Mar Adentro
Siempre fui un poco temeroso para hacer las cosas. Cuando era niño me las arreglaba para que otro fuera el primero, no yo, cosa que no todo el tiempo lograba porque nunca fui muy alto, y como las maestras tenían la manía de hacer filas de menor a mayor, no había más remedio que enfrentarme a lo desconocido.
En la adolescencia parecía que tenía mi vida bajo control, aunque seguramente mis mayores no hacían más que ver cómo no daba pie con bola, como quien cree estar maduro para muchas cosas y, al final, apenas si habías acertado en tus intentos de vivir como un adulto.
Entrar en la universidad fue todo un desafío. Estudia esto –decía papá-, ¡no! estudia aquello –decía mamá-, tienes que hacer lo que te va a realizar personalmente –decían mis amigos-, tienes que elegir algo que asegure tu futuro –decía mi tío, que hacía las veces de padre-. Yo tenía una lucha interior (aún hoy veo que la tengo) y no sabía qué carrera elegir. Me decidí por lo que dejaría tranquilo a mis padres, aunque no siempre yo lo estuve.
Tengo que decir que hasta hoy no he sido capaz de dedicarme todo entero a escribir. Aunque parece que la cosa no va a ser fácil, siento que todo es coser y cantar. Al mismo tiempo tengo la sensación de que he perdido algo de tiempo, que tendría que haber comenzado mucho antes, pero no voy a gastar mis energías en lamentaciones, las voy a emplear en desgastar mi pluma.