no eran porque, como ella le decía a mi madre, nos conocíamos desde el jardín de infancia. Ella me buscaba para compararse, para decirse a sí misma lo superior que ella era.

Eso de las dos personalidades vino a colación un día mientras me explicaba que dos hombres en la oficina estaban perdidos de amor por ella. Uno satisfacía su personalidad aventurera: era deportista, escalaba los picos más altos y demostraba una gran habilidad en otras posiciones. El otro era un ejecutivo exitosísimo, futuro presidente de la empresa que ganaba una fortuna en los bonos del mercado. Con afectada tristeza me decía que no sabía por quién decidirse porque eso de la doble personalidad la tenía tan confundida…… Me paré de la mesa, tiré la servilleta en la mesa, le dí los buenos días y me fui. Cuando me preguntó adónde me iba le contesté: “A la Patagonia, no me llames más”.

Hoy tomo café con mi amiga periodista quien, al igual que yo, ha tenido novios que han sido unos perros con ella, le sobran unos? quilitos y tiene que estirar la quincena para pagar las cuotas de su carro. Ella me hace feliz.

Creatividad Segundo Ejercicio

Filed under: Creatividad - Segundo ejercicio — sindescanso at 2:58 pm on martes, diciembre 21, 2010

Nevó durante toda la tarde. Por fin paró un poco y salí a la calle. Pero no había forma de caminar sin dejar huellas. Me encontrarías. Entonces llegó ella, con su flamante coche rojo y oliendo a puta barata. Entró en tu casa por la puerta principal y yo aproveché las rodadas de su coche para alejarme. Puse cuidado en tapar la nariz con un pañuelo para que no cayeran las gotas de sangre sobre la nieve.

Recordaba el día que nos conocimos. Era una de esas reuniones en las cuales se decidiría quién sería la próxima víctima. A quién seguiríamos, de qué empresario nos encargaríamos para averiguarle las evasiones al fisco, de cuál esposa de ministro nos encargaríámos de averiguarles hasta la talla de la ropa interior. Lo nuestro no es espionaje o terrorismo.? Lo nuestro es trabajo de segunda, poca cosa, sacarle los trapos sucios a la gente. Tal vez por eso somos desagradables y solitarios. Tú, en cambio, eras simpático. Apareciste ese día con una asignación especial y necesitabas ayuda. Yo estaba disponible y mi jefe me condenó a ser tu compañera en esa misión. Si hubiese sabido el peligro al que estaba enfrentando…

Pasábamos horas estudiando al sujeto, el secretario privado del ministro de Exteriores. Un verdadero pervertido sexual. La política siempre me había dado asco pero desde que empecé este trabajo me di cuenta que para ser político hay que estar enfermos de una forma u otra.

No sé si por las largas horas espiando en un coche, o en un hotel, o analizando los datos en tu casa, lo cierto es que terminamos enredándonos estúpidamente. Tú me lo habías dicho que tenías a “la otra” que no era importante en tu vida, que te habías enredado con ella en una de esas noches de palos y que simplemente se acostaban pero no tenían más nada. Yo en cambio, según tú, tan inteligente, tan callada, tan distinta, te volvía loco, me decías. Y yo te lo creía. Tal vez porque me sentía demasiado sola o porque el seguimiento que le hacíamos al sujeto agitó mi imaginación.

Lo cierto es que esa noche que terminamos en la cama. Pasamos semanas retozando y cuando llegaba el tema de “la otra” siempre me decías lo mismo, que al día siguiente hablarías. Pero pasaron los meses y nada. Siempre nos teníamos que ver a hurtadillas. Hasta que me harté.

Fui ese día a decirte que no quería que siguiéramos juntos. Que se había acabado esa relación y tú te pusiste violento. Me agarraste por las muñecas y forcejemos mientras te decía que me soltaras. Hasta que me diste una cachetada que me hizo sangrar la nariz. Te asustaste, sabías que habías pasado de la raya. Me pediste perdón y me suplicaste que me quedara contigo. Cuando te dije que me quería ir, empezó la violencia nuevamente. Más golpes y más sangre. Hasta que te juré que no me iría de tu lado. TE llegó una llamada, me amarraste a la cama con las esposas y te fuiste.

“Ya vengo” fue lo ultimo que escuché decirte. Empezó a nevar y el frío me entraba en los huesos.

Estaba casi inconsciente cuando te fuiste pero al recobrar las fuerzas, empecé a forcejear con las esposas. Se te había olvidado que yo sabía de esas cosas. Logré zafarme, con el corazón palpitándome por el miedo a que volvieras, me acerqué de puntillas a la puerta de la habitación. No había nadie en la casa. Seguí con cautela, apretándome la nariz con un pañuelo. Perdía muchísima sangre. Por fin llegué a la puerta principal y logré escapar.

Microrrelato

Filed under: Creatividad - Primer ejercicio — sindescanso at 2:38 pm on martes, diciembre 21, 2010

ENCONTRARTE

Filed under: Varios — LILIFRIDA at 1:56 pm on martes, diciembre 21, 2010

DONDE TE ESCONDÉS, EN QUÉ HUEQUITO TE QUEDÁS
QUIEN PUEDE MOSTRARME LA MANERA DE HACERTE
SALIR COMO UN FUEGUITO ARTIFICIAL DE ESTRELLAS
FUCSIAS Y VIOLETAS QUE EXPLOTAN EN MI CORAZÓN
EMOCIONADO E INSPIRADO. Y QUE CUANDO SE HACE
OSCURO Y TEMEROSO PUEDE TOMARME DE LAS MANOS
Y LLEVARME CUAN HADA CAMPANITA REVOLOTEANDO
POR UN MUNDO DE MAGICA FANTASÍA, DE INUNDADO
MAR DE SENTIMIENTOS, CON VERDADERA SITUACIÓN
DE BIENESTAR, DE AGIGANTADAS GANAS DE VIVIR,
DONDE CADA MINUTO O SEGUNDO EXPLOTA COMO UN
PAINTBALL DE DISPAROS HACIA ESA NUBE GRIS,
ESE NEGRO SMOG QUE MUCHAS VECES APRISIONA ESE
ARCO IRIS PERFUMADO DE ESPERANZA, EUFORIA Y FU-
TURO, Y QUE APAGA ESA LLAMITA DE LILIFRIDA
APASIONADA DE LO QUE QUIERE, PERO QUE SÉ QUE ES
UNA FIGURA SOMBRÍA QUE ESTÁ Y QUE TENGO QUE
COMBATIR DE ALGUNA MANERA PARA PODER TENER
RATITOS FELICES POR SIEMPRE, PARA ASÍ NO BAJAR
LOS BRAZOS Y PODER ACEPTAR ESTA VIDA MÍA.

Autoretrato

Filed under: - Autorretrato — sindescanso at 1:26 am on martes, diciembre 14, 2010

Tengo pies planos y orificios en varias partes de mi cuerpo, los habituales, más tres huecos que me hice en las orejas por vanidad. Hace un tiempo sin embargo, dejé de mirarme en el espejo en parte porque la imagen que se refleja está cada vez más deteriorada y en parte porque perdí el interés.

También perdí el hábito de verme el ombligo lo cual fue muy beneficioso para mi siquis y mi columna vertebral. A mi terapeuta no le gustó pero después de todas las sesiones que tuve durante décadas, su opinión ya no me importaba. De tal manera que ahora,? en la última fase de mi vida, y cuando ya no tengo nada que demostrarle a nadie, puedo observar el mundo sin aprensiones, sin pretensiones y sin grandes ambiciones. Hasta hace rima.

Ya sé que no salvaré al planeta de una catástrofe ambiental y que no podré rescatar todos los niños de la calle que existen en mi país, pero lo terminé aceptando. Creo que a eso le llaman madurez y me costó mucho alcanzarla.

Vivo en un país frío en el cual la gente ha institucionalizado la solidaridad de una manera tal que aquí los animales viven mejor que muchas personas que yo conozco. Eso me gusta. Sin embargo, la sofisticación les resta espontaneidad y extraño las carcajadas sonoras, los abrazos apretados ( maliciosos a veces) y los besos sinceros de la gente de mi tierra. Pero ese es el precio que tengo que pagar para estar segura, para no ser perseguida, para darle una cara aceptable a mi futuro.

Esta de escribir es mi última aventura y la abrazo con emoción y gratitud. Si me lleva a alguna parte, maravilloso. Si no, me deleitaré en el camino y caminaré mirando, mirando sin aliento.

muñeca de vudú

Filed under: Poesía - Primer ejercicio — lizzie at 3:59 am on jueves, diciembre 9, 2010

Tengo mi propia muñeca de vudú en mis manos
la pincho con los alfileres de tus recuerdos;
esa mirada intensa, como una llamarada de fuego,
y tu sonrisa, ¡oh! ¡Que sonrisa!
narcótica, alucinógena
en la que viven mis sueños.
Me torturo yo misma
con el recuerdo de nuestras conversaciones:
lo que dijiste, lo que quisiera que hubieses dicho
lo que debí decir y lo que no.
Me admito masoquista
las cicatrices del pasado lo revelan
porque tus palabras son solo mentiras
que me hacen sentir especial
pero al fin y al cabo, mentiras,
tambien yo misma me las digo y me las creo
y ya no se diferenciar entre lo que es real y lo ficticio
lo que realmente pasó entre nosotros
y lo que fue solo un sueño.
Pero, ¡total! la felicidad no existe en esta vida
solo destellos de ella
pequeños momentos que vale la pena atesorar.
Yo sólo sé que tu estás en todos ellos
por eso me quedo con mi muñeca de vudú
y con ese dolor que me hace sentir viva;
prefiero adolorida contigo
que sin ti, muerta.